El Peatón

Publicado el Albeiro Guiral

Fuego fatuo: palimpsesto del suicidio

Una reseña de Le feu follet, la melancólica película de Louis Malle de 1963 basada en el libro de Pierre Drieu La Rochelle.

El Peatón, Albeiro Montoya Guiral

Los antiguos construían ciudades sobre ciudades, una sobre otra hasta hacer desaparecer la primera ahogada en su propia sangre. Los violentos que arrasaban imperios ―no lo olvida Latinoamérica― añadían cruces de madera, o de oro hurtado, en las cúspides pétreas de los templos sagrados de sus víctimas. Asimismo, Louis Malle (1963), construye su ciudad cinéfaga, Le feu follet, melancólico espacio en blanco y negro, durante el duelo por la reciente muerte, en accidente de tránsito, de Roger Nimier, guionista de Ascensor para el cadalso y quien iba a trabajar con él en la adaptación de la novela homónima que alienta el filme, de Pierre Drieu La Rochelle. Este polémico escritor filonazi, que se suicidó en 1945, había escrito además la obra en cuestión, con base en el poeta dadaísta Jacques Rigaut, autor de Agencia general del suicidio, quien se vistió como para una celebración de altura, se acomodó con pulcritud en la cama, precavió con almohadones cualquier posible pérdida de la postura de su cuerpo, y se disparó una bala en el corazón en la clínica de desintoxicación donde se hallaba. Moría a la edad de 30 años, el 5 de noviembre de 1929.

De esta manera, nos movemos sobre la última capa del palimpsesto de un suicidio. Sin embargo, este tema no pareciera ser el argumento del filme. Es, por naturaleza, su finalidad. Alain Leroy, después de no encontrar en sí mismo ningún vestigio del pasado que lo reivindique, nos da un paseo por la ciudad gris que ya no lo recuerda, mientras se despide de quienes fueran sus amigos en sus mejores días y que, ahora, acomodados por primera vez, o como de costumbre, en su artificialidad, los encuentra amargos o lo encuentran a él demasiado degradado para su gusto. Así, nos inmiscuye, a la manera de Sartre en La náusea, en las calles negras de la existencia humana, cuya justificación no existe. Al buscarla, sabemos de antemano que vamos a encontrar, como mucho, la inevitable ansiedad de vomitar que solo puede inspirar «…esa porquería pegajosa (…), toneladas y toneladas de existencia…». Describen, por lo tanto, a Leroy, los angustiados versos de Tomás de Grandmontaigne: «Vuelvo a frecuentar los sitios que solía recorrer. Nadie me da razón de mi único amigo. Yo soy mi único amigo».

Es lo que queda del ser humano después de la soledad lo que cuenta Fuego Fatuo. La explosión de los tambores de su vida reducidos a un golpe asordinado. Un corazón que pierde velocidad y se precipita fuera de la carretera. La asunción del tiempo como una degradación, como lo es en realidad, y no como un camino de agua que nos arrastra. Hay veces en que despierto en la vejez. Ayer me vi al espejo y supe que estaba frente a una persona capaz de hacer lo que quisiera, pero llegó la noche y con ella, sin avisar, la nada. Le feu follet es una película para ver cuando tengamos la convicción de que podemos asirlo todo, de que en las manos podemos contener un rostro amado, y ceñir una cadera sin tener la sensación de ceñir una sombra. De lo contrario, la vida sería la nueva escritura de un viejo palimpsesto.

@amguiral

Le feu follet. Dir. Louis Malle. 1963.

Comentarios