Tejiendo Naufragios

Publicado el Diego Niño

Acuerdo

No se ven desde acá, pero están escondidos detrás de la caja de teléfonos. Ellos son los de menor rango. Los aprendices. El resto está regados por el barrio. No trabajan solos: van en parejas, algunas veces en grupos de tres o cuatro. Cuando menos se da cuenta, le caen por la espalda, le ponen el arma en el pecho, le quitan la plata y el celular. Algunas veces se lo llevan a las casas que están al borde de la montaña. Lo encierran hasta que su familia paga por el rescate. Algunas veces ni así lo sueltan; se lo quedan hasta dios sabe cuándo.

La policía hace lo suyo, pero no es suficiente. Capturan a diez, pero aparecen quince al siguiente mes. Encierran a un cabecilla y al momento es reemplazado por otro. No sólo se reproducen, también multiplican sus acciones. Por cada cabecilla capturado salen a robar con más rabia: saquean casas, hacen batidas y secuestran a decenas de vecinos.

Pero no crea que siempre fue así. Hubo un tiempo en el que vivimos en paz. El presidente de la Junta de Acción Comunal negoció con el mandamás de los malandros. Acordaron que los cabecillas serían parte de la Junta de Acción Comunal si entregaban las armas, no robaban, secuestraban, reparaban a los vecinos, ayudaban con la adecuación de parques y vías, promovían actividades culturales y delataban a sus socios.

No se nos hizo mala la propuesta a pesar de que es desagradable ver a los verdugos caminando por el barrio. Aunque eso es lo de menos: sin el desarme también los veríamos deambulando. La diferencia es que sin el acuerdo lo harían para robar y secuestrar. Mejor que trabajen por el bienestar del barrio, que harta falta que le hace. Y si no trabajan por el bien del barrio, que no trabajen para empeorarlo; finalmente no estarán robando ni secuestrando. Además, ¿qué daño hacen parloteando en la Junta de Acción Comunal? Ni siquiera llegan al cinco por ciento, por lo que no tienen la posibilidad de decidir.

Eso pensamos la mayoría de los vecinos, pero lamentablemente se le acabó el tiempo al presidente de la Junta. Lo reemplazó un muchacho que incumplió con los acuerdos. Primero, dilató la firma; después puso a la Junta a debatir sobre los acuerdos; al final firmó de mala gana, pero no dio la plata para que se cumpla lo acordado. Obviamente los malandros regresaron a las andanzas. Si el presidente de la Junta incumple, ellos quedan autorizados a incumplir. Es lo básico de cualquier acuerdo, de cualquier negociación. Los malandros nuevamente roban y secuestran. Quisimos hablar con el presidente pero se la pasa de viaje. Nunca está por acá. Tampoco sus hijos. Debe ser por eso que no le interesaba que los malandros regresaran a robar: ni él ni su familia viven en el barrio. Para ellos es fácil porque los muertos y los secuestrados los ponemos nosotros.

Me encantaría que viniera otro presiente a arreglar lo que dañó el jovencito este. O que regresara el anterior para que renueve los acuerdos. Me gustaría que los malandros dejaran de delinquir. No importa que deambulen por el barrio o que hablen carreta en la Junta. Lo importante es que podamos vivir en paz, que podamos trabajar, luchar sin que nadie venga a amenazarnos. Que podamos creer en el futuro y en la esperanza. Especialmente que volvamos a creer en la esperanza.

Comentarios