Dedicado a Paola Bermúdez
No he podido amar como aman en estas latitudes: de día en día, de año en año, de gota en gota, como si fuera una medicina o una limosna. Yo amo en cascada, sin dejar nada en el pecho o en las venas. Simplemente me dejo ir contra el precipicio para caer en espirales, golpeándome contra las piedras, deshaciéndome en millones de partículas, desgarrándome en las orillas, despedazando troncos y diluyendo el barro que me acompaña en el viaje hacia el mar. No me interesa si el amor dura cincuenta años o dos horas, si soy correspondido o no, si saco beneficios o me voy a pérdidas. Amo mientras haya materia prima para continuar despeñándome contra montañas y valles.
Por eso estuve cerca de dos años amándote. Algunas veces en silencio, otras tantas de manera ruidosa, pero siempre con las manos dispuestas a acariciar, con los labios decididos a besar. Acá estuve de día y de noche, emboscado en las ramas, acurrucado en las tinieblas, apostado contra las vigas del sol, apoyándote cuando veía que tus pasos se acortaban o besándote la frente cuando enfermabas. Amando las manos que guardan la sabiduría del amor, el cabello en el que se enredan las esperanzas, los ojos en los que cabe el cielo con todas sus brisas y todas sus golondrinas. No me importó amarte a pesar de tus temores ni de tus dudas, de los prejuicios por la diferencia de edad ni del silencio con el que recibías mis palabras. Sabes que siempre te ame en cascada, cayendo en espirales, golpeándome contra las piedras, deshaciéndome en millones de partículas en quienes nacían pequeños arcoíris que te saludaban mientras iban aguas abajo…
Nota: Fotografía de Juan Ramón Rodríguez Sosa