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El momento en que se parte la vida

Atardecer en el Paso, Texas. Foto de F.F.

El viernes pasadas las cinco de la tarde estaba en un cajero de Bancolombia. Habíamos cuatros personas en la fila. Delante mío estaba una mujer joven, tendría 40 años aproximadamente,  estaba hablando por teléfono y le estaba agradeciendo a quien estaba al otro lado de la línea por poner a su papá en sus oraciones. Ya era su turno de utilizar el cajero, cuelga el teléfono y se acerca a la máquina.  Rápidamente se acerca un hombre y la saluda, parecía que era el esposo. Yo me asusté porque llegó corriendo y en estos tiempos uno nunca sabe.  Ella le dijo con cara de sorprendida, ¿por qué estás aquí, qué pasó?  El hombre estaba pálido, con el celular en la mano, le dice con la voz quebrada y ojos vidriosos -Tenemos que irnos ya. Ella se pone pálida, le dice subiendo el tono de la voz – ¿mi papá? se murió? él le dice, tomándola de la mano – No, pero nos llamaron para que fueras a despedirte. Ella rompe en llanto, lo abraza y él la abraza y en su rostro se ve que siente el dolor  y la toma de la mano rápidamente y se van.  

Todo esto ocurrió en cuestión de segundos.  Quienes estábamos ahí nos mirábamos con pesar, como sintiendo la angustia por lo que estaba viviendo esa pareja.  Una señora que estaba en el cajero de al lado dijo ¿será que tenía covid?…. nadie le prestó atención, silencio absoluto. Terminé de hacer mi transacción y me fui. 

En mi regreso a casa no hice más que llorar pensando en lo que deben estar sintiendo. Quienes hemos perdido a nuestros padres o a un ser querido, ese momento cuando se van, cuando ya es un hecho que el instante que más temíamos llegó, es una sensación como si el alma se saliera del cuerpo, como si el aire se agotara, como que esos primeros minutos todo ocurriera en cámara lenta, como que el ruido se desvaneciera, se asemeja a esas pesadillas donde queremos despertarnos y no podemos. Y estoy casi segura que si no fuera por el sonido que hace el llanto, esa otra dimensión en la que uno irremediablemente entra, escucharíamos nítidamente como se quiebra el corazón. 

Después de la muerte de un ser querido uno jamás vuelve a ser el mismo. Después de una pérdida es imposible volver a ser quien eras.  “Con suerte conseguirás reinventarte mejor que antes, a fin de cuentas ahora sabes más” como dice Rosa Montero en su libro “La ridícula idea de no volver a verte”. 

A veces pienso que no estamos entendiendo el mensaje que deja a su paso la pandemia. La vida es un suspiro. Y es como si esta situación durara un poco más y se quedara ahí hasta que nos demos cuenta lo realmente importante de nuestro paso por esta tierra, de nuestras relaciones, de la gente que tenemos y está ahí presente para quien quiera escuchar y procesar internamente su mensaje.   

La escena que vi, seguramente es una de muchas que cientos de personas están viviendo a diario.  Tenemos una vida, un momento, un día. Los momentos difíciles como una enfermedad, un accidente, la muerte, el dolor llega sin paliativos y rompe todos los esquemas. Eso debería bastarnos para centrarnos en lo esencial. En crecer como personas, en la importancia de que nos duela el dolor del otro, en el amor, la compasión, la amistad, las buenas acciones, vivir un día a la vez. 

“Asumir la finitud conlleva vivir la vida de una manera diferente”

 

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