Alejandro Pinto

Publicado el Alejandro Pinto

Del WhatsApp y otros demonios

Del WhatsApp y otros demonios

“El verdadero espejo de nuestro espíritu es el curso de nuestras vidas” -Anónimo

Basta mirar el título y pensar que este texto tiene el propósito de conferir un carácter extremadamente perverso a una de las aplicaciones más queridas en la actualidad. Sin embargo, puedo decirles que no es ese mi objetivo. Lo que pretendo es, hacer una reflexión de cómo la tecnología puede influir (positiva o negativamente) en la forma de relacionarnos con los demás.

El hombre, aparte de ser un ser social también tiene la necesidad de comunicarse de diversas formas. Busca mecanismos para lograr una comunicación efectiva acortando distancias. Nos queremos ver, hablar y sentir más cerca de los demás sin importar cuán lejos nos encontremos ¿Imaginaría Homero que si su héroe épico Ulises hubiese vivido en esta época habría encontrado la forma de contactar a Penélope a través de redes sociales y decirle que aún se mantenía con vida? Así tal vez hubiese evitado que ella se encontrara asediada por tantos pretendientes y Telémaco su hijo no hubiese emprendido tan largo viaje en busca de su padre quien presuntamente podría estar muerto.

La experiencia vital que conforma nuestra visión del mundo hace romper ciertos paradigmas. Puedo contar con los dedos de la mano las personas para las que las redes sociales y el uso de las nuevas tecnologías no son el centro de su vida. Dentro de ellas no estaba incluida yo, pues desde que tuve acceso  al WhatsApp no concebía mi vida sin él: para resolver asuntos laborales en la inmediatez es perfecto, para charlar con mis amigos (vivo fuera de Bogotá y encontrarme con alguien para tomar un café, es toda una proeza) Sí. A través del uso de las nuevas tecnologías no sólo podemos acortar distancias. También se pueden establecer conexiones en el mundo profesional, compartir momentos especiales con nuestros seres queridos, diluir fronteras geográficas etc.  Podría seguir enumerando las bondades de esta herramienta tecnológica.

Tres años después de estar usándolo, tomé la determinación de no instalarlo en mi nuevo Smartphone. De repente, ante mis amigos me convertí en un ser extraño:

̶  ¿Te puedo hacer una pregunta personal?

̶  ¡Claro que sí. Por supuesto!

̶  ¿Por qué dejaste de  usar el WhatsApp?̶  Me preguntó una de mis compañeras mirándome con asombro ̶  Las demás personas con quien departía me miraron extrañados. Me sentí obligada a dar una explicación:

̶  Este… Quita mucho tiempo.  ̶Contesté dubitativo ̶ Creo que la respuesta no fue muy convincente, sin embargo continué: En el plano laboral quieres descansar cuando llegas a casa, pero aún así te escriben en tu horario no- laboral y tienes que responder, ¡Que pereza!, ¿No? y (con el perdón de mis compañeros si llegan a leer esto) Sí que he descansado.

A pesar de mi explicación, el argumento no los terminaba de convencer. Realmente necesitaban saber la razón por la que llevo tres semanas viviendo sin WhatsApp, ¿De veras esto es tan extraño?

̶  ¿No será que lo haces porque hay alguien a quien no quieres ver en línea? Me preguntó ella nuevamente. Y fue cuando sentí una bofetada de mano de hierro cubierta con guante de seda.

̶  Sí, mínimo el desgraciado se la pasa en línea… jajajajaja  ̶  Dijo el desgraciado sin saber que se trataba de él… No se imaginaba que él era la razón en un 80% por la cual yo  había renunciado a mi querido WhatsApp. No tenía idea de lo que me evocaba su presencia virtual en mi vida real:

“Tomo el celular y reviso si está conectado al Whatsaap. Lo hago con frecuencia cuando no sé nada de él. Abro la ventana con la esperanza de que esté ahí.  Viéndolo en línea me hace tener la certeza de que es real. Quiero traspasar esta rejilla virtual por donde lo miro y me permite tenerlo tan cerca. Pero ahora sólo silencio…

Vamos, conéctate. Déjame ver que aún respiras, que el latido de tu corazón es ese breve intérvalo que dice: “en línea“ y desaparece, en línea y vuelve a desaparecer… en línea y se difumina”.

Y sí…. Meses atrás al caer en la cursilería de escribir el anterior fragmento me pude dar cuenta de que las redes sociales, las aplicaciones de los teléfono inteligentes y las nuevas tecnologías configuran no sólo la forma de relacionarnos con los demás sino también nuestra vida sentimental. Lo virtual lo asemejamos con la realidad y muchas veces tendemos a ficcionalizar o a literaturizar nuestro sentir con relación a la presencia virtual de los seres que son importantes para nosotros.   Tenemos muchos mecanismos para comunicarnos, pero al mismo tiempo perdemos esta capacidad. De la palabra pasamos al emoticón, de un encuentro real pasamos al famoso “en línea”, de la respuesta esperamos un par de chulitos azules y presumimos de lo que hacen los demás a partir de la última hora de conexión.  Enmudecemos a veces porque somos viscerales y como diría el poeta Jairo Aníbal Niño: Se oprime una garganta.

Posdata: Al terminar de escribir el texto, aún considero importantes las múltiples bondades del WhatsApp. Sin embargo, mi deseo es no utilizarlo por un buen tiempo. Cuando nos comunicamos con el “Desgraciado” como él mismo se autodenominó, lo hacemos a través de llamadas telefónicas y un paquete de 300 mensajes de texto que nunca utilizábamos. El experimento me inspiró a escribir esta nota. (Cualquier parecido con la realidad, es pura coincidencia)

Andrea Figueroa

Andrea Figueroa (Autora invitada). Licenciada en humanidades. Docente universitaria (Comunicación escrita y procesos lectores). Estudios de Maestría en Creación literaria.

Blog: delamoryotrosdilemas.blogspot.com.co
Twitter: @AndreaFiguerand

Invitación Alejandro Pinto

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*Fotografía cortesía de Viktor Hanacek.

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