
Al decir ¡qué belleza de miniatura! y referirnos a una pintura chiquita, hecha dentro de una pieza de joyería o referirnos a la talla escultórica en un camafeo o en la punta de un lápiz, quizá no sepamos que la palabra viene de un mineral: el minium. Este mineral de color rojizo es óxido de plomo, y se utilizaba en la Edad Media para hacer los dibujos de los márgenes, de las letras capitales y de las pequeñas imágenes que llevaban los manuscritos y libros medievales. No se sabe cómo se mueve de lugar el uso de una palabra, cómo deriva en otro significado, pero ocurre todo el tiempo. Hoy, las miniaturas son objetos pequeños que representan objetos grandes.
La palabra grotesco no era un adjetivo sino un sustantivo. Grotesque eran las imágenes que ilustraban los manuscritos medievales de los cuales se acaba de hablar. Por lo general, los dibujos se componían de la unión de dos animales, o de humanos con animales, o de animales con plantas. Es muy fácil imaginar que semejantes monstruos, llamados grotescos, terminaran convirtiendo la palabra en un adjetivo. Hoy, grotesco significa feo, anormal, incongruente, desagradable, repulsivo. Antes de los manuscritos medievales estaban las pinturas en los sótanos de las edificaciones de la antigua Roma, llamados los Grottoes. Así que el origen italiano de la palabra viene de grotto: cueva: y esas ideas gráficas también vienen de allí.
La palabra barroco con la que designamos un movimiento artístico y la característica de ser recargado, muy adornado, con movimiento y dramatismo, tiene su origen en las perlas deformes y grandes que a veces se encuentran en el mar. El término era despectivo y aludía a lo grotesco, a lo recargado, a lo desordenado y a lo caprichoso. Era la antítesis de lo clásico, y por tanto se rechazaba, como se tiende a rechazar todo lo nuevo que no conserve bastantes rasgos de lo viejo. En sicología se han hecho experimentos que muestran que las personas prefieren variaciones a lo conocido que lo completamente nuevo. Esto último produce usualmente rechazo.
La maquinaria de la mente hace categorías y analogías. Por eso trasladamos las palabras de lugar y las ponemos a cumplir nuevas funciones; también por economía, para decir más usando palabras más cortas o más efectivas. Mientras escribo, cojo un clínex para sonarme. Más corto e igual de efectivo que decir: cojo un pañuelo desechable de papel. Y clínex viene de kleenex, la marca comercial más común de los pañuelos desechables de papel.
El significado de las palabras, dicen los neurólogos, está repartido, regado por todo el cerebro. Nada cierta es la vieja historia de que todo lo que tenía que ver con el lenguaje estaba en el hemisferio izquierdo. Las categorías en las que juntamos las palabras no dejan de sorprender a los estudiosos. Y como se puede sospechar, hay palabras que pertenecen a muchas categorías. La mayoría de las palabras aparece en varias ubicaciones. Algunas áreas cerebrales responden al conjunto de palabras relacionadas con las personas; otras, a los números; otras, a los lugares. Los cerebros humanos se parecen tanto que ese mapa, que muestra la ubicación de categorías y de palabras, y que se ha construido a partir de resonancias magnéticas hechas a muchos cerebros distintos, es consistentemente similar.