En el Podcast Árbol de libros, episodio once, los organizadores, Claudia Morales, Diego Aristizábal, Mauricio Arroyave y Diego Betancourt invitaron a varias personas a conversar sobre distintos temas alrededor de la literatura. Casi siempre, invitan a una persona a contestar a quiénes, dos o tres personajes, traería hoy al mundo para organizarlo de nuevo, o mejor, para reorganizarlo. Me invitaron y contesté a la pregunta diciendo que traería a Frida Kahlo y Terence McKenna, pues ambos dan ideas, iluminan el panorama, sobre cómo lograr un mundo mejor.
Frida Kahlo fue una pintora mexicana, casi desconocida durante su vida, pero muy conocida hoy. Nació y vivió en la primera mitad del siglo veinte, y vivió solo 47 años. Terence McKenna nació y vivió en la segunda mitad del mismo siglo, y murió de 53 años. McKenna fue un experto en plantas alucinógenas, fue orador, filósofo, y hoy es conocido por sus conferencias, que se pueden oír en YouTube, en las cuales apoya el uso de plantas psicodélicas como alternativa para mejorar la vida y explorar con ojos nuevos la realidad. McKenna fue todo un personaje, una especie de chamán moderno. Se especializó en el cultivo de un hongo alucinógeno del Amazonas colombiano, el Psilocybe cubensis, y como dato curioso adicional, coleccionó mariposas de Indonesia.
La obra pictórica de Frida se puede considerar un diario personal: el testimonio de una vida de sufrimiento. Frida no nació con estrella sino estrellada, como ella misma lo expresó alguna vez. De niña contrajo poliomielitis (esto todavía lo discuten los expertos, algunos aseguran que nació con espina bífida) y cuando tenía dieciocho años sufrió un espantoso accidente en un bus que la dejo con casi todos sus huesos fracturados: la columna, la pelvis, las costillas, la clavícula y el fémur. A partir de allí siguió el proceso macabro de las operaciones, que fueron 32, incluyendo la amputación de una pierna. El dolor fue su fiel compañero de vida: nunca la abandonó. Además, el amor fue su otro gran dolor. Amó de una manera extravagante a Diego Rivera, el famoso muralista mexicano, y ese sufrimiento no fue menor. Fue el sufrimiento de un amor de esos que no se mueren nunca porque siempre te están matando.
Pero el arte hace una cosa maravillosa: te permite vivir dos veces, te permite vivir tres veces. No quiero decir que te permite multiplicar el dolor por dos o por tres. No, lo que quiero decir es que te permite reinterpretar tu propia vida en un nuevo marco de referencia, poner tu sentido de la felicidad, del amor y del sufrimiento en un nuevo contexto. Al hacer la representación, dejas de ser la víctima y te conviertes en el observador. Es como hacer un experimento científico. El arte es una forma de hacer ese experimento a través de la imaginación, de la representación y de la intuición. Da los recursos para que seamos capaces (en el caso de que las condiciones de la propia sicología no sean las indicadas, digo) de apartarse de las propias emociones y sensaciones, y verlas y manipularlas como algo por fuera de uno mismo. Además, de entenderlas como algo contingente, circunstancial.
Por otro lado, Terence McKenna se dio cuenta de que el mundo de la sicodelia ofrecía una muy interesante alternativa: no la de cambiar la realidad, sino la de cambiar de perspectiva frente a la realidad, pues nos lleva a hacer nuevas interpretaciones de esta. Las drogas alucinógenas inducen a visiones que serían improbables sin estados alterados de conciencia. Abren la posibilidad a que cambiemos las propias categorías y valores; además, valores que posiblemente están equivocados, que han sido inculcados por la cultura. Pues ¡quién dijo que ser abogado, banquero, o ser una celebridad, o tener seguidores en Instagram traía felicidad! De hecho, son logros que pueden hacernos desdichados. Somos obedientes a la cultura, y no es lo ideal. Si llevé estos personajes al podcast es porque ambos personajes fueron contestatarios, desobedientes y, ante todo, auténticos. Hicieron su vida a su manera, descubrieron sus propios caminos, sin quitarle libertad a otros, pero tomándose el derecho a ser libres. Creo que un mundo mejor necesita que aprendamos a desobedecer, o por lo menos a cuestionar la cultura.
Para despedirme, voy a leer las últimas palabras de uno y otro: Frida Kalho escribió al final de su diario: «Espero alegre la salida y espero no volver jamás». McKenna dijo en una entrevista cuando ya sabía que moriría de un cáncer en el cerebro: «El que un señor serio, en bata blanca, te diga que en cuatro meses vas a estar muerto, enciende las luces de una manera irreversible… Hace que la vida sea rica y conmovedora. Cuando sucedió por primera vez, y me dieron el diagnóstico, pude ver la luz de la eternidad brillando a través de cada hoja, a lo William Blake. O sea: ver un insecto caminando por el suelo me hacía llorar.»