
Ser mujer es un campo de batalla. Lo es a diario, luchamos con nuestro ser, con el cuerpo, la talla, la dieta, el maquillaje, el prejuicio y contra todas las demás féminas que se atrevan a quitarnos nuestra versión propia de príncipe azul.
Es bien conocido, que el mundo de las mujeres es casi indescifrable para los hombres, no nos entienden, y supuestamente tampoco nos entendemos. Quizá sea cierto, por ejemplo: ¿cómo es comprensible que nos guste usar tacones a pesar del dolor que representa usarlos? La convivencia entre mujeres se complica aún más por los celos y la envidia, “ella tiene mejor cuerpo” “Ella es talla seis y come más que yo” “Ella sabe combinar la ropa mejor” “Tiene ojos grandes y pestañas largas” y así, etc, etc.
Es absurdo, siempre vivimos envidiando lo que tiene otra mujer, nos cuesta mucho valorar lo que brilla en nosotras, y sin ton ni són nos autodenominamos “feas”, sin clemencia por nuestra autoestima. Seguimos compitiendo por el amor de un hombre, seguimos pensando que la más delgada gana, porque si la otra es “robusta” merece el apelativo de “gorda”, una palabra que aún en estos tiempos seguimos tomando como insulto. Nos envidiamos tanto que buscamos copiar a la otra, a costa de lo que sea; dietas absurdas y abusivas para nuestro sistema digestivo; cirugías en clínicas clandestinas que prometen darnos volumen, o bueno, quitárnoslo.
Lo que no sabemos es que sentirse bonita no es pasar por el bisturí muchas veces. Ser bonita se trata de apreciarse, de comer bien, de hacer ejercicio, de sentirse despampanante, aun siendo talla 12. De darse el lujo que romper el molde, siendo confiadas e inteligentes, con el cabello en tono rubio Barbie, pero teniendo una brillante carrera como ingenieras. De entender que un tipo casado que nos echa un piropo o nos invita a salir, por bueno que esté, está prohibido, y no solo porque no va a ofrecernos una relación sólida, sino porque estamos hiriendo a otra mujer: una hermana de nuestro género.
Nos gastamos la vida durmiendo menos por aparecer bien peinadas, bien maquilladas, correctamente producidas ante una sociedad que no respeta las diferentes formas de belleza, una sociedad que aún en la época que vivimos juzga y etiqueta las mujeres por usar un labial rojo, por tener el esmalte del manicure saltado, o por ser “poco femenina”.
Dejemos de envidiar y reconozcamos la belleza en todas: ella tiene lindas cejas, pero yo tengo ojos saltones, ella es alta pero yo soy bajita; aprendamos y enseñemos a nuestras hijas a amarse, mucho antes de querer amar a un ‘Superman’ que con canciones de Maluma, les prometa el mundo, y pierdan el norte para repetir la historia miserable de ser madres sin terminar siquiera una carrera universitaria.
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