Desde hace medio siglo los impactos humanos sobre las ciénagas en las zonas bajas del río Sinú causan catástrofes ambientales. Los pescadores llevan años intentando recuperarlas. Van más de 80.000 hectáreas perdidas.

Desde el 2013 los pescadores artesanales del Bajo Sinú han recuperado las tradiciones de los indígenas zenúes para adaptarse a las dinámicas de las ciénagas. Las inundaciones y sequías se han vuelto más extremas. / Gustavo Torrijos

Por: Daniela Quintero Díaz (@DanielaQuinterd / @BlogElRio)

El 15 de mayo de 2003, sobre las 11 de la mañana, el cementerio central de Lorica (Córdoba) se llenó de gritos y llantos. Cerca de diez mil familias de pescadores que vivían en las inmediaciones de la Ciénaga Grande del Bajo Sinú llegaron en una procesión. Sobre sus hombros cargaban un ataúd construido con las tablas de una vieja canoa que llevaba a un enorme bocachico. Se trataba, expresaron, de la muerte simbólica de este pez que durante años les quitó el hambre, pero que ya no estaba llegando a las ciénagas.

¿Por qué? La escasez de bocachico, señalaban (e insisten todavía), se debe en parte a la barrera puesta por la hidroeléctrica Urrá I en la parte alta del río Sinú, con una altura de 73 metros, que impide que estos peces migratorios suban hasta sus lugares de reproducción y que sus huevos fecundados viajen con las aguas del río hacia las partes bajas, donde están las ciénagas, y donde nuevas generaciones de bocachicos se alimentan y crecen, fuente de comida para las familias aledañas. (Puede leer: La nueva propuesta para mejorar la gestión del agua en Colombia)

Hace un mes, mientras gran parte de los ojos del país estaban puestos sobre la emergencia que causó el desbordamiento del río Cauca en La Mojana, algunos kilómetros más hacia la costa Caribe, las lluvias y el desbordamiento del río Sinú afectaban también las zonas rurales de Córdoba, principalmente en Lorica. La fuerza del Sinú abrió dos puntos de desbordamiento en menos de 12 horas y dejó a 170 familias inundadas y más de 1.000 hectáreas de cultivos destruidas. Sin embargo, con el agua llegó una buena noticia para los pescadores: el río pudo colonizar esos espacios a los que hace un tiempo llegaba y, entonces, volvieron a ver los alevinos de bocachicos.

Las pesquerías continentales se han reducido cerca de un 80% en Colombia. / Foto: Cortesía Fundación del Sinú.

“El deterioro de los espejos de agua ha hecho que ya no haya zonas de amortiguamiento ni playones. Y la especie que más se ha adaptado a eso es la tilapia, que no es natural, es exótica, introducida a nuestro medio. Esa es la que nos ha mantenido un poquito el nivel alimentario nuestro”, asegura Enildo Cantero, presidente de la Federación de Pescadores Artesanales del departamento de Córdoba. “Pero con este invierno, cuando se desbordan las quebradas y hay abundancia de agua, llega el bocachico. Y en estas semanas hemos visto cientos de alevinos”. (Le puede interesar: “Este libro es una carta de amor a Colombia”: Wade Davis)

Pese a las incertidumbres sobre los impactos de Urrá que permanecen en las comunidades, lo cierto es la agonía del Complejo Cenagoso del Bajo Sinú, declarado área protegida en la categoría de Distrito de Manejo Integrado (es decir, con uso sostenible de los recursos naturales), tiene varios orígenes. Muchos vienen desde hace más de medio siglo.

Los errores históricos

Playones de ciénaga en época de sequía. / Foto: Cortesía Fundación del Sinú

En la década de los 50 empezaron los tropiezos que tienen hoy a las ciénagas del Sinú en cuidados intensivos. Uno de los primeros impactos vino de la construcción de vías que buscaban conectar a comunidades como Montería-Medellín, Montería Arboletes, Montería-Lorica o Cereté-Lorica. Muchas de estas fueron construidas sobre las ciénagas y los terraplenes levantados taponaron los caños que unían a la Ciénaga Grande del Bajo Sinú con el río. Los niveles de agua comenzaron a reducirse, y grandes extensiones de tierras fértiles se despejaron. “A medida que estos pueblos se fueron desarrollando, los hacendados empezaron a perfilar en épocas de verano aquellos sitios por donde podían hacer caminos y carreteras”, asegura el investigador Víctor Negrete, fundador de la Fundación Sinú y quien ha dedicado su vida a estudiar los conflictos sociales y ambientales del departamento de Córdoba. “Cuando las aguas se recogían, corrían las cercas a las zonas secas, y cuando regresaba el invierno las cercas estaban metidas en el agua, entonces empezaban a desecar, a abrir canales, a levantar terraplenes y a rellenar hasta ese punto, afectando profundamente el curso del agua”, explica. Incluso, agrega, el Gobierno Nacional, hasta bien entrado el siglo pasado, seguía considerando que estas ciénagas eran “charcos de agua”, que producían mosquitos y podían ocasionar enfermedades, por lo que los tapaban.

El segundo gran impacto, dice Negrete, se dio a finales de la década de los sesenta y principios de los setenta, cuando el Instituto Colombiano de Reforma Agraria (Incora) desecó más de 12 mil hectáreas de ciénagas en la zona del Sinú Medio, generando un lío de titulación y tierras que permanece hasta hoy. Los territorios desecados y “baldíos” fueron entregados a campesinos sin tierra. “Actualmente estamos solicitando que se cumpla la Sentencia T-124 de 1999, que dice que lo público vuelva a ser público, y se recuperen los territorios secados de las ciénagas para que vuelvan a ser lo que son: cuerpos de agua”, afirma el líder pescador.

El tercer período llegó con el acaparamiento sin contemplación, entre la década de los ochenta y noventa, con el afán por secar los humedales total o parcialmente, a lo que se sumó —señala el experto— la “desprotección por parte de las entidades gubernamentales y la indiferencia o impotencia de las comunidades”. Este fenómeno ha sido imparable hasta la actualidad, en donde además de ganadería extensiva, los humedales han sido colonizados por búfalos, que alcanzan a destruir lugares a los que las vacas no llegaban. Negrete, quien desde los años 70 recorre las zonas rurales de Córdoba haciendo un seguimiento al deterioro de las ciénagas, ha visto cómo ha cambiado el paisaje. En total, calculó hace casi diez años, de las 140.000 hectáreas de humedales que se conocían en el departamento, se habían perdido más de 80.000. Eso, explica, sin tener en cuenta las aguas subterráneas. (Le recomendamos: Cartagena se está hundiendo)

Pérdida de fuentes de agua en Cereté entre 1950 y 2005. / Mapa cortesía Fundación del Sinú.

Hace 22 años, cuando hasta ahora empezaba a hacerse visible la pérdida de las ciénagas por desecamiento, la Corte Constitucional, a través de la sentencia que mencionaba el pescador, ordenó a personeros, alcaldes y concejales de 14 municipios de la zona (como Montería, Lorica, San Carlos y Cereté) “suspender toda obra de relleno y desecación de pantanos, lagunas, charcos, ciénagas y humedales en el territorio de sus municipios”. También instaurar acciones para recuperar el dominio público de esas áreas que pertenecían a los cuerpos de agua, pero que fueron desecadas y apropiadas por particulares, y dar prioridad a la recuperación de los humedales. A la Gobernación de Córdoba se le ordenó, por su parte, que coordinara y garantizara el cumplimiento de tales tareas por parte de los municipios. Hasta ahora, aseguran los habitantes de la región, poco o nada ha pasado.

En 2005, la Defensoría lanzó una resolución para hacer cumplir la mencionada sentencia, pero solo hasta hace unas semanas, 15 años después y tras la presión de las comunidades, empezaron las reuniones. Al cierre de esta edición, estaba teniendo lugar la tercera. “Entregamos un pliego de peticiones y esperamos que nos entreguen buenas noticias. Que la Agencia Nacional de Tierras nos entregue claridad sobre las tierras de los campesinos y humedales en Córdoba”, insiste Cantero.

Recuperando las tradiciones y la ciénaga

Comunidades de pescadores artesanales han empezado a impulsar proyectos para la restauración de las ciénagas del Bajo Sinú. / Foto: Cortesía Fundación del Sinú

“Cuando yo era niño alcancé a disfrutar de las bondades y la riqueza de la ciénaga. Era un sitio lleno de fauna y flora, y mucha diversidad. Veía cómo mi abuelo tiraba una atarraya a un caño y la sacaba con muchas especies de peces, y era feliz”, cuenta Juan Coneo, vocero de Asoprapur, la Asociación de Productores, Pescadores, Agricultores y Artesanos Agroecológicos de Purísima. (Le puede interesar: Colombia tendrá una Comisión Accidental del Agua. ¿Por qué es un paso muy importante?)

También recuerda ver a sus padres y a sus abuelos sembrando patilla, frijol, maíz y habichuelas. Conocían el ciclo y los movimientos del agua, habían desarrollado habilidades casi anfibias. “Como si tuvieran un calendario sabían de memoria las épocas de sequías e inundaciones. Cuando las tierras fértiles quedaban expuestas sembraban alimentos, cuando se inundaban hacían las faenas de pesca. Pero esas dinámicas fueron cambiando cuando empezaron las construcciones de la represa. Ahora se inunda cuando desde allá sueltan agua y se seca cuando la retienen. Esas transiciones naturales que conocíamos se perdieron, y no pudimos saber más cuándo sembrar”, afirma. “Empecé a sentirme como un hijo de campesinos sin tierra y de pescadores sin agua”.

Por eso, tras las graves inundaciones de 2010 y 2011, las comunidades campesinas y de pescadores artesanales iniciaron un nuevo proyecto. A punta de palas, picas y carretillas empezaron a sacar tierra al borde de los caños y las ciénagas. Buscaban replicar el modelo de sus ancestros, los zenúes, que crearon un sistema de canales y drenajes capaces de regular y distribuir el agua. Se trató de la obra hidráulica más extensa y sofisticada de Latinoamérica. Era, explica Coneo, un modelo en el que, sin intervenir el flujo natural del sistema hídrico, “lograron tener una vida digna y suplir sus necesidades básicas, como la alimentación y la vivienda”. Entre 2013 y 2019 ellos  hicieron lo mismo y hoy, asegura, este proyecto es la muestra de que esta adaptación está funcionando.

Además, crearon el movimiento social “El Agua Contando Historias”, en donde reúnen las voces de quienes habitan las ciénagas para contar lo que han vivido, y las afectaciones que han visto en estos ecosistemas en las últimas décadas. Al visibilizarlos esperan que puedan terminar en decisiones que generen cambios.

“Mucha gente no ha entendido que la pérdida de estos humedales no se trata solo del agua física. Sino que hay una comunidad que pierde gran parte de lo que sabe y conoce. Desaparecen no solo los peces, sino las aves, los reptiles, y los mamíferos. Se pierden árboles maderables, ornamentales, medicinales. La alimentación cambia, la movilidad cambia, el lenguaje cambia”, afirma Negrete. En sus cuentas, se han perdido casi 500 palabras, entre nombres comunes de plantas, animales, enseñanzas y temas musicales que ya no se utilizan.

Por la dinámica natural de esta zona, las ciénagas y sus tierras aledañas seguirán inundándose. Lo cierto es que las comunidades de pescadores artesanales, campesinos e indígenas de estos territorios han empezado a implementar modelos basados en el legado de sus ancestros para adaptarse.

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