Gustavo Petro es el alcalde electo de Bogotá y me parece un momento histórico importante. Tengo algunos miedos relacionados con la gestión que desempeñará liderando la capital del país, pero lo que más miedo me dio al confirmar la noticia fue constatar la agresiva reacción de muchos ciudadanos frente a los resultados de las elecciones.
A mí me asusta el clima de intolerancia que se hace evidente en la ciudad y que a mi juicio se explica desde el trauma que nos dejó la nefasta administración local actual, pero también desde la herencia de odio que legó el anterior Gobierno nacional.
A través de mensajes contundentes que vi en las redes sociales, en el cubrimiento de algunos medios y en las opiniones de politólogos y líderes de opinión, conversando aquí y allá, me quedó clara la inmensa polarización en la que vivimos, y que de nuevo le atribuyo a la herencia de años de políticas que intentaron dividir al país en “buenos y malos” y que se han encargado de fomentar el odio profundo hacia el pensamiento diferente.
Creo que además de los retos naturales que enfrentará Petro como alcalde de esta ciudad (la pobreza, la inequidad, la movilidad, la salud, la educación, la vivienda, entre tantos temas), tendrá que luchar también contra esa polarización, contra la ignorancia y contra la rabia de la gente que ayer escribió en su perfil “Hoy Petro Alcalde, mañana Garavito Director de Bienestar Familiar”. ¿Qué?
Que Petro es ex guerrillero es un hecho. Pero Petro es también, como se definió en su discurso anoche, “hijo de un proceso de paz”, de la Constitución de 1991. Una oportunidad interesante para los colombianos que no creemos en la guerra como salida del conflicto.
Entre la información cruzada que revolotea en el aire, algunos interpretaron el triunfo de Petro como un paradójico golpe tanto para el uribismo como para las FARC. Para el primero por razones evidentes, el gran opositor de Álvaro Uribe y sus políticas ha sido Petro, para las FARC porque tener a un hombre con su perfil, elegido democráticamente como el alcalde de la ciudad más importante del país, es una muestra de que las armas no son la única vía para acceder a un espacio desde el cual buscar una sociedad más equitativa. Pero creo que su elección sólo será un verdadero golpe para la guerrilla si Petro logra efectivamente trabajar desde su administración para contrarrestar la inequidad. No basta con llegar a nombre de la izquierda.
Y aquí entra otro tema a la ecuación. Gustavo Petro, quien nos ha enseñado la importancia de la oposición para una democracia, tiene el reto de ser coherente y permitirle a su oposición hacer lo propio: exigir, cuestionar y buscar la inclusión de voces diversas en las políticas distritales. Habrá que ver si sus opositores también están a la altura, si argumentan con inteligencia en vez de seguir en la descalificación.
Pero Petro también tendrá que estar a la altura de los que decidieron castigar al Polo quitándole los votos que lo mantuvieron en el poder tantos años: Petro tendrá que luchar para no ser el desperdicio histórico que ha sido el Polo y para pasar de ser un crítico implacable a un administrador ejemplar. Y los ojos estarán puestos en quienes escoja para trabajar con él y deberá escoger al mejor equipo sin tener un partido sólido de base. Ojalá esto le posibilite rodearse de un equipo conformado por personas más capaces, de diferentes ideologías, y no por cuotas políticas.
El mensaje del derrotado candidato del Polo, Aurelio Suárez, una vez conocidos los resultados, fue desde mi mirada un buen comienzo para Petro: detrás de sus palabras señalando la distancia entre los planes de gobierno del ganador y del partido oí respirar por la herida a los castigados por haber permitido que el partido -cuya responsabilidad histórica era demostrar que la izquierda democrática podría cambiar la manera de hacer política en el país- se convirtiera en lo que Samuel y sus cómplices lo convirtieron.
Me sorprende que Bogotá, después del desastre de Alcaldía que vivimos en la actualidad, volviera a votar masivamente por la izquierda, pero me alegra que el Polo fuera doblemente castigado con los resultados de ayer; además de obtener una paupérrima votación, resultó premiado el “traidor” del partido, aquél que tuvo el valor de denunciar lo que pasaba al interior del mismo desde mucho antes de que el barco empezara a hundirse.
Pero la ruptura con el Polo no eximirá a Petro de ninguna responsabilidad: tendrá que demostrar que las políticas sociales que lleva años defendiendo desde las leyes son viables desde la administración. Y tendrá que convencer a quienes votaron por él, pero también a miles de opositores que de entrada no le perdonan su pasado político.
Tengo miedo pues de que Petro y su equipo no den la talla, tengo miedo de que la oposición no dé la talla y a esos miedos se suma otro: esta vez no experimentaré el placer de decir se los dije cuando el ganador comience a pelar el cobre. Más bien tendré que asumir que le di un voto de confianza a la posibilidad de una política de inclusión en medio de un clima de extrema polarización.
Mientras escribía esto me preguntaba cuánto tardarían los opositores de Gustavo Petro en buscar una manera de invalidar su legítima votación; fue menos de lo que esperaba. Ya comenzaron a circular mensajes convocando a marchas por la supuesta inhabilidad de Petro para ser Alcalde. No son más que gritos intolerantes de quienes creen que puede ignorarse la voluntad de muchos, porque les molesta a pocos. A muchos tampoco nos gustaba Álvaro Uribe en la Presidencia, les digo, pero no tuvimos más remedio que aguantárnoslo porque así es la democracia.