El pasado domingo se corrió una de las carreras más esperadas del año, una de las cinco con más historia y prestigio del calendario mundial, Ronde Van Vlaanderen, o Tour de Flandes.
Alberto Bettiol (EF) duró catorce kilómetros escapado, con braveza y valentía atacó en una de las cotas adoquinadas del día, sobrepaso a los favoritos que esperaban el movimiento definitivo, lo que no sabían es que un italiano de veinticinco años, tenía ese ataque contundente en sus piernas y lo llevó hasta el fin de los doscientos setenta kilómetros. Faltando cincuenta metros para cruzar la línea alzó los brazos, se quitó las gafas y con un golpe en el pecho confirmó su victoria. Una manera fenomenal de abrir el palmarés, con una victoria monumental, literalmente.
La victoria de Bettiol fue una victoria más para los valientes, con un toque épico que solo una victoria en un monumento del ciclismo puede dar. Es esa esencia la que mantiene viva la pasión que conservan estas cinco carreras, que llamamos monumentos: Milán San Remo, Ronde Van Vlaanderen, Paris-Roubaix, Lieje-Bastogne-Lieje y Giro di Lombardia. Todas iniciaron en el comienzo del siglo XX, algunas incluso antes, cuando las etapas de más de trescientos kilómetros eran el pan de cada día, cuando andar por caminos rotos y quebradas eran las únicas rutas para atravesar estos países europeos, algunos llegaban a meta cuando el sol ya se había escondido y otros simplemente no llegaban. Es un ciclismo que me deja con la boca abierta cada vez que leo sobre él en algún libro o artículo que lo recuerda, esas hazañas de ciclistas de antaño que se asemejaban más a los incansables guerreros de la mitología, que a esos flacos hombres del común que con un tubular enrollado en su pecho las hacían.
Ese es el valor de los monumentos del ciclismo, carreras con más de cien años de historia de ciclismo puro, que se conserva en la pasión de las familias belgas, francesas e italianas que salen a la orilla de las carreteras, una tradición que perdura con los años y siempre nos recuerda la esencia. Un ciclismo cambiante pero que ha sobrevivido a más de un siglo y esperó que lo haga por muchos más.
Algunas anécdotas de los Monumentos.
Paris-Roubaix 1985: «Esta carrera es una estupidez
. Te esfuerzas como un animal, sin ni siquiera tiempo para orinar y tienes que orinarte encima. Terminas cubierto de fango, es una mierda» Con esas palabras el holandés Theo De Rooij abandonó la Paris Roubaix de ese año, una carrera de más de siete horas llenas de lluvia y adoquines lisos que multiplicaron las caídas, lo curioso fue que luego del retiro de Theo le preguntaron sobre esa respuesta, que si confirmaba sus palabras y él respondió: “Sí, por eso es la carrera más bella del mundo”
Ronde Van Vlaanderen 1985: Curiosamente en este año las malas condiciones climáticas también aparecieron en el Tour de Flandes, una edición que recibió más de 170 ciclistas en su línea de salida y solo terminaron 24, en la memoria de los espectadores quedó la imagen de ese diminuto pelotón con su bicicleta al hombro porque simplemente era imposible subir esa subida adoquinada mientras la lluvia no dejaba de caer.