Burlaburlando

Publicado el donhumor

Publíquese, cúmplase…¡Y corrómpanse!

senado

Alguna vez en el Congreso de Colombia hubo honorabilidad.

Yo, como usted, amigo lector, no lo puedo creer. Pero sí: sí la hubo en semejante organismo.

No en cantidades grandes, desde luego. Sino apenas la que podía caber en la palabra honorable, que era el rótulo que entonces anteponían al de senador y al de representante, y con el cual se honraban y creían decirse la verdad unos a otros.

Esto ya no ocurre. Siguen anteponiéndose, es verdad, el título de honorable como antes lo hacían, mas lo hacen hoy en día no para honrarse sino para mentirse unos a otros.

Porque en muchos congresistas actuales la honorabilidad ya no habita de labios para adentro, y sin embargo continúan siendo honorables de labios para afuera.

Quiero decir que contienen ellos una abundante deshonorabilidad de fondo de la que están muy orgullosos, pero logran taparla con una honorabilidad de palabra, de la que ya no están muy seguros.

Es más: Su aspiración máxima consiste en hacerse a una completa deshonorabilidad de palabra y de obra, que les evite caer en esas ridículas tentaciones de honestidad que no faltan, y al cabo los premie con una supermillonaria pensión, que tampoco les sobra.

Pero, ¿para qué traer todo esto a cuento?

Para poder entrar de lleno en el caso de Camilo Romero Galeano.

Él es un senador que empezó como honorable, logró luego el  rápido e ineludible ascenso a deshonorable, pero al que ya ni pizca de deshonorabilidad le queda porque la gastó toda en dos recientes proezas históricas.

Tras la escandola aquella de la reforma a la justicia, Camilo se empeñó en la tarea de revocar el Congreso con firmas ciudadanas. Ha juntado pocas, hasta ahora. Bueno, las suficientes para revocar a los porteros del Capitolio.

Hace algunos días le dio por la renovación del Congreso, y por llevarla a cabo echando fuera a los viejos congresistas corruptos, y metiendo en su lugar a jóvenes imberbes por corromper.

Contó que se halla, en efecto, exprimiendo todo su cerebro de senador en un proyecto de ley que reducirá la edad de entrada al Congreso.

De manera que los menores de 30 años podrían entrar y caer en las garras del Senado, y los menores de 25 años en las de la Cámara.

En conclusión: estimular a menores a ser políticos, senadores y representantes, a una edad en que esos menores deberían estar aprendiendo a ser, por el contrario, buenos y honrados ciudadanos.

Con este proyecto, Camilo Romero superó con creces a ese otro ejemplo viviente de deshonorabilidad que es el inefable senador Roy Barreras.

Porque, si bien se mira, lo que en realidad va a conseguir esa ley no es lo que el senador pretende, que es la renovación del Congreso por los jóvenes, sino otra cosa bien distinta, y es la criminal corrupción de los jóvenes por los congresistas.

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