Por: Lina Palacios
Siempre he sido incrédula frente a los mitos de mi abuela sobre la cocina. Que si usted tiene el temperamento fuerte, se le va a cortar la crema batida. La incredulidad se basaba en mi incapacidad por ver una conexión entre una cosa y la otra, hasta que intenté batir la crema de leche y se cortó. Esto me hizo recurrir a la convicción de que todo en esta vida se conecta y que la manera en que nos comportamos y las cosas que hacemos son un reflejo de nosotros mismos.
Después de mucho pensarlo y sin poder encontrar una explicación para la crema cortada más que la de una energía negativa que sólo permite resultados negativos; le estuve dando vueltas a una idea que ahora me parece evidente: nuestros hábitos alimenticios (como cualquier otro tipo de hábito) son una expresión de todos los ámbitos de nuestra vida. Nuestros hábitos dicen mucho de nosotros mismos porque las cosas a las que les damos prioridad varían según la perspectiva que tenemos frente a un todo; esta inevitablemente se conecta con la manera en que nos sentimos sobre las cosas. Por esto, una pequeña distorsión de algo puede desencadenar en un cambio mayor. Como un efecto dominó. Como un síntoma. Para ejemplificar esto, que anteriormente tildé de evidente, tomé una emoción y empecé a hacer preguntas sobre lo que las personas comen cuando sienten tristeza.
Personalmente lo que me causa la tristeza es una compulsión por comer: me dan ganas de dulce o comida no muy saludable, como si lo que comiera fuera una materialización de cómo me siento, un reflejo de que algo me está haciendo daño. Las respuestas de las personas con las que hablé, no se alejaron demasiado: –chocolate-, -helado-, -papas fritas y agua de panela-, -sándwich de mermelada y mantequilla de maní, siempre-, -pizza-. Además, pregunté qué comida les subía el ánimo o les hacía sentirse felices; en este caso, entre las respuestas había comidas mucho más saludables como las frutas, pero también se repetía el chocolate y una que otra comida chatarra. ¿Se siente igual comer un helado estando triste que feliz? ¿Acaso estando tristes, el helado nos hace sentir felices de nuevo y estando felices, el helado nos hace más felices? ¿O tan solo es que en la tristeza buscamos repetir las acciones que en otros momentos nos han traído buenas experiencias? Lo analicé desde mi punto de vista y es como si la misma comida no supiera igual, como si el estado de ánimo tergiversara las cualidades de la comida o por lo menos lo que causa en el cuerpo, como si se procesara de una manera distinta. Es similar a los efectos del alcohol cuando se consume por tristeza y cuando se bebe estando feliz.
Por último, se encuentra una respuesta que solía generarme curiosidad por mi tendencia a comer en exceso bajo emociones fuertes: –Cuando estoy triste no me dan ganas de comer nada –
Sólo una vez en la vida he tenido la sensación de perder el apetito por la tristeza. Fue excepcional y era como si lo que sentía se convirtiera en dolor físico, me dolía el pecho, de nuevo enlazando cosas que de primera no parecen estar conectadas. Un suceso cambió mis hábitos y mis perspectivas. Me pregunto entonces qué es lo que tienen en común estas personas para que una sola emoción genere una distorsión tan grande en sus rutinas y en sus actividades cotidianas básicas y naturales como lo es el comer. ¿Serán sus perspectivas? ¿Su sensibilidad? ¿O simplemente una característica del comportamiento definida al azar? Lo que es innegable es que nos comportamos guiados por lo que sentimos. Reafirmando así que no podemos separar lo que hacemos de lo que pensamos y de lo que apreciamos, que finalmente no somos más que una suma constantemente susceptible a la distorsión: a doblarse y regresar como quiénes comen chocolate para subirse el ánimo de nuevo, o a romperse y seguir como quiénes pierden el apetito y con el tiempo lo recuperan.