Esta semana vi un par de escenas que me encantaron, se aprende tanto observando a la gente que pasa a nuestro alrededor…
En el parque estaba un adulto mayor tomando clases de tenis con un instructor joven. Confieso que no sé nada de este deporte, así que es posible que cometa algún error en los términos que utilice para describir esta escena que vi. Parecía que era la primera clase, pues el señor le decía al profesor que no jugaba tenis hacía más de 30 años, que ya no tenía la destreza de antes… Y en cada instante que el profesor le lanzaba la pelota, él se disculpaba por no responder rápidamente con la raqueta y dejar pasar la pelota. El profesor le decía, que no se preocupara que lo estaba haciendo muy bien y resaltó la manera en que sostenía la raqueta y le dijo que esto era como montar la bicicleta que nunca se olvidaba. Me encantó la manera en que el profesor lo animaba a seguir.
Yo di una vuelta y luego volví a pasar y vi que seguían jugando, pero esta vez el instructor lo felicitaba cada tanto y le decía “muy bien, excelente golpe’. Así es! dale”… y el señor parecía otra persona de la que vi inicialmente, se veía emocionado corría de un lado a otro. Estaba imparable! Y Ahí pensé en el gran poder que tienen las palabras, cuando alguien confía en nosotros y nos alienta es como si regara un poco de polvo mágico que nos da confianza en nosotros mismos. El poder de las palabras.
Otra escena que vi y me encantó fue una niña de aproximadamente 6 años estaba con su papá y lloraba desconsoladamente. Todo parecía indicar que el papá le estaba enseñando a montar en bicicleta y la soltó para dejarla sola y cuando ella se dio cuenta que su papá no la sostenía se asustó y perdió el control de la bicicleta y se cayó. El papá, muy atractivo por cierto, le trataba de explicar a la niña que la había soltado porque ya no necesitaba su ayuda, pero la niña estaba muy brava y no quería volverse a montar a la bicicleta.
El papá, ya un poco desesperado porque la niña no dejaba de llorar, le dijo:
-Escúchame- se dijo tomando la carita de la niña entre sus manos. – Perdóname por haberte soltado, solo vi que ya podías sola y por eso te solté. Te prometo que no te volveré a soltar hasta que tú me digas. vale?
La niña asintió con la cabeza, pero aún así no se quería montar de nuevo a la bicicleta.
-Volvamos a intentar- le dijo el papá.
-No, porque me caigo.
-No te vas a caer… bueno y si te caes… ¿Qué pasa después de que te caes?-
-Pues lloro – respondió muy ofuscada la niña. El papá la miraba con ternura y le dijo
-Ok, te caes, lloras y después qué haces?
-Pues me sobo!- dijo la niña poniendo su manita en la rodilla. El papá soltó una risa y continuó… -Bueno, lloras, te sobas la rodilla y luego qué haces?
-Me sacudo- respondió la niña, el papá se rió de nuevo y le dijo
-Ponme atención: Si te caes, lloras, te sobas, te sacudes y después qué haces?
-Me levanto- dijo la niña
-Eso, muy bien, dijo el papá – Y te subes de nuevo a la bicicleta y lo vuelves a intentar. Yo ya te dije que no te voy a soltar hasta que tu me digas-
Y la niña lo abrazó de la pierna y levantó su pequeña bicicleta. Con ayuda de su papá lo volvió a intentar.
Al día siguiente los vi pasar, esta vez vi que el papá iba en su bicicleta y la niña también en la suya. Me dio mucha alegría verlos de nuevo. Y pensé, así es la vida, cuando a uno las cosas no le salen como uno quiere, uno llora un rato, se soba sus heridas, se pone de pie y sigue adelante.
Esos dos fueron los aprendizajes que tuve esta semana. Todos tenemos el gran poder de la palabra que puede sacar lo mejor de otra persona. Y la importancia de tener en cuenta el proceso que guardan los fracasos, el de siempre volverlo a intentar.
Y tú, ¿qué aprendiste esta semana?
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