Mi Opinión

Publicado el Ben Bustillo

Adiós, Ave de Fénix; so long, ¡Tío Toño!

Han pasado varios días desde que inicié este artículo de despedida al cual le puse una pausa de reflexión. Y es que los lazos familiares son tan complejos – me refiero a las ideas radicadas en gavetas de formación primaria – que hasta pensé en un número de quizás de más de mil parientes anexados a tus raíces. Llega un momento en que hay que parar de contar porque, aunque dieses con un resultado, una comunicación es casi imposible. Los respetos existen, pero las historias verdaderas se han convertido en susurros de alta y baja voz revueltas con maraña. ¿Cómo erradicar las costumbres de goleros alrededor de su presa, cuando el acto se ha convertido en el sustento de alimentación a ese fanatismo?

No me puedo imaginar sentado en un velorio sumido en una incertidumbre de olas electrónicas y químicas transportando un nadaísmo envuelto en el símbolo de los ritos con varias capas religiosas. Me cuesta trabajo despedirme de los muertos. No sé como y asimilar el sistema existente me forma un repudio espiritual y físico.

Hace un tiempo atrás traté de visitarte, pero fue difícil. Las razones que me dieron por la imposibilidad fueron inocuas, pero no les di importancia y escogí quedarme con mis imágenes grabadas llenas de vida. Al momento de dilucidar una razón oportuna de vencer mis razones de no asistir a funerales, no pude evitar de pensar en el número de personas que asistirían a tu sepelio; especialmente los más cercanos.

Una de mis características ha sido que siempre expreso lo que siento en el tono que ese momento derive de las circunstancias; además, soy reaccionario. Dentro de los “más cercanos” espectadores existían algunos individuos que no sé cómo hubiese reaccionado al enfrentarlos, prefiriendo no asistir a despedir tu cadáver. La ocasión no merecía otra que un tributo a tu memoria sin mí.

La despedida, Tío Toño, es de un hasta nunca debido a nuestras diferencias religiosas. La verdad, no tengo ningún concepto sobre tus creencias; solo tengo imaginación. Y la única relacionada es la que existió entre tu hermana – mi madre – y tú. Esos fueron los lazos que sirvieron a la base de esta fantasía.

Los nuestros – tuyo y mío – surgen de mis memorias, lo que acaparé pero que quizás fueron desapercibidas por ti, con varias gavetas interdependientes, como con la de tus hijos, especialmente Marina y Leonor. Éramos los más contemporáneos, pero los recuerdo a todos, Herminia tu esposa, mi tía.

De mis archivos rebusco pensando en tu profesión y recuerdo que trabajaste para La Prensa en Barranquilla. También recuerdo tu capacidad inventiva para ganarte el pan, y con la tipografía lo hacías muy bien. El negocio de fabricación de muebles de juguete para la casa hechas en plástico. Ahí trabajé contigo, pintando butacones, sofás, camas y pegando las piezas pequeñas que apuradamente cabían en el puño de mi mano cuando tenía como nueve o doce años.

En el patio de tu casa de la sesenta y nueve hasta una carpintería creo que tuviste. Un patio grandísimo con unos cuartos desocupados atrás donde estaban los trabajadores y las sierras. Pero ahí también jugábamos tus hijos conmigo y en algunas ocasiones con otros primos por el lado de Herminia.

Tu talento con la música era envidiable y lo hacías con el piano, la guitarra, el tiple, y el piano acordeón. Vaya, que esas memorias son como de los finales del cincuenta o principio de los sesenta. Carrera 69 # 43- –, Barrio Delicias, creo. O entre la frontera con Boston. Sí, leyenda antigua.

Esas historias, aunque cortas, son valiosas para considerar mi relación afectiva con tu imagen y lo que otros protagonistas acapararon haciendo parte de unos capítulos escritos destinados a eclipsarse con la desmembración de los núcleos familiares, la adaptación a rutinas diferentes, y al desvanecimiento total de un propósito enseñado, pero mal percibido.

El último de la familia Angulo Hernández partió dejando semillas de relatos tocando varias generaciones; porque a pesar de que las formas de entender son totalmente opuestas, especialmente con las mías, todavía existen acciones que se aferran al sentimiento filial. Es parte del desarrollo básico que lo imposibilita erradicar, no importa en qué tipo de filosofías fluctuemos.

Imaginar una vida eterna está fuera de mi entendimiento opuesto a las demasiadas doctrinas que le definen un propósito a la vida a demasiados. Pero por mi afinidad a lo mitológico escojo al Ave de Fénix como figura alegórica, el pájaro griego que se consumía por el fuego cada 500 años y renacía con la misma vida que tenía para despedirte a mi manera.

Y hago esa comparación, porque los cientos -si no miles – de tus descendientes directos e indirectos recibimos y dignificamos las memorias que cada uno guardó para siempre. Hoy, todos estamos en el proceso de valorizar lo que fuiste en vida al momento de enfrentar la muerte.

Regenera y continúa tu influencia entre esos que conocimos tus virtudes musicales como el Fénix, regresa a las memorias que están buscando confort a su espíritu en desasosiego, tomando vida cada vez que se te pida, esparce tu fuego inspiratorio cada vez que el toque a la puerta llegue susurrando entrada. Adiós, Ave de Fénix; so long, ¡Tío Toño!

 

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