A las cinco de la tarde mis compañeros decidieron irse a sus casas. Yo no quería irme porque sabía que me esperaban más de dos horas de trancones. Prefería ir a la biblioteca Central a leer novelas. Cuando me encontré con una amiga, en la puerta de la biblioteca, el atardecer había dado paso a la oscuridad. Hablamos durante algunos minutos. Le pregunté si podía acompañarla a tomar la buseta. Caminamos hacia la salida de la avenida El Dorado. Frente a Sociología escuchamos un disparo. Después otro y otro más. Nos detuvimos instintivamente. No tardaron en escucharse gritos: “mataron a Chucho Bejarano”. La mayoría corrió hacia el edificio de filosofía para ver el cuerpo del profesor sobre las escaleras de madera. Con mi amiga preferimos caminar hacia la salida de la avenida El Dorado. Ella se fue en la primera buseta que pasó. Entré a la universidad. Acompañé a los muchachos con quienes charlamos hasta las diez de la noche. Hablamos de conspiración, terrorismo de Estado, paramilitares y dictaduras. Hablamos, por supuesto, de los autores del asesinato. Todos los sospechosos eran de derecha. Veintiún años y dieciocho días después, me enteré que el asesinato de Chucho Bejarano fue ordenado, organizado y ejecutado por las Farc. Quién lo habría imaginado en esa noche de disparos y zozobras.
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