García Márquez tenía cuarenta años cuando lo atropelló la fama. El verbo no es arbitrario: una noche Gabriel fue a una función a un teatro de Buenos Aires. El murmullo creció en oleadas cuando entró a la sala. Miró a todos lados, buscando al famoso que había entrado detrás de él. Pero no había nadie a su lado. “Bien hecho, maestro”, gritó alguien. Otro le apretó la mano. Todos se pusieron de pie. Aplaudieron a rabiar. Él no sabía de qué se trataba. Estaba en shock. Ni siquiera se atrevía a hablar. Continuó caminando hacia su silla. “Hermosa novela”, le dijo la vecina de asiento. A partir de ese momento tuvo que sobrellevar una fama que le llevó más problemas que oportunidades. Tenía cuarenta años de vida y veintidós de escritor. Conoció todas las formas de pobreza y hasta de miseria (en Cartagena dormía en parques y en Barranquilla en lo que ahora llamamos moteles). Escribió a pesar del miedo y del hambre. A pesar de las dudas. Escribió con la pasión de quien se enamora de la literatura hasta las últimas consecuencias. Los aplausos de aquella noche no eran por Cien años de soledad sino por la batalla que acababa de ganar (lamentablemente nadie lo sabía).
Los editores de los blogs son los únicos responsables por las opiniones, contenidos, y en general por todas las entradas de información que deposite en el mismo. Elespectador.com no se hará responsable de ninguna acción legal producto de un mal uso de los espacios ofrecidos. Si considera que el editor de un blog está poniendo un contenido que represente un abuso, contáctenos.