Largarse es como morirse por anticipado. Hay que cerrar las cuentas del banco y restituir los servicios públicos al proveedor. Largarse es convertirse en el propio deudo: recojes tu desorden, te empacas, lloras tus cosas. Lo ferias todo. Desmantelas tu casa, la dejas solo en sus órganos básicos y abandonas los entrepaños solitarios que ahora parecen esqueletos de exhibición. Liquidas tus enseres, vacías tus cajones, viajas por el tiempo entre las gabetas. Excavas. Te enfrentas a la escena horrenda de ver las tripas de tu casa: medias impares, películas sin caja, libros que han perdido su segundo tomo. Aprovechas para evaluar tus hábitos, tus costumbres. Te reconoces y no en tus cosas: algunas ya expiraron en tu nuevos gustos burgueses, pero transpiran algo de tu propia vecindad. Te dejas ir. Los objetos van perdiendo ese atributo de seguridad que tenían cuando estaban puestas en sus precisos sitios. Tratas de recordar la posición del mueble, la del espejo, la de la ménsula, la de la mampara; esa distribución que te daba sosiego de saber que estabas ahí por las mañanas. El mundo se hace oblicuo, pierde fuerza: ya no puedes ir por ahí a tientas. La casa va sanando sin ti y saca nueva costra de su propia geografía hueca. Enumeras, pones precio y embalas los objetos minuciosamente. Cada cosa es una partida. Te sientes enajenado en tu propio espacio y las lágrimas te quedan en muñones. Descuelgas la ropa ahorcada en los ganchos, te despachas, te sacas de tu propia casa. Te escriben tus amigos por Facebook para ver qué les vas a dejar. Distribuyes, porcionas y repartes, pero lo anónimo va quedando intestado, y tu vas quedando desvalijado. Los recuerdos de los viajes van a dar por igual a la fosa común de los cables y las pilas del control. Al final todo es desechable. Te das cuenta de que todo está callado: la lavadora ya no murmura, ni la nevera se queja periódicamente. También te enteras de las propias burocracias de morir: notarizas todos los papeles, entregas instrucciones, otorgas poderes. Aparece el contador forense: su razón aritmética quiere dejarlo todo en cero. Cero absoluto: ni estuviste ni estás. De eso se trata esto. Dejarlo todo como si no hubieras llegado, como si no hubieras desempacado aquí. En un momento, como cualquier moribundo, también te preguntas qué hay allá. Si va a estar mejor.