Hoy amanecí tratando de recordar mis cumpleaños pasados. No los recientes sino los de cuando era niño. Tomo café y pienso. Busco en mi memoria y es poco lo que encuentro: pedazos de imágenes sin certeza. Sigo escarbando sorbo a sorbo.
De pronto, veo un ponqué pequeño cubierto con crema blanca y decorado con frutas. Hay tres platos y un litro de gaseosa. Veo también a mi mamá, mi hermana y a mí mismo. Cumpliría 11 o 12. Estoy con esa camisa de manga corta y cuadros pequeños y coloridos que me compraron para Navidad pero que todavía me parecía casi nueva, un jean azul ancho con bolsillos en los laterales, y un par de tenis muy sucios por el roce con el asfalto y las patadas al balón.
Un trago de café y algún detalle que salta en mi cabeza sobre aquel día: debió ser sábado porque estábamos los tres en la casa y porque me recuerdo comiendo con mucho afán para regresar a la calle a jugar. No era domingo porque el taller de la esquina estaba abierto y había carros parqueados a lado y lado de la calle. Sí, seguro que ese 22 de marzo era sábado.
Acabamos el ponqué y la gaseosa de una sola sentada mientras mi mamá repetía lo que habría de repetir durante más años por la misma fecha: que nací muy flaco –también un sábado- a las dos de la madrugada, que tuve que pasar algunos días en la incubadora y que mi primer nombre se lo debo a un periodista deportivo y el segundo a otro periodista que luego fue presidente.
Entre nosotros no nos felicitábamos ni nos decíamos palabras bonitas. No había ‘happy birthday’ ni ‘hasta el año tres mil’. Un ponqué con gaseosa era la celebración y el regalo.
Doy el último sorbo al café casi frío. Con la taza vacía ahora centro mi atención en la ventana. Afuera hay calles sin carros, andenes sin personas y árboles sin hojas. Una ciudad sin vida o, por lo menos, sin la vida de la gente. Una cuarentena que parece detener el tiempo. Un virus que le ha quitado importancia a cosas que jamás debieron tenerla.
Pongo agua para otro café y reparo en que se me olvidó lo que estaba pensando. Qué más da los cumpleaños pasados. Hoy hay un ponqué encima de la mesa. Y lo más importante es que hay cuatro platos. Es la celebración y el regalo.