El Peatón

Publicado el Albeiro Guiral

La paloma y los tres relojes

Este cuento narra el último día de vida de una joven mujer, nos hace acompañarla por su pueblo tras sus últimos pasos, con el tiempo y la memoria en su contra.

Basílica Menor Nuestra Señora de las Victorias en Santa Rosa de Cabal.
Basílica Menor Nuestra Señora de las Victorias en Santa Rosa de Cabal.

Colgó.

─¿Quién te llamó? ─le preguntó desde la cocina─.

─El asesino, el asesino, mamá. Que a las cinco me va a matar.

─Cuando te vayas llévate una chaqueta, dicen que allá hace mucho frío.

Salió sin despedirse.

De camino a la estación pasó a la casa de un compañero de trabajo a dejarle una excusa para el día siguiente ─en otro tiempo se hubiera negado rotundamente a ser asesinada bajo el argumento de que podrían despedirla─. Además, quiso visitar la librería de don Gaitán a fin de invitarlo a un café mientras esperaba. El viejo estaba detrás del mostrador, dormido. Cuando escuchó la voz que lo llamaba, despertó con lentitud. La miró como si estuviera ante una aparición.

─¿Cómo está, Ana? ─alcanzó a decir─. Tanto tiempo sin verla.

La mujer sonrió. ─Usted siempre cambiándome el nombre, don Gaitán. ¿Qué hay de nuevo?

─Nada ─dijo el viejo─. Nada qué contar.

─Me refiero a qué libros han llegado en los últimos días.

─Acabo de responderle esa pregunta, señorita.

─En fin ─dijo la mujer─. Lo invito a un café, tengo que contarle algo muy importante.

En El Nogal ya estaban acostumbrados a ver llegar al viejo, los sábados, pasado el mediodía, acompañado por la joven mujer. Les servían, sin preguntar, café sin azúcar. Don Gaitán se hacía lustrar los zapatos mientras escuchaba las palabras que a ella le gustaba decirle porque precisamente un instante después él ya no las recordaría. Le contó que esa tarde iba a morir. El viejo abrió los ojos cuanto pudo, y dijo:

─Se están demorando mucho con el café.

─Ya recogieron la mesa ─corrigió ella─. Sí señor, como le decía, tengo todo listo para las cinco.

─Ah, ¿sí? ─dijo el viejo─. En ese caso, ¿no quiere otro café?

─ Sí señor ─dijo la joven─. Incluso le compré una camisa a mi papá que cumplirá años esta semana.

Así hablaron por bastante tiempo hasta que ella notó que llegaría tarde a su cita si no se apresuraba. Se despidió del viejo con un abrazo y salió poniéndole en las manos un paquete pequeño. Él se quedó en silencio mirándola desparecer y le regaló un adiós que luego ya no le pertenecería a nadie.

Ya en el bus la mujer empezó a sentir la ansiedad. Si alguno de ustedes la hubiera visto podría haber notado cómo su sonrisa desprevenida acentuaba más los rasgos de su belleza.

Llegó con diez minutos de anticipación a la plaza, miró y en efecto el asesino estaba en la silla donde prometió esperarla. Lo saludó y él le enseñó su teléfono que marcaba las 4 y 55.

─Estabas llegando casi sobre el tiempo ─le dijo─. Frunció las cejas mientras sacó el revólver para cargarlo. Era un tipo neurótico en cuanto a la puntualidad. Ella se sentó tranquila a su lado y se puso la chaqueta porque recordó de súbito las palabras de su madre. El hombre la miró de reojo con el arma ya lista.

─Parece ─le dijo con amargura─ que hubieras guardado, desde cuando recibiste la llamada, una sonrisa desde la niñez para una ocasión tan especial como esta. Todo estaba hecho. ¿Por qué te estabas tardando?

─Fui a tomarme un café con mi padre ─dijo─.

─Muy bien señorita Drake ─dijo el asesino─. Y efectuó el primer punto del procedimiento. Quedaron en silencio un breve instante. Hubo un error. La miró confundido, le preguntó si quería morir a pesar de esto. A una respuesta afirmativa que en verdad no se esperaba, continuó.

La mujer no hubiera notado que el reloj del templo de la plaza estaba suspendido en una hora de un día del ayer, si una paloma que estaba cercana a los dos no hubiera volado alborotada en esa dirección, cuando sonó el primer disparo.

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