Wade Davis, el reconocido antropólogo y etnobotánico, recorrió durante 5 años el río Magdalena escuchando a comunidades, reconstruyendo la historia del país y tratando de comprender su compleja geografía. Hace poco publicó el libro que resume esa travesía: Magdalena. Historias de Colombia. 

Wade Davis recorrió por cinco años la cuenca del Magdalena. En la foto se encuentra visitando el PNN Chingaza. / Xandra Uribe

Por: Daniela Quintero Díaz (@DanielaQuinterd / @BlogElRio)
Fotos: Cortesía Xandra Uribe y Wade Davis

La primera vez que Wade Davis pisó Colombia tenía 14 años. Su madre, una profesora en Canadá, había hecho todos los esfuerzos para mandarlo a estudiar español, “el idioma del futuro”. Mientras sus compañeros de viaje canadienses se instalaron en los barrios más ricos de Cali, Davis llegó a una casa de campo en las montañas de Dapa, un pequeño corregimiento del municipio de Yumbo, en el Valle del Cauca. Allí, cuenta, lo recibieron con la calidez de una familia típica colombiana. Un padre tranquilo y cariñoso, una madre que siempre estaba esperando por él, una abuela amante de su jardín de flores y unos hermanos alcahuetas que le permitieron darse cuenta de que había encontrado su lugar en el mundo.

Luego de volver a su país, y de convertirse en un antropólogo cansado de leer sobre los indígenas en sus libros de Harvard, decidió cruzar una vez más el continente para llegar al Amazonas colombiano. Siguiendo los pasos de Richard Evans Shultes, un legendario explorador y botánico que dedicó gran parte de su vida a estudiar nuestra selva, publicó en el año 2002 El río, su primera obra sobre Colombia.

Mientras el país firmaba el Acuerdo de Paz, en un período de optimismo y esperanza, nació la idea de hacer un nuevo libro. Uno que contara la historia (y las historias) de un país único, atravesado por la guerra, que empezaba a renacer. Durante cinco años Davis se dedicó a recorrer en moto las trochas y las veredas, a ponerse las botas de caucho para subir a páramos y montañas, a andar por los caminos de los arrieros a lomo de mula y a navegar por los brazos y ciénagas del Magdalena, viendo en el río el reflejo del espíritu de Colombia.

Para Wade Davis, el libro “Magdalena. Historias de Colombia” es una carta de amor para un país que fue la fundación de su vida. / Foto: Xandra Uribe

Magdalena. Historias de Colombia (sello editorial Crítica), como tituló su última obra, es un viaje por más de 1.500 kilómetros desde el macizo colombiano hasta Bocas de Ceniza, que pasa por nuestros períodos de Conquista e Independencia, de esclavitud y de palenques, por las caucherías del Amazonas y José Eustasio Rivera, por las épocas más oscuras del conflicto y la violencia, y por la sabiduría de las comunidades ancestrales que son ejemplo de respeto por la naturaleza. Todo está conectado por el gran río. (Le recomendamos: Fragmento del libro «Magdalena. Historia de Colombia» de Wade Davis)

Como él afirma, el libro es una carta de amor para un país que fue la fundación de su vida. “Colombia”, dice, “es un regalo del río Magdalena. Y el río Magdalena es la historia de Colombia”.

Wade Davis con el Mamo Camilo y Jaison Pérez Villafaña en Bocas de Ceniza. / Foto: Xandra Uribe.

¿Por qué el río Magdalena?

Algo muy curioso es que cuando presentamos al mundo la riqueza de Colombia solemos hablar de los ríos y los bosques del Amazonas. Los ríos Caquetá, Putumayo, Vaupés y Guaviare. Y nos olvidamos que el río más importante es el Magdalena. Es como si hubiera una amnesia generalizada sobre el río en el que no solo viven cuatro de cada cinco colombianos, el corredor del comercio y la fuente del 80 % de ingresos de la nación, sino el que también es la fuente de la cultura colombiana. La madre de los 1.025 ritmos musicales de Colombia.

“Cuando yo estuve viajando por la cuenca durante cinco años siempre hubo un tema muy profundo, desde los pescadores, hasta los poetas, hasta los políticos, y era que para limpiar nuestra alma y para alcanzar un sueño nuevo de país teníamos que limpiar el río. Es que el río es el país y el país es el río”, Wade Davis. / Foto: Wade Davis.

Para los que vivimos en el centro o en las grandes ciudades el río no ha sido tan cercano a nosotros. Nos hemos acostumbrado a darle la espalda. Sin embargo, el libro nos muestra cómo todo está interconectado…

Siempre he dicho que la geografía de un país traza su propio destino. Y gran parte de los desafíos de Colombia se deben a su topografía, que es casi imposible. En el siglo XIX, cuando Bogotá era llamada la Atenas de Suramérica, todo lo que entraba a la capital -la maquinaria, los objetos de valor, los pianos, todo- tenía que llegar cargado a lomo de mulas. Esas mulas y sus arrieros recorrían caminos entre las montañas que eran como cordones umbilicales que conectaban a las ciudades con el río Magdalena, y que les permitieron a los colombianos establecerse en una tierra de montañas. Por muchos años las ciudades principales de Colombia se conectaron con el mundo a través del río Magdalena, pues era la única forma en la que los productos colombianos podían salir del país, y otros podían llegar a Colombia. Pero lo curioso es que para los colombianos se trataba más como de una frontera, y no de una arteria principal y la conexión con el resto del mundo, que es como lo vemos desde afuera. (Le puede interesar: Colombia tendrá una Comisión Accidental del Agua. ¿Por qué es un paso muy importante?)

¿Esa geografía casi imposible de Colombia es también lo que lo hace un país único?

Esa geografía es la que hace a Colombia el país más diverso en el mundo, ecológicamente hablando. No hay lugar en el país que quede a más de un día de cada nicho ecológico conocido en la Tierra. Solo en Colombia se puede pasar por una costa desértica, caminar por humedales tan brillantes como el cielo, ver cómo los bosques tropicales se unen con los valles vírgenes templados, encontrarse con una selva amazónica sinfín y llegar a las planicies eternas de los Llanos. Es un territorio bucólico que nunca encontrarías en el Viejo Mundo. Y lo más bello es que esa diversidad de su topografía y geografía encontraron su espejo perfecto en el espíritu de Colombia. Por momentos plácido y calmo, en otros tiempos explosivo y violento, como una montaña que se sacude y se desmorona al mar.

Wade Davis tomando apuntes para su último libro en Honda, al lado del Río Magdalena. / Foto: Xandra Uribe.

Para mí, Gabriel García Márquez, que regaló al mundo y a la literatura el realismo mágico, más que un escritor de ficción, fue un periodista que se dedicó toda su vida a escribir lo que vio. Lo maravilloso fue que vivió en un país en donde el cielo y la tierra convergen de manera regular para revelar destellos de lo divino. Esto es lo que hace a Colombia tan hermosa y tan sublime, la riqueza de los paisajes y la belleza de su diversidad. Es como si la cordillera de los Andes, tras levantarse, se encontrara con el espíritu colombiano y se detuviera. No puede llegar más allá. Entonces se condensa en este accidentado nudo de montañas, el Macizo colombiano, desde donde nacen las cinco arterias fluviales más importantes del país: los ríos Magdalena, Cauca, Putumayo, Caquetá y Patía; y las tres cordilleras que corren y se desvanecen hacia el norte.

Cuando caminas los antiguos caminos precolombinos que cruzan el macizo hay un punto en el que, dependiendo del lado del Magdalena en el que estés, puedes literalmente estirar un brazo y tocar el nacimiento de la cordillera Oriental. O con la otra mano tocar el nacimiento de la cordillera Central. Es increíble, porque de verdad puedes tocar los orígenes geográficos de la que yo creo que es la nación más maravillosa del planeta.

El recorrido por el libro es también una muestra de la violencia que el país ha atravesado durante su historia…

Todos los grandes ríos se convierten en metáforas de la historia de la nación. Y, en muchas formas, el Magdalena ha visto y ha vivido todos los capítulos de la historia de Colombia. Por eso el título del libro es Magdalena: historias de Colombia, porque más allá de mostrar el río, estuve tratando de encontrar colombianos que tenían algo que decir, y que el mundo tenía que escuchar y entender. Mi intención fue tratar de presentar una imagen de Colombia distinta. Claro que ha habido 50 años de conflicto, claro que hay 260.000 muertos y siete millones de desplazados. Los ríos y las quebradas se llenaron de sangre, y el río Magdalena se convirtió en el cementerio más grande del país. Pero Colombia es mucho más que eso. Es un país de colores y cariño.

Lo que también hay que gritarle al mundo es que ese conflicto de 50 años fue totalmente un conflicto por la cocaína, y que la responsabilidad sobre eso la tiene el resto del mundo.

Ya vimos que la guerra contra las drogas no funcionó, y que solo resultó en más cultivos y más personas consumiendo como nunca antes. Para mí, la salida está en descriminalizar las hojas de coca y crear un mercado sobre lo benigno, lo nutritivo, que ha sido usado por más de 500 años por las comunidades indígenas sin evidencia de toxicidad o adicción. El problema que tenemos con la guerra contra las drogas es que ninguno de los lados quiere que se acabe, ni los carteles ni los oficiales antidrogas de Estados Unidos.

Wade Davis, Juan Gonzalo Betancur y Xandra Uribe en Puerto Wilches, Santander. / Foto: Cortesía

¿Ese río al que le hemos dado la espalda y hemos contaminado, pero sigue corriendo en búsqueda de vida, podría ser también una muestra de la resiliencia de los colombianos?

Sin duda solo los colombianos podrían sobrevivir a un conflicto así de duro. Para mí es impresionante ver cómo con medio siglo de guerra el país ha logrado mantener su democracia, su sociedad civil, su cuidado y conservación de la naturaleza con tantos Parques Nacionales Naturales. Creo que con el río pasa lo mismo. Durante toda nuestra historia ignoramos el río, y en los tiempos más oscuros del conflicto lo convertimos en el cementerio de la nación. Sin embargo, él siempre siguió corriendo, como un río de vida, y nunca nos abandonó. Nos dio en cambio la pulla, la cumbia, la tambora, la cultura, la literatura, la poesía, la oración. Ya es momento también de devolverle eso al río y dejar que se depure de todo lo que lo ha mancillado.

Aunque por años los científicos y las comunidades llevan diciéndonos que somos un país de agua, un país anfibio, parece que aún no hemos aprendido lo que significa. Actualmente hay muchas propuestas que podrían afectar el Magdalena. ¿Cómo conectar esos conocimientos con quienes toman las decisiones?

Gran parte de la grandeza del Magdalena es que es un río funcional, de trabajo, y siempre lo ha sido. Es la fuente de la energía que ilumina a las grandes ciudades de Colombia, y de recursos que se necesitan para la economía. Aunque Colombia tiene que compensar sus necesidades, es importante que esas necesidades tengan en cuenta que la preservación es la esencia de este país. Hay que encontrar un punto medio, un balance. El problema con las represas del Magdalena, por ejemplo, es que no fueron pensadas para permitir la migración de peces, y eso es increíble. En términos de planes futuros, los colombianos tendrán que decidir si lo que quieren es responder a intereses de grandes empresas que quieren construir 12 represas en el Magdalena o conservar su patrimonio más grande, que también le ayudará a compensar sus necesidades.

El libro dice que el atributo más grande de Colombia es su naturaleza, ¿por qué?

Colombia, más que ninguna otra nación, fue concebida con una visión desde la naturaleza. Simón Bolívar odiaba a los españoles, pero lo que más odiaba era su falta de voluntad para permitir que las colonias prosperaran, basada en un modelo extractivo en el que sacaron, sacaron y sacaron. Esa violación del paisaje se convirtió en un sinónimo de los personajes rapaces de España, por lo que, contrariamente, Bolívar vio en la protección de los paisajes la esencia de Colombia. Y eso lo aprendió de Alexander von Humboldt. Para Bolívar, la riqueza natural de la nación era una expresión de vitalidad, de libertad y de independencia. Y desde ahí están los cimientos de este país.

Wade Davis en La Mina, Antioquia, junto a una estatua de Simón Bolívar. / Foto: Xandra Uribe.

Recuerdo un personaje que me gustó mucho en el libro: Morita, el guardián de los manatíes. Era un hombre muy humilde y trabajador que se enamoró de los manatíes y se convirtió en su protector. Los quería tanto que los buscaba y los cuidaba en tiempos de sequía, si estaban en riesgo los protegía, y eran también su fortaleza cuando tenía que enfrentarse a los actores del conflicto. Una vez, alrededor de una ciénaga muy pequeña, me contó que trabajando con los alumnos de un colegio de su pueblito encontraron allí 75 especies de mariposas, todas distintas. Me pareció increíble. En Canadá, mi país, que es enorme, tenemos quizás 150 o 200, y ustedes tienen 75 ahí mismo. Y él me respondió algo que me encanta. Me dijo: “Hermano, tiene que entender que en Colombia las mariposas son sencillamente una flor que puede volar. Por eso tenemos tantas”. Para mí esa es la esencia de este país.

Wade Davis con Jose “Morita” Manuel Zapata, el cuidador de los manatíes, en la Ciénaga de Paredes. / Foto: Xandra Uribe

¿Cómo podemos volver a conectar a Colombia con el río que le dio vida?

En los cinco años que duré recorriendo la cuenca, una de las cosas que más me sorprendió fue que cada persona con la que hablaba me transmitía la misma idea. Me decían: para limpiar nuestras almas tenemos que limpiar el río, y para limpiar el río tenemos que limpiar nuestras almas. Y esa no era una expresión que iba buscando, sino que me la entregó cada persona que conocí. Una idea de limpiar un río como símbolo de resiliencia y del renacimiento a una nación.

Limpiar el río no es tan difícil. El río Hudson, al lado de Nueva York, o el río Temes, en Londres, estaban hace unos años mucho más dañados que el río Magdalena. Estaban totalmente muertos. No había ninguna percepción de vida. Pero se pusieron en la tarea de recuperarlos, y lo lograron. Los ríos tienen una capacidad de recuperarse enorme, entonces, si queremos limpiar el Magdalena lo que tenemos que hacer es dejar de arrojarle toda la basura y la mierda al río.

Atardecer en el Río Magdalena, aguas arriba de La Gloria. / Foto: Wade Davis

Lo que a mí me parece clave en el Magdalena es que entendamos que el río es como el corazón del país, y que limpiarlo no es solo un tema ambiental, sino un acto patriótico. Si los ríos, las ciénagas, los páramos y los bosques son la riqueza del país, quienes los están dañando están atentando contra el país mismo. Si eso se entendiera, quizá podríamos conseguir la ayuda de todos los colombianos, campesinos, pescadores, del norte, centro y sur del país, de izquierda, de derecha. Porque todos los colombianos sienten amor por su país. Como me lo dijo alguna vez el mamo Camilo, de la comunidad arhuaca de la Sierra Nevada de Santa Marta: “La paz no vale nada si es solamente una manera en la que los varios lados del conflicto se unen para mantener una guerra contra la naturaleza”. Hoy, tras el Acuerdo de Paz, Colombia tiene una oportunidad única de tomar decisiones, basadas en el conocimiento científico, sobre el destino de su naturaleza y de sus tierras, a las que durante años no se pudo acceder por el conflicto.

Video: Cortesía. Realizado gracias al apoyo de la Embajada de Canadá en Colombia y a la editorial Planeta. Crédito: Cauca, Atlas de los Andes, 2014 @camiloechavarría_

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