Catrecillo

Publicado el Ana Cristina Vélez

El falso atractivo de la teoría de la Selección de grupos

Edward O. Wilson
Edward O. Wilson

Esta semana, a raíz del diálogo sostenido entre el actor de cine Alan Alda y el famoso biólogo Edward O. Wilson en el Festival de las Humanidades de Chicago, en USA, se revivió el tema de la Selección de grupos, teoría apoyada por Wilson, contra la selección individual a nivel genético, sostenida por la mayoría de los biólogos, hoy en día. Los intelectuales Michael Shermer y Jerry Coyne, en sus distintos espacios cibernéticos, aclamaron que nadie como el sicólogo y lingüista Steven Pinker había explicado mejor la idea de porqué la Selección de grupos no era una buena teoría para explicar los rasgos humanos de comportamiento.

Esta es una traducción (no profesional) de la charla de Steven Pinker sobre El falso atractivo de la Selección de grupos”.

Steven Pinker
Steven Pinker

Los seres humanos viven en grupos, se ven afectados por la suerte que estos corren y, a veces, hacen sacrificios que los benefician. ¿Significa esto que el cerebro humano ha sido formado por la selección natural para promover el bienestar del grupo en competencia con otros grupos, incluso ¿yendo en contra del bienestar de la persona y de sus parientes? Si así fuera, ¿debería la teoría de la selección natural ser modificada y designar los «grupos» como unidades de selección, análogos a los genes, en cuanto al papel que desempeñan en la teoría?

Varios científicos, a quienes respeto mucho, han hablado de esta teoría en lugares importantes. Y han seguido utilizando la teoría de la “Selección de grupos” para hacer afirmaciones reveladoras sobre la condición humana. [1] Han afirmado que la moral humana, particularmente nuestra disposición a participar en actos altruistas, se puede explicar como una adaptación para la competencia de un grupo contra otro. Así lo explica E. O. Wilson: «En un grupo, las personas egoístas golpean a las personas altruistas, pero grupos de personas altruistas golpean a grupos de individuos egoístas». Esos mismos científicos han propuesto que la selección grupal puede explicar el misterio de la religión, porque una creencia compartida en seres sobrenaturales puede fomentar la cohesión grupal. Sugieren que la evolución ha equipado a los humanos para resolver tragedias que afectan al grupo (también conocidas como dilemas de actos colectivos y juegos de bienes públicos), en los que las acciones que benefician al individuo pueden dañar a la comunidad; ejemplos familiares son la sobrepesca, la congestión de carreteras, la evasión de impuestos y las emisiones de carbono. Estos científicos han sacado conclusiones normativas morales y políticas de estas creencias científicas, tales como que debemos reconocer la sabiduría detrás de los valores conservadores, como la religiosidad, el patriotismo y el puritanismo, y que debemos dar valor a la lealtad comunitaria y el sacrificio por el bien del grupo sobre el individualismo del tipo todo-para-uno mismo.

A menudo me preguntan si estoy de acuerdo con la idea de la Selección de grupos, y los que preguntan siempre se sorprenden cuando les contesto que no. Después de todo, la Selección de grupos suena como una extensión razonable de la teoría evolutiva, y como una explicación plausible de la naturaleza social de los humanos. Además, los que abogan por Selección de grupos tienden a declararse victoriosos, y escriben como si esta teoría ya hubiera reemplazado el dogma estrecho y reduccionista, el de que la selección solo actúa a nivel de los genes. En este ensayo explicaré por qué creo que esta manera de ser razonables es una ilusión. Cuanto más cuidadosamente se piensa acerca de la Selección de grupos, menos sentido se le encuentra, y más claro se ve que explica pobremente la sicología humana y los hechos de la historia.

¿Por qué importa esto? Trataré de mostrar que todo tiene que ver con nuestra mejor comprensión científica de la evolución de la vida y de la evolución de la naturaleza humana. Y aunque aquí no abordaré los diversos matices morales y políticos del debate (los he discutido en otras partes), en última instancia esto es importante para entender cómo lidiar mejor con los problemas de las acciones colectivas que confrontan a nuestra especie.

El primer gran problema con la Selección de grupos es que la expresión misma siembra mucha confusión. Las personas la invocan para referirse a muchos fenómenos distintos, por lo que los usuarios ocasionales pueden no saber literalmente de lo que están hablando. He visto usada la expresión «Selección de grupos» como sinónimo, muy libre, de evolución de los organismos que viven en grupos, y de cualquier competencia entre grupos, tales como la guerra humana. Algunas veces el término se usa innecesariamente para referirse a un rasgo individual que los miembros de un grupo comparten; como lo señaló el biólogo evolutivo George Williams, «una manada de rápidos venados» en realidad es solo una manada venados rápidos. Y a veces el término se utiliza como una forma de volver a describir, con diferentes palabras, la teoría convencional a nivel genético de la selección natural: a los subconjuntos de individuos genéticamente relacionados o que cooperan recíprocamente se los denominan «grupos», y a los cambios en el tiempo de las frecuencias de sus genes se los denominan «Selección de grupos». [2] Usar el término en estos sentidos es muy problemático y confuso, y sería mejor que los escritores lo dejaran por fuera para referirse a cualquier fenómeno por el estilo que tengan en mente.

En este ensayo me concentraré en el sentido de «Selección de grupos» como una versión de la selección natural que actúa sobre los grupos de la misma manera que actúa sobre los organismos individuales, es decir, para maximizar su eficacia biológica (alternativamente, que actúa sobre grupos de la misma manera que actúa sobre los genes, es decir, para aumentar el número de copias que aparecerán en la próxima generación; trataré estas formulaciones como equivalentes). Los defensores modernos de la Selección de grupos no niegan que la selección actúe sobre organismos individuales; solo desean agregar que actúa en agregados de mayor nivel, particularmente, en grupos de organismos. Por esta razón, la teoría a menudo se llama «selección multinivel», en lugar de «Selección de grupos». Todo esto suena admirablemente ecuménico y no reduccionista, pero mis argumentos también se aplicarán a la selección multinivel. No creo que tenga sentido concebir grupos de organismos (en particular, sociedades humanas) como ubicados en la parte superior de una jerarquía fractal con genes en la parte inferior, y la selección natural actuando de forma paralela sobre cada nivel.

Primero examinaré la idea de que la Selección de grupos es una explicación viable de los rasgos de los grupos humanos como tribus, religiones, culturas y naciones. Luego me referiré a la Selección de grupos como explicación de los rasgos de los humanos individuales, es decir, de las intuiciones y emociones que hacen posible que las personas aprendan su cultura y coexistan en las sociedades (nadie niega que existan tales facultades). Finalmente, examinaré los fenómenos empíricos que han sido reivindicados para demostrar que la Selección de grupos es necesaria para explicar el altruismo humano.

  1. Selección de grupos como explicación de los rasgos de los grupos.

La selección natural es un concepto explicativo especial en las ciencias, digno, en mi opinión, de la designación de Daniel Dennett como «la mejor idea que alguien haya tenido». Así es, porque explica uno de los mayores misterios en la ciencia, la ilusión de diseño en el mundo natural. El punto importante de la selección natural es que cuando surgen replicadores y hacen copias de sí mismos, (1) sus números tenderán, en condiciones ideales, a aumentar exponencialmente; (2) competirán necesariamente por recursos finitos; (3) algunos sufrirán aleatoriamente errores en sus copias («aleatorios» en el sentido de que no anticipan sus efectos en el entorno en el que están); y (4) cualesquiera que sean los errores de copia que aumenten la tasa de replicación se acumularán en un linaje y predominarán en la población. Después de muchas generaciones de replicación, los replicadores mostrarán la apariencia de poseer un diseño hecho para una replicación efectiva, mientras que en realidad acaban justamente de acumular los errores de copia y efectos que tuvieron una replicación exitosa.

Lo que es satisfactorio acerca de la teoría es que es muy mecanicista. Los errores de copia (mutaciones) son aleatorios (más exactamente, ciegos a sus efectos). El resultado que interesa es el número de copias en una población finita. El sorpresivo resultado es un producto de los efectos acumulativos de muchas generaciones de replicación. Si los errores de copia no fuesen aleatorios (es decir, si Lamarck hubiera tenido razón en que los cambios en un organismo surgen en respuesta a una necesidad sentida, o si los creacionistas tuvieran razón en que una inteligencia superior dirige las mutaciones para beneficio del organismo), entonces la selección sería ociosa: el diseño podría provenir de la etapa de mutación. Si el resultado que interesa no fuera el número de copias en una población finita, sino algún criterio de éxito centrado en el ser humano (poder, preeminencia, influencia, belleza), entonces la selección natural no sería mecanicista: la dinámica del cambio en la población no se podría computar matemáticamente a partir de su estado previo. Y si ocurriera en una sola generación, entonces la selección natural sería banal, ya que no agregaría nada a la causa y efecto físicos ordinarios. Cuando un río erosiona las capas de roca blanda de su lecho y deja asomar las capas más duras, o cuando los compuestos más volátiles en el petróleo se evaporan más rápido que los menos volátiles, uno apenas necesita invocar la teoría de la selección natural. Uno solamente podría decir que algunas cosas son más fuertes, más duraderas o más estables que otras. Solo cuando la selección opera en múltiples generaciones de replicación, produciendo un resultado acumulativo que no era obvio debido al mecanismo causa y efecto aplicado a un solo evento, el concepto de selección natural agrega algo.

La teoría de la selección natural se aplica más fácilmente a los genes, porque estos tienen los elementos adecuados para impulsar la selección, es decir, para hacer copias de alta fidelidad de ellos mismos. Por supuesto, a menudo es conveniente hablar sobre la selección a nivel de individuos, porque es el destino de los individuos (y sus parientes) en el mundo de causas y efectos lo que determina el destino de sus genes. No obstante, son los propios genes los que se reproducen a lo largo de generaciones y, por tanto, son el objetivo de la selección y los beneficiarios finales de las adaptaciones. Los organismos que se reproducen sexualmente no se replican en sentido literal, porque sus descendientes no son clones, sino compuestos de ellos mismos y sus parejas. Tampoco ningún organismo, sexual o asexual, puede transmitir a su descendencia los rasgos que ha adquirido a lo largo de su vida. Los cuerpos individuales simplemente no se transmiten de generación en generación como lo hacen los genes. Como dijo Stephen Jay Gould: «sobre todo, en este sentido, uno no puede llevarse los genes consigo mismo». (Nota: por la frase en este contexto entiendo que hay una alusión a la frase: para la otra vida uno no se lleva nada, ni los genes)

Ahora, nadie «es dueño» del concepto de selección natural, ni puede controlar el uso del término. Pero su poder explicativo, me parece, es tan distintivo e importante que no se debe diluir en aplicaciones metafóricas, poéticas, difusas o alusivas que solo sirven para oscurecer cuán profunda es realmente la versión genuina del mecanismo.

Sin duda, algunas aplicaciones de la selección natural para replicadores distintos de los genes son rigurosas e iluminadoras, ya que conservan las características esenciales de la dinámica del replicador. Los ejemplos incluyen fragmentos de código en algoritmos genéticos, análogos a los genes en simulaciones de vida artificial, y, si el físico Lee Smolin está en lo correcto, los ejemplos incluyen las leyes y constantes de universos enteros.

Pero otras aplicaciones son tan poéticas que no arrojan luz sobre el fenómeno y solo oscurecen el real poder de la selección natural. Las posibilidades de rediseñar sin sentido las secuencias ordinarias de causa y efecto con la verbosidad de la selección natural no tienen fin. Las ciudades tienen más edificios antiguos hechos de piedra que de madera debido al proceso de selección de edificios. Los automóviles de hoy en día están equipados con llantas radiales de acero porque estas superaron a las neumáticas con cubrimiento de poliéster en el proceso de selección de llantas. Los teléfonos con teclado táctil prevalecieron sobre los teléfonos de discado debido a sus ventajas competitivas en la selección de teléfonos. Y así. Claro, algunas cosas duran más o son mejores compitiendo con otras porque tienen características que las ayudan a durar más o a competir más efectivamente. Pero a menos que los rasgos surgieran de múltiples aproximaciones de copiado de errores aleatorios en un grupo finito de replicadores, la teoría de la selección natural no agrega nada al ordinario causa y efecto.

¿Qué hay de los grupos? La selección natural podría aplicarse legítimamente a los grupos si cumplieran ciertas condiciones: si estos realizaran copias de sí mismos mediante gestación o fisión, si los grupos de descendientes reprodujeran fielmente los rasgos del grupo que lo gestó (que no se pueden reducir a los rasgos de sus miembros individuales), excepto por mutaciones que fueran ciegas a sus costos y beneficios para el grupo; y que los grupos compitieran entre sí por la representación en una metapoblación de grupos. Pero todos están de acuerdo en que esto no es lo que sucede en la llamada «Selección de grupos». En todos los casos que he visto, los tres componentes que hacen que la selección natural sea tan indispensable están ausentes.

(a) El criterio de éxito no es el número de copias en una población finita (en este caso, la metapoblación de grupos), sino algunas analogías de éxito como son el tamaño, la influencia, la riqueza, el poder, la longevidad, el territorio o la preeminencia. Un ejemplo sería el «éxito» de las religiones monoteístas. Nadie afirma que las religiones monoteístas son más propensas a la fisión que las politeístas, y que, como consecuencia, existen numéricamente más sistemas de creencias monoteístas entre las miles que se encuentran en la tierra. Más bien, el «éxito» consiste en el hecho de que las religiones monoteístas tienen más personas, territorios, riquezas, poder e influencia. Estos son impresionantes para el observador humano, pero no son lo que provoca la selección, interpretada literalmente.

(b) Las mutaciones no son aleatorias. Conquistadores, líderes, élites, visionarios, emprendedores sociales y otros innovadores usan sus cerebros altamente no aleatorios para descubrir tácticas e instituciones, normas y creencias inteligentemente diseñadas en respuesta a una necesidad sentida (por ejemplo, lograr que el grupo suyo predomine sobre grupos rivales).

(c) El «éxito» se aplica a la propia entidad, no a una entidad al final de la cadena de descendientes. Fue el Imperio Romano el que se apoderó de la mayor parte del mundo antiguo, no un grupo que se separó de un grupo que se separó de un grupo que se separó del Imperio Romano, cada Imperio Romano bebé se parecía mucho al Imperio Romano padre a excepción de algunas alteraciones aleatorias, y la rama de los imperios de descendientes con el tiempo supera a los demás.

Además de estas diferencias, la mayoría de los rasgos que intentan explicar los que defienden la Selección de grupos son más culturales que genéticos. El rasgo no surge de algún gen cuyos efectos se propagan hacia arriba para afectar al grupo en su conjunto, como la tendencia genética de los individuos a dispersarse territorialmente, lo que lleva al grupo a tener una distribución geográfica ampliada, o la capacidad de soportar ambientes estresantes, lo que lleva a la especie a sobrevivir eventos de extinción en masa. En cambio, son rasgos que se propagan culturalmente, como las creencias religiosas, las normas sociales y las formas de organización política. Los teóricos más modernos de la Selección de grupos son a menudo explícitos al referirse a que están hablando sobre rasgos culturales, o incluso a que son agnósticos sobre si los rasgos a los que se refieren son genéticos o culturales.

Lo que todo esto significa es que la llamada Selección de grupos, como la invocan muchos de sus defensores, no es una precisa implementación de la teoría de la selección natural, como lo es, por ejemplo, en los algoritmos genéticos o en las simulaciones de vida artificial. En cambio, es una metáfora suelta, más parecida a la lucha entre tipos de neumáticos o teléfonos. Por esta razón, el término «Selección de grupos» agrega poco a lo que siempre hemos llamado «historia». Claro, algunas culturas tienen lo que se necesita para ser más numerosas, poderosas o expansivas, incluidas ideologías expansionistas, ofensivas proselitistas, estrategias militares efectivas, armamento letal, gobierno estable, capital social, estado de derecho y normas de lealtad tribal. Pero, ¿qué agrega la «selección natural» al lugar común del historiador de que algunos grupos tienen rasgos que los hacen crecer más en número, o ser más ricos, o más poderosos, o conquistar más territorios que otros?

  1. Selección de grupos como explicación de los rasgos de los individuos.

Pasemos ahora a los rasgos de las personas. ¿Es necesaria la Selección de grupos para explicar la evolución de los rasgos psicológicos adaptados a la vida grupal como el tribalismo, la valentía, el autosacrificio, la xenofobia, la religión, la empatía y las emociones moralistas? Esta sección analiza la teoría; la siguiente, los datos psicológicos e históricos.

El éxito reproductivo de los humanos indudablemente depende en parte de la suerte de sus grupos. Si un grupo es aniquilado, todas las personas en él, junto con sus genes, son aniquiladas. Si un grupo adquiere territorio o comida o se aparea, la ganancia inesperada beneficiará a algunos o a todos sus miembros. Pero recuerden lo de la manada de venados. Si una persona tiene rasgos innatos que lo animan a contribuir al bienestar del grupo y, como resultado, contribuyen a su propio bienestar, la Selección de grupos es innecesaria; pues la selección individual en el contexto de la vida grupal es adecuada. Los rasgos humanos individuales evolucionaron en un ambiente que incluye a otros humanos, tal como evolucionaron en ambientes que incluyen ciclos diurnos y nocturnos, depredadores, patógenos y árboles frutales.

Algunos modelos matemáticos de «Selección de grupos» son realmente solo de selección individual en el contexto de grupos. [3] El modelador estipula arbitrariamente que el dividendo en la eficacia adaptativa que se acumula para el individuo debida a la suerte del grupo no cuenta como «eficacia adaptativa individual» (en inglés lo llaman fitness). Pero la concesión entre «beneficiarse a uno mismo gracias a beneficiar al grupo» y «beneficiarse a sí mismo a expensas del resto del grupo» es solo una de las muchas concesiones que entran en la selección a nivel-genético. Otros incluyen el esfuerzo reproductivo versus el esfuerzo somático, el apareamiento versus crianza de los hijos, y la descendencia presente versus la futura. No es necesario complicar la teoría de la selección natural con un nuevo «nivel de selección» para cada caso.

Solo cuando los humanos muestran rasgos que son desventajosos para ellos mismos pero benefician a su grupo, es cuando la Selección de grupos puede tener algo que agregar. Y esto nos lleva al problema familiar que llevó a la mayoría de los biólogos evolutivos a rechazar la idea de la Selección de grupos en la década de 1960. [4] Excepto en la circunstancia teóricamente posible pero empíricamente improbable en la cual grupos germinan nuevos grupos más rápido de lo que sus miembros tienen bebés, cualquier tendencia genética a arriesgar la vida o partes del cuerpo que resulte en una disminución de la eficacia biológica individual será implacablemente seleccionada en contra. Una nueva mutación con este efecto no llegaría a predominar en la población, e incluso si lo hiciera, sería expulsada por cualquier inmigrante o mutante que se favoreciera a sí mismo a expensas del grupo.

Tomemos el ejemplo concreto de la agresión colectiva. A menudo, los beneficios para uno mismo y para el grupo pueden coincidir. Un guerrero puede ahuyentar a un grupo de atacantes y salvar las vidas de sus compañeros aldeanos junto con las vidas de él y su familia. En otros casos, los beneficios pueden diferir: el guerrero puede permanecer en la retaguardia, o escabullirse a un lado, y dejar que todos los demás luchen. En otros, el resultado puede ser incierto, pero dado que la selección funciona según las probabilidades, puede ir contra viento y marea, por ejemplo, con la probabilidad de uno en diez de ser asesinado en una redada en la cual hay una posibilidad de uno en dos de secuestrar unas pocas esposas adicionales. Deberíamos esperar que la selección favorezca los rasgos que maximicen el producto final reproductivo esperado por el individuo, dadas estas compensaciones.

Lo que no esperamos ver es la evolución de una tendencia innata entre los individuos a sacrificar predeciblemente los intereses esperados a cambio de los intereses del grupo: felizmente presentarse como voluntarios para servir como esclavos de galeras, escudos humanos o carne de cañón. Tomemos el caso extremo de un gen que impulsó a una persona a lanzar un ataque suicida que le permitió a su grupo prevalecer sobre un enemigo. ¡Ese no es un gen que pueda ser seleccionado! (dejaré de lado por ahora los beneficios potenciales para los familiares del guerrero suicida). Lo que podría evolucionar, en cambio, es una tendencia a manipular a otros para convertirse en atacantes suicidas, y de una manera más general, para promulgar normas de moralidad y autosacrificio con la intención de que se apliquen con fuerza a todos los del grupo, excepto a sí mismo. Si uno es la desafortunada víctima de tal manipulación o coacción por parte de otros, no hay necesidad de llamarlo altruismo y buscar una explicación evolutiva, del mismo modo que no tenemos que explicar el «altruismo» de un animal de presa que beneficia a un depredador porque se metió en su campo visual.

Por lo tanto, tenemos un buen conjunto de predicciones empíricas contrapuestas para cualquier ejemplo de autosacrificio que beneficie al grupo, que de hecho observamos en los humanos. Si los humanos fueran seleccionados para beneficiar a sus grupos a expensas de ellos mismos, entonces los actos de autosacrificio deberían ser deliberados, espontáneos y no compensados, de la misma manera que lo son otras adaptaciones como la libido, los dulces o el amor de los padres. Pero si los humanos fueran seleccionados para beneficiarse a sí mismos y a sus parientes en el contexto de la vida en grupo (quizás, pero no necesariamente, también beneficiando a sus grupos), cualquier sacrificio garantizado debería ser producto de la manipulación de otros, como lo son la esclavitud, el reclutamiento, los incentivos externos o la manipulación psicológica.

Para estar seguros, si volvemos a la Selección de grupos como explicación de rasgos grupales, particularmente culturales, entonces es fácil ver cómo un grupo que exitosamente coaccionó o manipuló a un conjunto renovable de sus propios miembros para lanzar ataques suicidas debería expandirse con relación a otros grupos. Pero eso no tendría nada que ver con la psicología heredada de sus miembros, en este caso, como la disposición a sacrificarse sin manipulación. Lo mismo es cierto para los sacrificios menos extremos.

  1. ¿De hecho, tienen los humanos adaptaciones que benefician al grupo a expensas del yo?

El reciente aumento en el interés sobre el tema de la Selección de grupos ha sido motivado por dos fenómenos empíricos. Una es la eusociabilidad o alto nivel de organización social en cierta clase de insectos como las abejas, las hormigas y las termitas, cuyas castas de trabajadores o soldados renuncian a su propia reproducción y pueden sacrificar sus vidas para beneficiar a sus semejantes, como el hecho de que una abeja muera al picar a un invasor. E. O. Wilson señala que un insecto que se autosacrifica beneficia la colonia, y concluye que la eusociabilidad debe explicarse por selección entre las colonias. Pero la mayoría de los otros biólogos señalan que el que se sacrifica beneficia a la reina (que es su hermana o madre), quien funda una nueva colonia cuando se reproduce, por lo que la explicación más simple de eusociabilidad es que los genes que promovían el autosacrificio fueron seleccionados porque beneficiaban copias de sí mismos dentro de la reina. [5] Lo mismo es cierto para otros colectivos de parientes genéticos en los que solo unos pocos se reproducen, como los individuos que componen un organismo colonial o las células que componen un cuerpo.

El otro fenómeno es la existencia de altruismo y autosacrificio entre los humanos, como el martirio en la guerra, el costoso castigo a los gorrones y la generosidad hacia los extraños. Los que creen en la Selección de grupos a menudo hace una analogía entre el autosacrificio entre los humanos con la eusociabilidad entre insectos, y explican ambos con la teoría de la Selección de grupos. En La Conquista Social de la Tierra, un libro cuyo título alude al éxito evolutivo de los seres humanos y los insectos sociales, Wilson escribe, (p.56): «Existe una guerra inevitable y perpetua entre honor, virtud y deber, productos de la Selección de grupos, por un lado, contra el egoísmo, la cobardía y la hipocresía, productos de la selección individual, por otro». En The Righteous Mind, Jonathan Haidt se muestra de acuerdo al explicar la evolución de las intuiciones morales, como la deferencia a la autoridad, la lealtad a la comunidad y la conformidad con las normas sociales, al proponer que «los humanos tienen 90% de chimpancé y 10% de abeja».

Muchas afirmaciones cuestionables están agrupadas en el paquete de la virtud inherente, de las intuiciones morales humanas, del autosacrificio que beneficia al grupo y de la teoría de la Selección de grupos. Una es la teoría moral normativa en la cual la virtud se equipara con sacrificios que benefician al propio grupo en competencia con otros grupos. Si en eso consistiera la virtud, entonces el fascismo sería la ideología más virtuosa, y el compromiso con los derechos humanos, la peor forma de egoísmo. Por supuesto, eso no es lo que Wilson quiso decir; aparentemente, él quería contrastar el egoísmo individual con algo más altruista, y escribió como si la única alternativa para beneficiarse a uno mismo fuera contribuyendo a la ventaja competitiva del propio grupo. Pero la dicotomía ignora otra posibilidad: que un individuo puede ser virtuoso al beneficiar a otros individuos (en principio, a todos los humanos, o incluso a todas las criaturas sensibles), ya sea que aumente o no la destreza competitiva del grupo al que pertenece.

Otro problema con la agrupación de altruismo humano, eusociabilidad de los insectos y selección grupal es que la eusociabilidad de los insectos en sí no es, según la mayoría de los biólogos, aparte de Wilson, explicable por la Selección de grupos. Pero concedamos la razón provisionalmente a una parte de la asociación, por el bien de las pruebas empíricas. La explicación centrada en el gen de la eusociabilidad depende de la relación de los trabajadores y soldados estériles con un pequeño número de reinas que son capaces de transmitir los genes de ellos, pero por supuesto, ese sistema reproductivo no existe en los grupos humanos. No obstante, de acuerdo con este argumento, los humanos son como las abejas en que contribuyen al bienestar de su comunidad. Dado que la teoría centrada en el gen de la eusociablidad de los insectos no puede aplicarse a los humanos, quizás también sea innecesario explicar sobre las abejas. En ese caso, la teoría más simple y competitiva explicaría tanto el altruismo humano como la eusociabilidad de los insectos con la Selección de grupos.

Entonces, por el momento podemos preguntar: ¿es la psicología humana realmente similar a la psicología de las abejas? Cuando una abeja pica suicidamente a un invasor, presumiblemente lo hace como un motivo primario, tan natural como alimentarse de néctar o buscar una temperatura confortable. ¿Pero se ofrecen los humanos instintivamente de voluntarios para hacerse estallar o avanzar disparando ametralladoras, como lo harían si hubieran sido seleccionados por adaptaciones beneficiosas para el grupo? Mi lectura de los estudios sobre la cooperación, hechos por psicólogos y antropólogos, y de los estudios sobre la competencia grupal, hechos por historiadores y científicos políticos, me hace pensar que, de hecho, los humanos no se parecen en nada a las abejas.

La enorme literatura sobre la evolución de la cooperación en humanos ha hecho bastante bien al aplicar las dos explicaciones a nivel-genético para el altruismo desde la biología evolutiva, el nepotismo y la reciprocidad, cada uno con algunos giros inevitables consecuencia de la complejidad de la cognición humana.

El altruismo nepotista en los humanos está formado de sentimientos de calidez, solidaridad y tolerancia hacia aquellos que son probablemente parientes de uno. Evolucionó porque cualquier gen que fomentara tales sentimientos hacia los parientes genéticos estaría beneficiando copias de sí mismo dentro de esos parientes (esto no significa, en contra de lo que se entiende comúnmente, que las personas aman a sus parientes debido a un deseo inconsciente de perpetuar sus genes). Una gran cantidad de altruismo humano se puede explicar de esta manera. En comparación con la forma en que las personas tratan a los no parientes, a los parientes es mucho más probablemente que los alimenten, los críen, les hagan favores, vivan cerca de ellos, tomen riesgos para protegerlos, eviten lastimarlos, eviten las peleas con ellos, les donen órganos y les dejen las herencias. [6]

El giro cognitivo es que el reconocimiento de parentesco entre los humanos depende de señales ambientales que otros humanos pueden manipular. [7] Por eso, las personas también son altruistas con sus parientes adoptivos, y con una variedad de parientes ficticios, tales como hermanos de armas, fraternidades y hermandades, hermandades ocupacionales y religiosas, grupos criminales, compatriotas y países paternos. Estas familias falsas pueden ser creadas por medio de metáforas, simulacros de experiencias familiares, mitos de descendencia común o carne común, y otras ilusiones de parentesco. Nada de este derroche en ritualismo y mitificación sería necesario si «el grupo» resultara de una intuición cognitiva elemental que desencadenara una lealtad instintiva. En cambio, esa lealtad es instintivamente desencadenada por aquellos con quienes es probable que compartamos genes, y se extiende a otros mediante diversas manipulaciones.

La otra forma clásica de altruismo es la reciprocidad: iniciar y mantener relaciones en las que dos agentes intercambian favores, cada uno beneficiando al otro siempre y cuando cada uno se proteja de ser explotado. Una vez más, una gran cantidad de cooperación humana se explica elegantemente con esta teoría. [8] Las personas son «agradables», tanto en un sentido cotidiano como en un sentido técnico de la teoría de juegos, en el sentido de que conceden voluntariamente un gran beneficio a un extraño mientras el costo sea pequeño para ellos mismos, porque hacerlo genera una cierta probabilidad de iniciar una relación de beneficio mutuo a largo plazo (es común el malentendido de que los altruistas recíprocos nunca ayudan a nadie a menos que estén devolviendo o solicitando un favor, la teoría de hecho predice que simpatizarán con los necesitados). Las personas reconocen a otras personas y recuerdan cómo han tratado y han sido tratados por ellas. Sienten gratitud hacia quienes los han ayudado, ira hacia aquellos que los han explotado y contrición hacia aquellos a quienes han explotado si dependen de ellos para una futura cooperación.

Un giro cognitivo para esta fórmula es que los seres humanos son criaturas que usan el lenguaje y no necesitan discriminar al que reciproca del que explota, solo por experiencia personal directa, sino que también pueden hacerlo preguntando y averiguando sobre su reputación. Esto a su vez crea incentivos para establecer y exagerar la reputación de uno (una característica de la psicología humana que ha sido ampliamente documentada por los psicólogos sociales), y para averiguar la verdad a través de las exageraciones de otros. [9] Y una manera de establecer de manera creíble la reputación de uno como altruista a los ojos de los escépticos es comprometerse con el altruismo (e, indirectamente, con sus rendimientos potenciales a largo plazo, a expensas de hacer sacrificios personales a corto plazo). [10] Un tercer giro es que la reciprocidad, como el nepotismo, no es impulsada por un conocimiento infalible, sino por señales probabilísticas. Esto significa que las personas pueden hacer favores a otras personas con las que nunca volverán a interactuar, siempre que la situación sea representativa de aquellas en las que podrían interactuar de nuevo con ellas. [11] Debido a estos giros, es una falacia pensar que la teoría del altruismo recíproco implica que la generosidad es una farsa, y que las personas son amables solo cuando cada uno calcula cínicamente lo que hay para sí.

La Selección de grupos, por el contrario, falla al predecir que el altruismo humano debe ser impulsado por emociones moralistas y gestión de la reputación, ya que estos pueden beneficiar a las personas que inflan su reputación en relación con sus contribuciones reales y se aprovechan del grupo. Tampoco hay ninguna razón para creer que las hormigas, las abejas o las termitas tengan emociones moralistas como la simpatía, la ira y la gratitud, o un motivo para controlar la reputación de otras abejas o manejar su propia reputación. El bienestar grupal parece funcionar de acuerdo con la regla: «De cada uno según su capacidad, a cada cual según su necesidad». Irónicamente, el propio Wilson, antes de ser defensor de la Selección de grupos, rechazó la idea de que el altruismo humano podría explicarse acudiendo a las hormigas y emitió este veredicto sobre una máxima marxista: «Teoría maravillosa, especie equivocada». Haidt, también, hasta hace poco se contentaba con explicar las emociones morales con teorías estándar de altruismo nepotista y recíproco. [12]

El único fenómeno empírico que directamente se ha aducido como apoyo a la teoría de la Selección de grupos es un conjunto de juegos experimentales en los que las personas parecen sacrificar sus intereses por los de un grupo. [13] En una versión de laboratorio de un juego de Bienes públicos, a los participantes se les asigna una suma de dinero, y se les invita a contribuir tanto como quieran a un pozo comunal, que luego el experimentador multiplica y divide equitativamente entre ellos. La estrategia óptima para el grupo es que todos contribuyan al máximo; la estrategia óptima para el individuo es ser un gorrón, un aprovechado, y escatime su contribución pública, para disfrutar así del dividendo del grupo y escondidamente de sus beneficios. En un experimento típico, en el que se repiten varias rondas del juego, los gorrones terminan dominando y la contribución pública se reduce a cero.

Una conclusión natural que esto muestra es que los humanos no son una adaptación de la Selección de grupos, que aprovecha las oportunidades para hacer sacrificios por el bien común. Pero, curiosamente, esta investigación se ha interpretado como evidencia para la Selección de grupos, debido al resultado de una variante del procedimiento. Cuando a las personas se les da la oportunidad de castigar a los gorrones imponiéndoles una multa, entonces el abuso de estos disminuye y las ganancias de todos aumentan; no es sorprendente. La sorpresa es que la gente a veces castiga a los gorrones, incluso si tienen que pagar por el privilegio, y si los experimentadores les aseguran que todos son anónimos y que no se volverán a encontrar con sus socios. Dado que el castigo es costoso, y ni siquiera puede ser recompensado con ganar la reputación de tener una mentalidad cívica, se ha descrito como «altruista», y se ha promocionado como evidencia de autosacrificio, de la Selección de grupos.

Parece difícil creer que un pequeño efecto en una condición de un experimento de psicología algo artificial fuera razón suficiente para revisar la teoría moderna de la evolución, y de hecho no hay razón para creerlo. Experimentos posteriores han demostrado que la mayor parte del comportamiento en estos y otros juegos similares puede explicarse por una expectativa de reciprocidad o una preocupación por la reputación. [14] Las personas castigan a quienes tienen mayores probabilidades de explotarlas, optan por interactuar con socios que son menos propensos a ser gorrones, que cooperan y castigan más, y evitan abusar cuando su reputación está en juego. Cualquier residuo de altruismo puro puede explicarse por la suposición de que las intuiciones cooperativas de las personas se han formado en un mundo en el que no se puede garantizar ni el anonimato ni los encuentros únicos. Considere, también, que en las sociedades reales, el castigo de los gorrones no tiene por qué ser costoso para el castigador. Un individuo o un grupo pequeño pueden perjudicar económicamente a un parásito social o sabotear sus posesiones, y pueden ser recompensados con gratitud, estima o recursos. Después de todo, la policía, los jueces y los carceleros no trabajan gratuitamente.

Finalmente, volvamos al papel del altruismo en la historia del conflicto de grupos contra grupos. Muchos de los teóricos de la Selección de grupos suponen que el conflicto armado humano ha sido un crisol para la evolución del autosacrificio, como aquellas castas de insectos soldados. Escriben como si las misiones suicidas, los ataques kamikaze, tirarse en las garras de la muerte y otros tipos de martirio voluntario hayan sido durante mucho tiempo la norma en el conflicto humano. La lectura mía de la historia de la violencia organizada es que está muy lejos de ser así.

En las guerras tribales entre sociedades no estatales, por lo general los hombres no corren altos riesgos mortales por el bien del grupo. Sus batallas campales son espectáculos ruidosos con pocas bajas, mientras que el combate real se hace por medio de incursiones furtivas y emboscadas en las que los atacantes corren los mínimos riesgos. [15] Cuando los ataques implican riesgos mortales, los hombres tienden a desertar, a quedarse en la retaguardia y a encontrar excusas para evitar pelear, a menos que los hagan sentir horriblemente avergonzados o sean castigados físicamente por tal cobardía (véase, por ejemplo, el estudio meticuloso reciente sobre la guerra de Turkana, por Sarah Mathew y Robert Boyd). [16]

¿Qué hay de los primeros estados? Los estados y los imperios son el epítome del comportamiento coordinado a gran escala y, a menudo, se promocionan como ejemplos de grupos seleccionados naturalmente. Sin embargo, los primeros estados complejos no dependieron de la cooperación espontánea, sino de la coacción brutal. Regularmente practicaban la esclavitud, los sacrificios humanos, los castigos sádicos por crímenes sin víctimas, el liderazgo despótico en el que los reyes y emperadores podían matar con impunidad y la acumulación de grandes harenes, con el resultado matemático de que gran cantidad de hombres se quedaban sin esposas y sin familias. [17]

Tampoco la competencia entre los estados modernos ha promovido la cooperación altruista. Hasta la Revolución Militar del siglo XVI, los estados europeos tendían a conformar sus ejércitos con matones merodeadores, criminales indultados y mercenarios remunerados, mientras que los estados islámicos a menudo tenían castas de esclavos militares. [18] El fenómeno históricamente reciente de los ejércitos nacionales ha sido posible gracias a la capacidad de los gobiernos, cada vez más burocratizados, de imponer el servicio militar obligatorio, de la capacidad de adoctrinamiento y la imposición de una disciplina brutal sobre sus jóvenes indefensos. Incluso en instancias históricas en las cuales los hombres se ofrecieron con entusiasmo al servicio militar (como lo hicieron en la Primera Guerra Mundial), generalmente fueron víctimas de ilusiones positivas que los llevaron a esperar una victoria rápida y bajito riesgo de morir en combate. [19] Una vez que la ilusión de una victoria rápida se hizo añicos, comandantes insensibles ordenaban a los soldados a entrar en la batalla, azuzados por la orden de «cerrar filas» (a los soldados les ordenaban disparar a cualquier compañero que no avanzara) y la amenaza de ejecución por deserción, que miles realizaron. De ninguna manera actuaron como hormigas soldado, buscando voluntariamente su desgracia para beneficio del grupo.

Sin duda, los anales de guerra contienen historias de verdadero heroísmo: el proverbial soldado cayendo sobre la granada activada para salvar a sus hermanos en armas. Pero tengan en cuenta la metáfora. Los estudios sobre la mentalidad del deber en soldados muestran que la psicología es una de parentesco ficticio y obligación recíproca dentro de una pequeña coalición de hombres individuales, que va más allá de la lealtad al grupo superior por el que están luchando nominalmente. El escritor William Manchester, recordando su servicio como marino en la Segunda Guerra Mundial, escribió sobre sus compañeros de pelotón: «Esos hombres en la línea eran mi familia, mi hogar… Nunca me habrían defraudado y ni yo a ellos… Los hombres, ahora lo sé, no luchan por la bandera, el País, el Cuerpo de Marines, la gloria o cualquier otra abstracción. Luchan unos por otros».

¿Qué hay sobre el pico del sacrificio individual que son los ataques suicidas? La historia militar se habría desarrollado de manera muy diferente si se tratara de una táctica fácilmente disponible, y los estudios de terroristas suicidas contemporáneos han demostrado que hay que diseñar unas circunstancias especiales para que los hombres lleguen a estas acciones. Scott Atran, Larry Sugiyama, Valerie Hudson, Jessica Stern y Bradley Thayer han documentado casos en los que terroristas suicidas generalmente son reclutados de las filas de hombres con perspectivas reproductivas pobres, y estos son atraídos e incitados por una mezcla de presión de grupo, ilusiones de parentesco, incentivos materiales y de reputación para sus parientes consanguíneos, y un adoctrinamiento en las teorías de las recompensas eternas en una vida futura (las proverbiales setenta y dos vírgenes). [20] Estas manipulaciones son necesarias para superar la fuerte inclinación a no suicidarse en beneficio del grupo.

La importancia histórica de la compensación, la coacción y el adoctrinamiento en la competencia de grupos contra grupos no debe ser una sorpresa, porque la misma idea de que el combate grupal selecciona para el altruismo individual merece una mirada de cerca. La afirmación de Wilson de que grupos de individuos altruistas golpean a grupos de individuos egoístas es verdad solo si uno clasifica a los esclavos, siervos, conscriptos y mercenarios como «altruistas». Es más exacto decir que los grupos de individuos que se organizan golpean a los grupos de individuos egoístas. Y es más probable que la organización efectiva para un conflicto grupal consista en individuos más poderosos que incentivan y manipulan al resto, en vez individuos que se autosacrifican espontáneamente.

Y una vez más, no funcionará cambiar de nivel y decir que la Selección de grupos realmente está actuando sobre las normas e instituciones de los estados exitosos. El problema es que esto no agrega nada a la historia del historiador convencional en la cual las sociedades con grandes bases tributarias, gobiernos fuertes, ideologías seductoras y fuerzas militares efectivas se expandieron a expensas de sus vecinos. Esa es solo causación ordinaria, habilitada por los frutos del ingenio humano, la experiencia y la comunicación. Los mecanismos verdaderamente darwinianos de replicación de alta fidelidad, mutación ciega, contribución diferencial de descendientes a la población, y repetición sobre múltiples generaciones no tienen análogo convincente.

  1. Un resumen del problema con la Selección de grupos.

La idea de la Selección de grupos tiene un atractivo superficial porque los humanos están sin duda adaptados a la vida grupal y porque algunos grupos son indiscutiblemente más grandes, más longevos y más influyentes que otros. Esto hace que sea fácil concluir que las propiedades de los grupos humanos, o las propiedades de la mente humana, han sido conformadas por un proceso que es similar a la selección natural que actúa sobre los genes. A pesar de este atractivo, he argumentado que el concepto de Selección de grupos no tiene ningún papel útil que desempeñar en la psicología o en las ciencias sociales. Se refiere a demasiadas cosas, la mayoría de las cuales no son alternativas a la teoría de la selección a nivel-genético, sino alusiones muy sueltas a la importancia de los grupos en la evolución humana. Y cuando el concepto se hace más preciso, se rompe por un dilema. Si se pretenden explicar los rasgos culturales de los grupos exitosos, no añade nada a la historia convencional y no hace un uso preciso del mecanismo real de la selección natural. Pero si su propósito es explicar la psicología de los individuos, particularmente la inclinación por el autosacrificio incondicional para el beneficio de un grupo de personas no emparentadas, es dudoso, tanto en la teoría (ya que es difícil ver cómo podría evolucionar dada la ventaja implícita de proteger al yo y a los parientes) y en la práctica (ya que no hay evidencia de que los humanos tengan ese rasgo).

Nada de esto nos impide tratar de comprender la evolución de las intuiciones sociales y morales, ni la dinámica de las poblaciones ni las redes que convierten la psicología individual en fenómenos sociales e históricos a gran escala. Es solo que la noción de «Selección de grupos» es mucho más probable que confunda a que ilumine, especialmente cuando tratamos de entender las ideas e instituciones que la cognición humana ha diseñado para compensar las deficiencias de nuestras adaptaciones evolucionadas para vivir en grupos.

Para ver las notas ir a:

https://www.edge.org/conversation/steven_pinker-the-false-allure-of-group-selection

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