Tejiendo Naufragios

Publicado el Diego Niño

Hermano contra hermano

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En el encuadre hay ocho hombres y una mujer. Todos tienen una sonrisa sincera, dulce como la brisa que baja a toda carrera por la montaña. Algunos incluso deciden levantar el pulgar en señal de que todo está bien, que sólo hay bienaventuranza y alegría cuando se reúnen mujeres y hombres bajo esas nubes que se aferran al atardecer.

Tanta fraternidad sólo puede darse entre miembros de la misma familia. En efecto el policía es uno de la decena de primos que se fueron a la ciudad acorralados por la miseria. Cada vez se supo menos de él hasta que desapareció del horizonte de las indagaciones (mas no de la memoria). Después de tanto olvido, lo trajo el Paro Agrario a pesar que no viene a poner piedras y troncos en la carretera ni a gritar a todo pulmón. Vino justamente por lo contrario: a remover piedras y arbustos, a embestir contra su tío, el hombre que lo trató como su hijo, contra los primos con quienes se hizo hombre al margen del río que continúa rugiendo como un león enjaulado.

Aunque eso sucederá horas después, cuando la tarde se filtre detrás de las montañas. Por ahora nade piensa en eso, sólo aprovechan la parranda en homenaje de quien se creía desaparecido y que ha vuelto para compartir como hijo o hermano.

-¿Cómo está la comadre Carmen?, indaga una mujer al final de un carcajada enérgica, casi insurgente.

-la diabetes la tiene jodida, contesta al tiempo que le quita la etiqueta a una botella de cerveza.

Piensa que la viejita en ese momento estará encendiendo una veladora a San Francisco para que lo ampare de todo mal y peligro. Alguien le da un golpe en la espalda para espantar la bruma que oscurece su mirada. El estallido seco anuncia el advenimiento de otra cerveza.

-No puedo, afirma más por vergüenza que por obediencia a las normas castrenses.

-Hágale primo, dice alguien con la algarabía propia de quien engendra vida a fuerza de rasguñar la tierra.

Entretanto continúa la jarana, algunos incluso quieren ir por otra canasta de cerveza. Las mujeres atajan sus intenciones recordándoles que es hora de reunirse en la carretera con los vecinos para acarrear piedras, talar árboles y encender llantas.

-Debo irme, anuncia el uniformado.

Entonces vienen los abrazos con palmotazos en la espalda, apretones de manos, saludos a mi tía, dicen algunos, no nos olvide, insisten otros.

– una foto para el recuerdo, solicita una adolescente con una sonrisa que le recuerda su primer amor.

Todos se aglomeran en torno al primo que vino de la ciudad con escudo y uniforme de policía. Se ajustan los sombreros y se desarrugan las ruanas. En este momento las dos orillas de una misma realidad se unen en una piel inquieta, luminosa cuando fluye y oscura cuando se encharca en el pasado. Algunos deciden levantar los pulgares segundos antes que estalle el flash. ¡Gracias!, gritan al final de la descarga. Él sonríe, toma la macana que está sobre un barranco y empieza a descender por el camino de herradura. Entonces el río de necesidades y circunstancias abre nuevamente la brecha como si surcara una herida que sangra sin descanso…

Nota: El anterior texto es un ejercicio imaginativo a propósito de una de las cientos de imágenes que registran el Paro Agrario.

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