En contra

Publicado el Daniel Ferreira

Estudio de reflejos, de Juan Soto Taborda

Cine documental colombiano. Estreno en Teatro Matacandelas de Medellín y Cinemateca Distrital de Bogotá, abril 2014.

Estudio de reflejos- Juan soto 2

-¿De qué trata la película?, me preguntó la vecina de silla, en la Cinemateca.
Cuando quieres saber de qué trata algo, te remites al argumento, o (si eres una cotorra) resumes la trama. ¿Y si no hay argumento? ¿Y si la trama está descosida, dispuesta para que la organices tú? El mundo humano es una trama; una organización de significados. La vida, como esta película, no es una narración lógica. El recuerdo, la narración del recuerdo, la ordena. Si te fuerzas a recordar cómo fue tu tarde ayer, vas a tener una serie de imágenes mentales inconexas, fragmentos de frases en la conversación que tuviste con alguien que se atravesó en el redil, detalles de las calles por donde pasaste, o un leve destello del cielo o una observación sobre el clima. Si quieres contarle a otra persona cómo fue tu tarde, te fuerzas a organizar una narrativa con esos fragmentos.

En esta película no hay trama, se construye. En esta película, la narrativa la organiza cada espectador. El director ofrece reflejos de un espejo roto que hay que reconstruir, o aceptar en su belleza caleidoscópica. El problema para explicar de qué trata, es que no hay una gramática visual para seguir. Y tampoco es necesaria. Soto agrupa secuencias de imágenes por correspondencias, repeticiones de planos en el tiempo, ritos familiares y llamados de atención del paisaje vital que en suma van definiendo una manera personal de mirar: la de un niño que dejó de ver el mundo con sus ojos para capturar los detalles con la primera cámara que compró su padre. Los enlaces de estos trozos de espejo se darán en la mente de cada espectador.

Del documental, la película tiene una base de imágenes domésticas de archivo que muestran la vida cotidiana de una familia, la transformación de la mirada de uno de sus miembros, los caprichos del futuro director, las observaciones del paseante inquieto (flâneur como llamaba Perec a esa forma de detenerse a mirar entre las grietas de la vida cotidiana). Del argumental, solo tiene insurrección narrativa.

La relación del ser humano con las cámaras de video “en la era de su reproductibilidad técnica”, es distinta a la de otros instrumentos que, al decir de Borges, hacían las veces de extensión del cuerpo. Según Borges, el libro era maravilloso por ser algo más que la extensión de los sentidos: el libro era la extensión de la memoria. Creo que las cámaras de video de hoy, aplicaciones de todos los dispositivos de comunicación humana, y la posibilidad de capturar, registrar, filtrar, maquillar y almacenar los detalles visuales de casi toda una vida, cumplen una función paralela a la del libro. Hay sentidos más cercanos al recuerdo: la música, el olfato pueden detonar un recuerdo con más exactitud que una fotografía. Pero la imagen en movimiento, el registro de una vida particular, cualquiera que sea, permite, en un tercero, organizar una trama autónoma, independiente a la que tiene quien las captura, y con esta narración abierta se provocar lo más sorprendente: que la memoria de otro se convierta en nuestra propia memoria.

En el foro, cuando pregunté a Juan Soto qué parte del material doméstico había descartado para crear esta insólita narración con el restante (la pregunta quería provocar la explicación inversa), respondió que casi nada, porque todo surgió del hallazgo de un casete de video casero con fragmentos de grabaciones domésticas y él quiso usarlas todas. Eran fragmentos de vacaciones familiares que se convertían en testimonios y texturas que dibujan el transcurso del tiempo y determinan una forma particular de mirar (la del director). Como no había más casetes para la cámara de video, cada nuevo viaje obligaba a la familia a regrabar sobre las imágenes anteriores en la misma cinta. Así, una suerte de palimpsesto visual provoca, en su anarquía, otra forma de narrar.

Para algunos, la falta la unión entre las partes, será tomada como una falta narrativa. Pero estamos domesticados por una narrativa imperante. Nuestra mirada, entecada por la publicidad, Hollywood, Aristóteles, los guionistas, los puntos de giro y el conflicto dramático, el nudo y el desenlace (imperativo del argumental de ficción), se resiste a la forma natural de ver: llevamos a primer plano lo que nos interesa y dejamos de lado, en las orillas borrosas, convertido el ruido de fondo, la periferia de nuestras vidas.

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