Dice Donpopo

Publicado el Donpopo Ayara

Día sin padre

Es como si fuera ayer. Tenía si mucho 10 años de edad cuando mi abuela entró a mi habitación despertándome con un llanto mudo entre lamentos y sollozos, me susurró “Popito a su papá lo mataron”… mientras me aconsejaba, me sobaba el pecho en forma circular tratando de desvanecer un nudo de dolor que no tenía. No sentí nada. Solo trataba de procesar la palabra: ¿Papá? ¿Qué es eso…?

Varios años antes, mis tías de parte de madre me llevaron a Quibdó donde mis tías de parte de padre “¡Para que conozca a su papá!” – “Ah. Pero él no está aquí” – Les escuché decir en cada casa que fuimos; hasta que una dijo saber él dónde vivía y que me llevaría. Al otro día aún me veo de la mano de mi tía apresurados subiendo por un camino de barro amarillo en una loma inclinada, casas de madera al costado izquierdo. A media loma entramos a una. Sin avisar, sin tocar la puerta. Al fondo en la cocina una señora, estirando la boca señaló la habitación hacia donde se dirigió mi tía. Abrió una sabana blanca con parches amarillos rojizos colgada en un palo de escoba, que hacía de puerta. Detrás, en la penumbra, desde la mitad de la sala donde había quedado parqueado, pude observar a un hombre acostado en una cama angosta de metal, que traqueó cuando con dificultad se dio vuelta, se sentó, pasó la mano por la cara limpiándose el sueño para volver en sí. Tenía el pelo grande y escapurusado. Entre el alegato sólo traté de entender las palabras que él repetía, “¡Que no! !No lo quiero ver! !Lléveselo. ¡No quiero que me vea así!”. Algo le dijo mi tía en tono fuerte, por lo que se paró de la cama y asomó medio cuerpo entre la sábana de la puerta y me miró fija y profundamente. Creo. Pues yo al ver el hombre flaco, pero de brazos gruesos, que se incorporaba y en calzoncillos daba un paso hacia la luz, desvié y abstraje la mirada. Mi tía me haló de la mano, me retrajo del abismo, y me sacó de la casa casi colgando, mientras desde el barro le gritaba “¡Popo. No vas faltar!”, y me siguió casi arrastrando loma abajo, “¡Tranquilo Popito que él viene más tarde a verlo!». Fue la primera y última vez que lo vi. Nunca llegó. Pero mis tías me dieron una  foto de carné, la única que dejaría. Para recordarlo…

Aún me veo en mi cama recostado en la cabecera, no terminado de sentar, enajenado, mi abuela inclinada por el lado del corazón amasándome y exculpándome “usted tiene que ser diferente”. Diferente. Ya desde ese día de la loma, con sigilo había empezado una investigación silenciosa, indagando con la mirada a los adultos, escuchando atentamente desde los rincones mientras prevenido jugaba, deshilaba y remendaba las frases, las historias, las anécdotas, para determinar quién era el hombre de la foto. Después de esa mañana intensifiqué mi práctica de detective, ahora para saber quién había sido. Y cómo falleció…

Lo mataron en una limpieza social. Llegó como un NN a la morgue en Cali donde un tío que trabajaba ahí lo reconoció. Había sido un policía joven que fue trasladado desde Quibdó y llegó a enamorar las muchachas del pueblo en Condoto. “¡Era bien parado, bien parecido, idéntico a usted!” (cada que lo escucho sonrío de orgullo a pesar de que..). La drogadicción lo llevó a ser un indigente.

A mis 11 años cerré la investigación. El mismo día que compuse mi primera canción de Rap: “Un amigo que yo tenía. Me preocupaba mucho su familia. Varias veces se escuchaba que estaba muerto, pero volvía a aparecer, a fastidiar. Hasta que un día moribundo, sucio, sin ropa, tocó a mi puerta: – Amigo dame un vaso de agua. Te juro es la ultima vez. Que con mis problemas yo te vuelvo a jodé. – Amigo, te perdono. Y te doy mi bendición… Lo veo alejarse. Fin de esta canción…”

Y así tenía medio cuaderno ferrocarril lleno de imperfectos versos y prosas. La canté una sola vez. Mi prima Rosa me dijo que era muy bueno. Le creí. Desde entoces el niño mudo encontró una forma de organizar los pensamientos, poner los sentimientos en palabras y entender el mundo exterior. Y boté la foto. Y cual Picasso pinté mi Guernica:

Mi abuelo, el orador, el ilustre, el político; mi padrino Tadeo, el sastre filósofo, revolucionario; mi tío Felix, el disciplinado, pulcro, militar, abogado, exitoso; mi tío Diego, el bueno, el niño, el amigo, la alegría de la familia; mi tío Acisclo, el deportista, el admirable, el famoso; mi tío Rafael, el matemático, el responsable, el padre de familia de mostrar, quien creyó tanto en mi que arriesgaba su casa para fiar mis emprendimientos en la adolescencia. Mi padrastro Michael en Miami, el proveedor, quien desafió la justicia y el orden prestablecido; mi padrastro Barbosa en Buenaventura, el incorruptible, el constructor, quien me enseñó el buen trato hacia las mujeres, de quien una noche desde el rincón escuché por primera vez decir, una paradoja: “Popito es un tipo inteligente… lo qué pasa es que nosotros no le entendemos…”

Y mi tío Riquildo en Quibdó. Quien me registró como su hijo. Y sólo hasta su muerte reciente comprendí que siempre estuvieron ahí, tías, tíos, primos, amigos del pueblo a quienes llamamos tíos, brindándome cariño, respeto, valoración. Eran la hebra que faltaba para que mi abuela tuviera un nudo que sobar y desvanecer en aquel entonces.

Hoy. Por mi trabajo encuentro muchos niños y niñas víctimas del conflicto y la pobreza, con historias de dolor cada una peor que la otra (y así se relevan de peor en peor hasta el infinito como una paradoja de Zenón), sin un padre al que celebrar, o con uno que no lo merece (los mayores indices de abusos, maltratos y violencias hacia los niños provienen de sus propios padres).

El ser padre más que una figura de pelo, carne y huesos, es un concepto. Es un etéreo que cada quien puede llenar con las palabras, con los valores, con las pequeñas acciones de personas en su círculo protector que le den las fuerzas para ser. !Búscalas!. !Ofrécelas!. !Mejórate!. !Algún niño o niña, o mis propias hijas… en este momento, en ti, se puede estar proyectando!.

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