Por: Lina María Zárate
¿Cuál es ese aroma que le recuerda a la calidez y seguridad del hogar?, ¿cuál es el sabor que siempre le reconforta como un abrazo?, o, ¿quién nos cuenta de ese platillo que lo ha salvado más de una vez cuando la creatividad se agota? Lo más probable es que las respuestas de estas incógnitas se traten de alimentos, recetas, manjares milenarios y tradicionales que usted y su familia guardan de memoria.
La manera en que nos relacionamos con la cocina, los alimentos, los sabores, es tan importante como la vida misma. Alrededor de ella se juegan aspectos tan valiosos como un lazo familiar, la salud, el bienestar del cuerpo y de la mente. Por ello, vale la pena saber de dónde vienen los alimentos que día a día se ponen sobre la mesa y acompañan la jornada de un niño o niña en su recreo, de la señora que va afanada en el transporte público salvaguardando la integridad de su lonchera, del estudiante que espera ansiosamente el cambio de clase para desayunar. Y por favor, no vaya a responder que de la nevera o de la alacena color crema de la cocina.
Cada alimento, vegetal, fruta, cubeta de huevos, tiene una historia y un nombre con apellido que contribuyó a que llegara a su canasta y aunque el propósito de este espacio no es explicar cada uno de ellos, sí tiene la intención de recalcar la importancia de un término poderoso, transformador y con un llamado claro: la soberanía alimentaria. La cual va de la mano con el objetivo de desarrollar un modelo de producción campesina sostenible donde se pueda favorecer a las comunidades y su medio ambiente, y se le dé un lugar (el que merecen) a las expectativas, necesidades y formas de vida de aquellos que cultivan, producen, distribuyen y consumen los alimentos en el núcleo de los sistemas alimentarios.
Entonces, pensar en soberanía alimentaria también implica dar los medios a las comunidades para que se fortalezcan y tengan herramientas para exigir y gozar del derecho a la autogestión alimentaria. De este modo, se logra un mayor protagonismo de la producción local y los productores (especialmente los pequeños y medianos) cuenten con un mayor control y acceso de los insumos necesarios para la producción de los alimentos. Asimismo, se conservaría y cuidaría de los saberes y prácticas locales que durante mucho tiempo han cultivado y cuidado de los alimentos que todos los días consumimos. Porque como dicen los Garzón y Collazos, “no me dé trago extranjero que es caro y no sabe a bueno”, pues así nos pasa con la papita, el arroz y el infinito decálogo de productos que tienen la sagrada potestad sobre los suelos de Colombia.
Y es que este tema nos permite abrir otras preguntas, por ejemplo, el pensar sobre cómo la cocina, el fogón de leña, la olleta de barro han sido testigos y sobrevivientes de la transformación de complejos contextos económicos y socioambientales, en los que se produce o se ha dejado de producir los alimentos que consumimos en Colombia, ¿cómo así? Pues imagínese que hablar de soberanía alimentaria sí o sí nos obliga a hablar de los conflictos socioambientales que atraviesan de norte a sur este país.
Si apenas es molesto que en medio de la preparación del almuerzo familiar se interrumpa el servicio de electricidad y la licuadora de tres velocidades se reduzca a apagada. Ahora, haga cuentas de cómo es para un territorio y su comunidad la llegada de la empresa de minería que monopoliza los recursos hídricos, la explotación petrolera que contamina y no reverdece, la agroindustria que no perdona suelo limpio ni diverso, los megaproyectos asociados al turismo o el mismísimo conflicto armado que no toca la puerta para preguntar si puede pasar.
Qué tanto puede decir una familia campesina a la empresa que tiene destinada para su parcela el monocultivo. Y así digan algo y quieran acudir a la protección de sus derechos, más se demoran en redactar la carta, que en ver cómo le secuestran el agua y le cierran los caminos que eran comunitarios. Ocasionando muchas veces que el fogón se apague, la cocina se cierre, las gallinas se vendan a precio de botón, eventualmente, la comunidad se vea despojada de su territorio y desplazada forzosamente. Quedando así la parcela abandonada, y nosotros ni por enterados. Como reconoce Edson Velandia, y me le uno, “campesinas de la tierra, campesinos […] y a la vez que tú me dabas alimento, te mataban en la guerra, y yo te di tan solo olvido”.
Entonces, la ecuación de la soberanía alimentaria es un poco más compleja. No puede ser solo un documento que cita los Objetivos de Desarrollo Sostenible y la Agenda 2030. Deben ser esfuerzos que reúna todos los actores involucrados (instituciones del Estado, organizaciones campesinas, academia, el que anda a pie), y se hable desde la redistribución de la tierra, el reconocimiento de territorios y sus voces, los obstáculos a la producción sostenible de alimentos.
Eso sí, el consumidor tiene un papel muy importante. Dígale sí al mercado local. Sin miedo. Igualmente, cada día son mayores las propuestas e iniciativas alrededor de la agricultura urbana como fuente de ingreso para personas que han logrado adaptar su conocimiento sobre el agro a las condiciones de la ciudad, siendo también una herramienta de educación ambiental y alimentaria para los consumidores urbanos que hemos perdido conexión con el origen de los alimentos que consumimos a diario.
Por último, dejo una recomendación, se trata del cómic “Recetario de sabores lejanos”, realizado por el Instituto de Estudios Sociales y Culturales- Pensar y Cohete Cómics. En este trabajo se presentan relatos buscados en los departamentos de Casanare, Putumayo, Sucre, Bolívar, Nariño, Quindío, y Chocó, que logra poner en dibujo la lucha por el territorio y los conflictos que los atraviesan. Cada capítulo lleva por título alguna receta colombiana, y dentro de esa serie de viñetas se refleja una narración, un testimonio, un personaje que conecta su cocina con las transformaciones que generan las disputas por el territorio en las comunidades rurales. Vale la pena. No solo podrá tener mayor claridad sobre la historia detrás de los alimentos que a diario prepara, conoce otros puntos de vista, sino que le da una oportunidad al cómic colombiano, no todo puede ser Marvel o DC.