En contra

Publicado el Daniel Ferreira

Frente a los ojos de los demás

Purgatorio, de Tomás Eloy Martínez

pintada- ARGENTINA- Tomada de Internet

Purgatorio es el libro póstumo de Tomás Eloy Martínez. Narra el viaje de Emilia en busca de su marido desaparecido por los esbirros de los tres generales de la dictadura militar argentina. Emilia encuentra a su marido treinta años después pero sigue siendo el mismo hombre que desapareció sin cambios físicos. Lo encuentra para darle sentido a su búsqueda infructuosa. Lo encuentra para sentir que sigue viva. Lo encuentra porque su noción de realidad está alterada, y esa alteración desafía también la noción de realidad del lector desde la primera y enigmática frase que desafía el paso del tiempo y la noción de realidad.

Hay un escritor que interpreta el relato de Emilia y lo ordena. Es un hombre enfermo que también tiene una noción de realidad desorientada por las drogas oncológicas. Ese narrador es Tomás Eloy Martínez, profesor universitario y escritor, enfermo de cáncer en un hospital de Estados Unidos. Pero es un narrador distinto del que llegamos a percibir en obras anteriores. Ya no es el omnidireccional de Lugar común la muerte, ni el cronista certero de Santa Evita. Tampoco es el narrador ecléctico que implementaba retóricas, niveles discursivos, técnicas mixtas de narración (el reportaje, la entrevista, la crónica de hechos y la autobiográfica, las fuentes históricas, las fuentes orales), porque ese espíritu de bricolaje está ausente en esta novela.

El arte está en el detalle. Lo que hace a la literatura proclive a la lentitud. Santa Evita es una obra de arte entre otras cosas por la filigrana con que fue narrada y la yuxtaposición de material narrativo heterogéneo que desdobla las fronteras entre realidad y ficción, entre ensayo e investigación. Purgatorio, en cambio, es un relato descuadernado por su velocidad. Su velocidad se debe a que está organizado como resúmenes. Resúmenes de vidas, resúmenes de episodios, resúmenes de itinerarios, con lo que deja la impresión de ser el inicio de un relato y no un relato solidificado. Purgatorio es un relato rápido que nunca se expande, como una semilla que no germina o germina en dos rizomas para después caer y servir de humus a otras vidas. Los primeros capítulos del libro, cuando narra el encuentro improbable entre una mujer y su esposo desaparecido treinta años atrás y el secuestro del mismo, es de una escritura enfebrecida, vertiginosa, pero sin mayores recursos y sin detalles sensoriales, o descriptivos, ni siquiera de los hallazgos líricos a que acostumbraba con opiniones certeras que parecían versos por su elegancia. Los últimos capítulos del libro, cuando lo relatado se filtra y convierte en punto de partida para un ensayo político (y Martínez interviene para comentar lo narrado y para cuestionar a través del padre de Emilia los pormenores de la empresa megalómagana de la dictadura por fabricar una épica cinematográfica de su de decadencia imaginando un film de propaganda hecho por Orson Welles), dicha parte parece escrita en mejores facultades del autor, como si los dos extremos de la misma historia hubieran sido escritos en tiempos equidistantes y lo que está al final fue lo más lejano en el tiempo y mejor escrito (por madurado) que la propia introducción a la historia que no se deja entrever por el vértigo en que fue resumida. En esa recta final, la presencia del narrador como artífice de una historia sobre la realidad que tiene origen solo en la imaginación, podría, de haber desembocado en un buen trabajo editorial, ser un gran relato si proporcionara una forma distinta del material. Pero la novela es póstuma y las decisiones editoriales son intangibles. Esa hipotética revisión editorial no lograría estructurar del todo la novela (a no ser que haya habido material descartado que sirviera de puente entre las partes). La muerte del escritor y el nulo trabajo póstumo legó un proyecto de novela desvertebrada, a menor nivel de las obras que se imponía el autor. Aún así, el espíritu del tema, el drama colectivo de la desaparición forzada, los crímenes de estado y la impunidad infamante de la dictadura argentina destacan en la historia por las trazas de ensayo que salta en determinados momentos entre los capítulos resumidos de la novela.

Dos ideas me quedan latentes después de leerla. Una sobre la literatura y la realidad. Otra sobre los crímenes contra la humanidad y el lugar del testigo.

La primera proviene de una observación del propio Tomás Eloy Martínez: si la realidad está construida por los sentidos, y la literatura solo puede tomar palabras para formar en un lector una idea de realidad, entonces la realidad que creemos vivir y la realidad que otros construyen para nosotros es exactamente la misma. Solo existe lo que ha sido ordenado como relato, sea por un testigo o sea por un escritor. Es decir que la tergiversación de la realidad puede llegar a ser tan verídica como la realidad misma. Lo que hipotéticamente nos llevaría a tener la sospecha de que para nuestro pensamiento no hay diferencia entre un hecho vivido y un hecho narrado y que el apotegma nazi adoptado por todos los poderes de la tierra («Una mentira dicha mil veces se convierte en verdad») es irrefutable.

La segunda es que una narración dura más que la realidad, porque la realidad es irrepetible. Es por eso que los detentadores del poder temen al relato de su poder, porque un relato puede tergiversar todo un discurso dominante. Es por eso que el poder y el abuso del poder ha intentado borrar toda forma estética o de pensamiento que se oponga a la realidad que impone por la fuerza con propaganda o con textos escolares.

El relato del poder es tanto o más relevante que el efecto del poder. En el caso de quienes han sido los protagonistas y narradores del pasado al mismo tiempo, es decir los testigos de una época brutal, por compromiso o por accidente o porque no corrieron mejor suerte, deben afrontar dos situaciones: la vergüenza de haber sobrevivido y no narrarlo, o la responsabilidad de hacer con el oprobio una nueva realidad cercana o parecida a la que una vez tuvo el mundo frente a sus ojos o frente a los ojos de los demás. Tomás Eloy Martínez, en la convalecencia que lo llevaría a la extinción de su fuego interno, decidió regresar al genocidio del pueblo argentino como última metáfora.

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