La historia del Mozart del fútbol.
Por: Fernando Araújo Vélez
Los diarios publicaron la noticia de su muerte tres días después de que él, Matthias Sindelar, hubiera dejado abiertas las llaves del gas de su casa.
En un principio hablaron de un accidente doméstico, nada más, y continuaron sus artículos con una serie interminable de adjetivos que resaltaban la vida y la obra del hombre que había formado la Wunderteam de Austria en los años 20 y 30.
Que lo llamaban der Papierene, hombre de papel, porque parecía frágil y cuando corría daba la impresión de que se iba a descuadernar. Que algunos lo habían apodado el Mozart del fútbol por su finura con la pelota, pues siempre llegaba a ella una milésima de segundo antes que el rival y lo dejaba espantado, tirado en el medio del campo. Que no había podido jugar con la Selección de Alemania por su quebradiza salud.
Algunos de sus compañeros de antes sabían que aquello último no era cierto, pero callaron. Callaron siempre, desde que Sindelar les dijo en un entrenamiento que él jamás iba a jugar con Alemania. Callaron porque tenían pánico. Callaron porque preferían vivir. Callaron porque habían sido amenazados por Hitler y su régimen, por los SS de la Gestapo, por los vecinos que estaban pendientes de cualquier movida sospechosa para informarlo y quedar ante el gobierno como unos santos, fieles al nuevo sistema.
Ya Austria no era Austria. Había sido invadida, tomada por el nacionalsocialismo alemán en marzo del 38. Por eso el Wunderteam tenía que servirle a la Selección de Alemania. La Copa del 38 en Francia se acercaba. Un domingo de abril, Sindelar, formado como suplente junto a sus nuevos compañeros, se negó a levantar el brazo al estilo III Reich para saludar al Führer.
Su actitud fue reprobada por los altos oficiales, por algunos de los directivos de la federación alemana y los hinchas. Algunos recordaron que 15 días antes, un conjunto de austríacos había humillado a Alemania en un partido en el que no podían hacerlo.
«Órdenes superiores». El cabecilla había sido Matthias Sindelar. Sin embargo, der Papierene era demasiado importante en el equipo para ser eliminado.
Había que motivarlo para que jugara. Convencerlo. La Alemania de Hitler tenía que obtener la copa Jules Rimet. Al fin y al cabo, era la superioridad la que estaba en juego, y más aún después de la hecatombe que dos años antes había provocado un tal negro llamado Jesse Owens al obtener cuatro medallas de oro en los Olímpicos de Berlín.
En mayo, poco antes de que se iniciara la Copa de Francia 38, Sindelar desapareció. Muchos años después dijeron que se había refugiado en un sótano vienés con su esposa, Camila Castagnola. Que había sido perseguido por los nazis, torturado. Nadie lo pudo comprobar. De alguna manera, dejó sus goles, sus pases, sus fintas y corridas en el aire, como parte de una leyenda.
Su Austria había roto todos los esquemas defensivos en Italia 34, y si algún equipo mereció el título, fue el suyo, pero entonces se atravesó la Italia de Benito Mussolinni.
Las presiones, las amenazas de muerte al argentino Luis Monti para que liderara la azurra, la compra de partidos, las intimidaciones a los rivales, las órdenes soterradas, la mentira… El fútbol limpio de Matthias Sindelar no alcanzaba contra tanto rival.
No alcanzó. Austria cayó en semifinales ante los italianos. «En Francia tomaremos revancha», prometieron Sindelar y Cía. No fue así. No pudo ser así.