Tejiendo Naufragios

Publicado el Diego Niño

¿Bogotá para todos?

multa-violinista

Salió de la casa para conseguir el dinero de los buses, las copias y la empanada con la que distrae el hambre. Sólo para eso. Las monedas no le alcanzarán para ayudarle a su mamá, que se parte el lomo para mantener a flote la casa.

En la estación sacó el violín, afinó y tocó. Al comienzo con desconfianza. Vacilaba, tropezaba, se equivocaba. Después se dejó llevar por la vibración que parecía emerger del fondo de su deseo de salir adelante con la música. Olvidó que estaba en un pasillo de doscientos metros de largo por el que deambulaban miles de personas a quienes les era indiferente Schubert. Algunos se inclinaban para dejar las monedas en la caja del violín que esperaba con las fauces abiertas.

Entre la masa de personas iba un policía con una chaqueta fosforescente que le confería aire de gorila interplanetario. Se acercó con pasos cortos, como si temiera perturbar al joven que tocaba con los ojos cerrados. El muchacho perdió la concentración cuando lo vio a su lado. El agente le pidió permisos, papeles, certificados para tocar en ese lugar. Probablemente el joven pensaba en su violín. Rogaba para que no se lo llevaran como se llevan los carros de frutas y las butacas en las que se sientan señoras a vender minutos. El violín oscilaba en su mano como el metrónomo con el que estudia en las noches. Lo dejó en la caja, al lado del arco. Erguidos uno y el otro, como si esperaran comprador. Sacó la billetera del bolsillo trasero del pantalón y le dio la cédula al policía, quien sacó la talonera y empezó a escribir el comparendo. La rabia se acumuló en las mejillas que fueron enrojeciendo a medida que pasaba el tiempo. La cifra que el muchacho vio en el comparendo le cayó como una carga que le arqueó la espalda. Se recostó contra la pared para que el peso no venciera sus piernas. El policía arrancó la hoja y se la dio. Le notificó que a partir del quinto día hábil la cifra crecería por cuenta de los intereses. El joven agradeció, como le enseñaron en la casa. El policía continuó caminando por el pasillo, mirando a lado y lado, atento para imponer el orden en la Bogotá para todos.

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Foto: Edgar Arroyo

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