Reflexiones

Publicado el RicardoGarcia

2022: ¿Inicio de una transición política?

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El año estuvo definido, sin duda, por el cambio de gobierno; no necesariamente por una transformación en el orden político. Las cosas resultan más creíbles si se piensa en el comienzo de una transición que mira hacia un modelo nuevo, cuyos trazos aún no aparecen bien definidos en el horizonte.

Los cambios en la sociedad no son abruptos y los paradigmas no nacen ex – nihilo, no surgen puros como si tuvieran origen en la nada; tampoco el orden existente desaparece total y radicalmente, como al soplo de un empujón mágico.

El proceso social, en coyunturas críticas, puede suponer, sí, un cambio; pero no sin que antes se configure el nudo que une el pasado con el futuro, ese paso por los bordes del precipicio, el que impide la nada, tan problemática en la física como en el poder. Se trata de la transición, un fenómeno que mezcla ese pasado -a veces real a veces fantasmal- con el futuro imaginado.

La Transición o el camino desigual

 La transición es un proceso de avances desde un estado de cosas, en el que surgen demandas insatisfechas, hacia un horizonte que toma forma en un proyecto con sus planes y metas, con sus actores y tensiones, con sus alianzas y transacciones.

Sustituye el salto y elude el vacío. Lentifica el encuentro con el porvenir, pero quizá lo asegure de mejor manera. Recoge elementos del viejo orden, en el que se han abierto troneras, por las que asoma la posibilidad de otra existencia, de otro mundo. Así mismo, atrapa retazos del futuro, con la emergencia de instituciones germinales o de relaciones subversivas, nacidas en el mundo de las necesidades y confirmadas en el espacio de las libertades y de la voluntad; espacio este conquistado contra las mustias pasiones de la tristeza, las del opresor y las del pastor, según lo señalara Spinoza en el siglo XVII.

Es un proceso, entonces, de mixturas, en el que concurren instituciones ancladas en el viejo orden y relaciones sociales con trazas de futuro: cambio y reacción.

El año político

El acontecimiento que comunicó su signo más marcado al año que termina no fue otro que la llegada al poder de Gustavo Petro. En sí mismo, representa un cambio. Introduce un elemento de mayor pluralidad en el sistema político; exactamente de una más importante alternancia en el poder dentro de la democracia electoral.

Esta última casi siempre ofreció en Colombia la posibilidad de alternativas distintas para llegar al gobierno, es cierto; pero, generalmente, dichas alternativas no conformaban más que formas de recambio entre las mismas élites, aliadas todas ellas dentro de un mismo modelo de régimen político.

Con Petro, proveniente de la izquierda, el alcance es mayor en esa alternancia, ahora enriquecida por la sencilla razón de que una contra-élite ideológica y política puede hacerse con el control del gobierno. Que es la posibilidad que se visualiza como parte del orden político; esto es, una circulación y renovación de las élites, mucho más amplia como parte del régimen.

Los otros dos acontecimientos políticos, relacionados con una agenda legislativa que se ha llevado adelante y que se ha concretado en hechos con incidencia social son la reforma tributaria y la ley de la Paz total; dos avances que al mismo tiempo confirman la situación venturosa de la coalición gobernante, cuyas mayorías sin falla han asegurado la aprobación de la agenda legislativa. Es un hecho que por otro lado fija la permanencia de los partidos tradicionales que representan los consuetudinarios vicios del orden político.

 Componentes de la transición

Así, la transición ofrece la aleación de metales diversos y contradictorios pero ensamblables:

  1. La llegada al poder de Petro, un ascenso inédito de la izquierda, representa el elemento del cambio, por las transformaciones que pueda acarrear en materia de alternancia, factor de enriquecimiento democrático.
  2. La Reforma tributaria y la ley de Paz total encarnan muy apropiadamente lo que es una transición, en cuanto instrumentos que pueden desatar fenómenos para acercar algunas transformaciones, propias del cambio que podría venir; esto es, despejan posibilidades de futuro, en equidad social y en terminación de la guerra, aunque no todo ello sea tan seguro.
  3. Los partidos y las coaliciones, tal como se presentan ahora, significan la permanencia de los malos hábitos y del clientelismo en la política, lo cual incorpora todo lo malo y perverso, que está enraizado en el pasado; algo que por otra parte podría perpetuarse con una reforma política que no esté bien concebida y orientada.

El cambio, signo de los tiempos, entraña discursos y narrativas alternativas; renovación de las élites gubernamentales y del personal político; innovación en las prácticas y técnicas del qué hacer institucional; una agenda de transformaciones efectivas en la sociedad; la inclusión de otras identidades en formación y la democratización interna de los partidos.

El reto que se impone es el de llevar la transición hacia la reforma social y hacia la modernización del orden político; en otras palabras, hacia una ética bien entendida de lo público, tanto en el discurso como en la praxis.

Sin embargo, no hay que olvidar la llamativa advertencia de Guillermo O’Donnell sobre las transiciones democráticas, en el sentido de que ellas agencian algunas tendencias no-democráticas y viciosas; las mismas que más tarde pueden ser asimiladas por el proyecto de cambio, con todas las desviaciones que ello puede entrañar.

 

 

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