Milena fue la primera mujer sobre la tierra, antes de ella sólo existía tías, primas, hermana, mamá. Ninguna mujer en la amplitud del término. Milena también fue la primera persona que convocó ese vacío que era más grande que mi universo de cinco años. El recuerdo de su sonrisa me daban ganas de algo que no sabía qué era, ni de dónde venía, pero que era tan cierto y determinante como el hambre o el sueño. En la penumbra de los días las personas parecían anunciar sus pasos, sus ojos cafés, su insoportable seguridad frente a mí, guiñapo de nervios y tensiones que no pudo articular palabra durante los minutos en los que bailamos al compás de un merengue.
Lo cierto es que después de aquella noche, regresaba su hermana, su papá que hablaba con voz de trueno, su mamá. Iban y venían en parejas, solos o los tres, siempre con la misma carcajada poderosa, con la misma amistad holgada, trayéndome el desasosiego, las ganas de llorar, la alegría que se desinflaba al saber que Milena no venía, que se había quedado estudiando en casa de una amiga, acaso paseando por pueblos o ciudades que no había escuchado en mis escasos años de existencia.
Una tarde cualquiera dejé de adivinarla en las visitas de sus papás, en las reuniones que congregaban toda suerte niñas entre las que nunca estuvo ella a pesar que Patricia, su hermana, siempre asistía con una energía desbordante. Luego vino el éxodo hacia nuevas congojas, hacia otras mujeres que me dieron sus labios, y con ellos, la esperanza y el dolor del amor.
Al final de tanto desplome, de tanto olvido, la encontré en fecebook. La reconocí cuando examiné la fotografía del perfil porque conserva la misma frente amplia bajo el mismo capul. Sus ojos perdieron el fulgor de la niñez, pero conservan la mirada rasgada con la que me recibió cuando la invité a bailar. Al fondo de la imagen se pueden vislumbrar bombas y confetis desperdigado en el piso, sugiriendo, casi afirmando, que es el final de una piñata como aquella en la que le di un beso en su mejilla derecha. La misma fiesta, pienso veintisiete años después, en la que supe por primera vez que existen fuerzas más poderosas que la voluntad del Hombre…
Nota: Fotografía de Heather Williams