Cuando inicié mis estudios de Comunicación Social con énfasis en periodismo tuve una discusión con una docente. Hablábamos de la crónica e hice un trabajo que narraba la historia de un pequeño niño que cuidaba carros en la zona rosa. Mi crónica era sobre cómo la pobreza se volvía invisible a los ojos de los que tenían algo más, por casualidad o por esfuerzo, pero algo más. Al llegar a mi clase, a recibir la retroalimentación de la que en ese momento decía con orgullo ser una de las editoras de la revista SEMANA, me respondió, entregando mi hoja con desprecio, que la pobreza no vendía y que ya se había escrito demasiadas crónicas sobre la pobreza.
Ese mismo día, luego de decirle que no merecía la casualidad o el esfuerzo de ser docente y menos editora de una revista a la que en ese momento apreciaba, me fui a la dirección de la carrera y cancelé esa materia. Y finalizando el semestre, dejé el periodismo para siempre. Luego me vi, criticando con fuerza a aquellos periodistas que no narraban lo que necesitaba escuchar el país, esas historias que debían ayudar a recordar que como nación vivíamos la peor guerra civil, la más larga y la más dolorosa. Y en ese momento también comprendía con dolor que el periodismo, como lo dijo la profesora que ahora no suena ni truena en ningún lado, si tiene un precio: la opinión y la libertad de expresión.
Opinadores: Los bufones de la corte
Ya luego de más de 20 años de haber abandonado la idea de ser periodista y convertirme en publicista y docente, y de haber pensado en ese momento de decisión que cambió mi forma de ver la forma de informar en el país, recordé mis clases de historia de la comunicación, con la gran maestra y ahora líder del cuidado de la gastronomía colombiana Luisa Acosta, donde analizábamos cómo la comunicación evolucionó desde la edad media a nuestros días. Aunque en esa misma disertación recuerdo con desagrado a los bufones de la corte, eran comunicadores de lo ridículo, antecedían a las grandes decisiones para ridiculizar lo que el rey de turno quisiera que así fuera.
Y es en este recuerdo que puedo ver la comparación que ahora embarga mi visión de lo que sucede con los periodistas de Colombia: son bufones al servicio del rey. Personas que sin escrúpulos, por una monedas o favores del presidente de turno, lanzan sus borlas y movimientos exóticos que confunden a una corte que en el círculo más cercano encuentra maravilloso que sean los bufones, y no ellos, sean los que deban jugar con aquellos que más a la distancia no comprenden lo que sucede, pero que se distraen de lo importante de lo que sucede en la corte misma. En la Colombia de hoy hemos caído en un teatro que nos aleja de lo importante: la información.
En esta misma lógica, gracias a periodistas como Claudia Morales, Juan Carlos Velez, Vicky Dávila o Claudia Gurissatti y otros tantos, que se han convertido en opinadores, bufones de la corte, no han asumido la importancia de su rol como informadores y si como seres mezquinos que se regodean del poder del bufón, el que puede distraer por ser uno más de los participantes en las sobras de la mesa del poder político. Esto, cosa que no han entendido los susodichos opinadores, ha impactado en la visión misma de este hermoso y prostituido oficio.
La opinión tiende a ser una irresponsabilidad social, pues no podemos generar opinión sin la responsabilidad de lo que traduce esa fabulosa capacidad de hacer parte de un medio. Estos seres, hoy tan contundentes en apreciaciones para lo que sucede con el eterno expresidente, han olvidado lo que fue la guerra, las víctimas y las necesidades de los ciudadanos. Están vendiendo esa confianza que depositamos los ciudadanos en los medios, unos por desconocimiento, otros más por simple comodidad. Un opinador que no es capaz de asumir la responsabilidad de sus palabras, debería ser convertido en simplemente eso, en un bufón que con malabares y colores transforman la opinión pública, pero a su vez, los medios deberían solo permitirles ser eso, opinadores, sin oportunidad de volver a mencionar que son periodistas y mucho menos informadores.
La libertad vs la responsabilidad
Un medio de comunicación es un canal, es ese espacio en cualquier formato que la física de los sentidos permite la transmisión de ese flujo llamado lenguaje comunicativo. En este proceso, a los que muchos comunicadores hemos prestado principal atención y respeto, por lo que la academia ha logrado formar en nosotros, hoy se ve irrespetado por los canales, porque su propia esencia ha obedecido a intereses políticos y sobretodo económicos. Nuestros medios nacieron de la misma esencia del capital, del dinero que podían pagar algunos por tener un espectro de impacto que luego obviamente serviría para que los gobiernos de turno pudiesen relacionarse de manera interesada con ellos. Y es que quién, con una visión de negocios, no vería con buenos ojos hacer negocios, darle lo que necesita a aquel que le ha brindado la oportunidad de hacerse aún más rico.
El crecimiento de los medios en Colombia no solo ha sido abrumador, sino que tienen cajas de dinero que han construido monstruosidades indecentes que acuñan relaciones como la que hoy vivimos: los periodistas creen que comunican por opinar y los que opinan ya no lo pueden hacer porque son amenazados porque no van con los intereses de algunos medios y políticos… porque son responsables de lo que opinan, porque en su libertad de expresión son responsables de lo mismo y eso los hace vulnerables, humanos y realistas. Mientras tanto, estos “periodistas-periodistas” (lema que siempre me molestó por demostrar que debían repetir la palabra para decir que eran algo más de lo que dude siempre que eran) que dicen informar, se convierten en una pandemia peor que la que vivimos, pues así como la corrupción, han invadido lugares incluso dentro de los lugares de poder como la propia Casa de Nariño.
Pero lo que hoy los ciudadanos debemos reclamar es que los medios exijan a sus periodistas que si trabajan en pro de la información, no la enmascaren, busquen la verdad y se alejen del lugar del prejuicio, de la afirmación con intensión de desvirtuar y con preguntas que nunca tienen asidero sino en lograr poner en la agenda su propia visión. Y a los reales periodistas, les quiero pedir que no se dejen involucrar más con agendas de desinformación, que operen dentro de esa ética que nos dejaron aquellos que sacrificaron incluso sus vidas porque las sociedades no dependiesen de los intereses de políticos, corruptos y empresarios. Es el momento de que no sigamos en una lectura de la realidad desde opinadores sin responsabilidad, porque la libertad de expresión amerita la responsabilidad de expresión.