«Es que muchos de los estudiantes de aquella época sentíamos que habitábamos en un hueco profundo, pero por fortuna la palabra se hizo gesto y nos iluminó el porvenir, lo que hicieron los profesores al educarnos fue devolvernos la dignidad, por su parte la poesía hizo su trabajo y nos salvó la existencia, nos dio una segunda oportunidad para la vida.».
Este 4 de octubre a las 4:30 de la tarde se celebrarán los 30 años del Taller Literario La Fragua dirigido por el poeta y maestro Rubén Darío Sierra Montoya, un proyecto que transformó la vida de muchos estudiantes del Colegio Oficial Rafael Uribe Uribe de Pereira. El evento tendrá lugar en la Feria del Libro del Eje Cafetero organizada por la Cámara de Comercio de Pereira y el Festival Internacional de Poesía Luna de Locos.
La época
Hacia finales del siglo XX cuando se extinguía la Guerra Fría y se derrumbaban los muros del mundo bipolar al ritmo del rock, se generó en Occidente un boom al interior de las Ciencias Sociales y Humanas basado entre otras cosas en “el giro hermenéutico”, que desembocó en el retorno al sujeto y a su vida cotidiana para situarlos como objetos de estudio y de creación, pero también como fuentes de información y de conocimiento, lo que puso en evidencia la necesidad de abordar la educación de otra manera.

En ese panorama del cambio de siglo cuya transición se denominó «la Globalización», por todo el mundo emergieron investigadores y educadores que protagonizaron un giro en la manera de hacer Investigación Educativa a partir de los estudios de la narrativa, la autobiografía, la historia y el relato de vida entre otras cosas, para observar los múltiples aprendizajes construidos a lo largo de la vida por los docentes y estudiantes a partir de su experiencia singular, particular y subjetiva relatada en primera persona como forma de la autorreflexión, de autodescubrimiento, de autoconocimiento y de autoaprendizaje basados en la autoexpresión.

Fue en los años 90 con el giro narrativo propiciado por la llamada crisis de metarrelatos que emergieron maneras de hacer de la experiencia personal un relato existencial y poético a partir de formas de organización juvenil y creativa como ocurrió con el Taller Literario La Fragua dirigido por el maestro y poeta Rubén Darío Sierra Montoya profesor del Colegio Oficial Rafael Uribe Uribe de Pereira en Colombia y autor del libro «Teoría y práctica de un taller de poesía. La experiencia de La Fragua».

La crisis de la escuela, de los grandes relatos o narrativas cohesionadoras de la modernidad que en 1979 advirtió Jean-François Lyotard y la consolidación del sistema mediático a nivel global concentrado en oligopolios, fueron algunos de los rasgos más evidentes en aquel mundo cambiante, mutable y en transición que nos situó en el siglo XXI como espectadores, protagonistas y relatores de nuestra vida cotidiana, escenificada en las imágenes espectaculares y especulares producidas por la sociedad de fin de siglo propias de la cultura visual y de la civilización de la imagen, hegemonías discursivas ante las cuales surgieron formas poéticas de libertad, emancipación, identidad y autonomía más allá de los centros tradicionales de poder, en las periferias.

La onda expansiva del boom interpretativo y narrativo que se produjo en los años 90 también provocó una reflexión sobre la pedagogía, las artes, los relatos, los medios de expresión y la investigación que llegó hasta nuestros días, para ayudarnos a comprender cómo se dio la transición entre un paradigma “positivo” orientado a dar una explicación funcional y estructural de los hechos sociales hacia otro “interpretativo” orientado a discernir los sentidos y los significados construidos por los individuos al relatar y metaforizar su experiencia de vida.
Mi experiencia personal en La Fragua
En 1988 los estudiantes del Colegio Oficial Rafael Uribe Uribe CRUU habíamos escrito algo de narrativa y poesía para la clase de Español y Literatura, incluso algunos hicimos teatro y así fue que me involucré poco a poco en el Taller puesto que ya existía de manera informal la Organización Creativa Juvenil, que era alentada por el rector Humberto Bustamante, por amigos suyos como Jaime Ochoa, Eduardo López Jaramillo y por los profesores del área, esto en mi caso ocurrió entre los años 1987 y 1991. Incluso después de salir graduado del colegio permanecí en contacto con la institución y con La Fragua durante varios años, tuve allí un grupo de teatro con los estudiantes de ese momento y conocí a otros jóvenes escritores de esa época.

En La Fragua cada encuentro con Rubén Darío y con los compañeros fue motivador, compartíamos lecturas, recibíamos correcciones y sugerencias del profe y eso nos ponía a estudiar, a leer y a practicar más la escritura. Cuando el colegio se volvió mixto y llegaron las mujeres al Taller fue un motivo adicional para ir al encuentro con todos, pues tuvimos poetas hermosas que escribían muy bien, la publicación de los poemarios en fotocopia fue para cada uno de nosotros el momento de un ritual sagrado que se repitió muchas veces, yo sentía que hacía algo muy importante y valioso para la vida y no me importaba lo que el mundo alrededor dijera o hiciera para convencerme de lo contrario, me daba igual si ese oficio no tenía futuro.

Con el tiempo he reflexionado mucho esa y otras experiencias derivadas de lo que vivimos en La Fragua, he adaptado al contexto del teatro, la comunicación y la educación algunos de los ejercicios que nos propusieron los profesores en aquella época, durante todos estos años seguí la búsqueda, experimentación y comprensión del mundo a partir de cosas que experimenté allí y que ahora comprendo mejor al reflexionar la aisthesis, la poiesis y la autopoiesis, y todo lo que hago ahora como educador e investigador universitario, como creador y como comunicador tiene que ver con esto.
Habitar la palabra fue mi segundo nacimiento
La primera vez que sentí que era útil para algo en la vida fue la tarde en que mis compañeros de estudio en el colegio me aplaudieron al terminar de leer en voz alta y de pie un cuento que escribí para la clase de Español y Literatura, yo estaba repitiendo el grado octavo de bachillerato, venía expulsado de un colegio religioso y tenía 14 o 15 años. No recuerdo de que se trataba el relato, pero sí recuerdo que en ese momento sentí algo muy grande que explotó dentro de mí, y que a partir de ahí esa sensación creció enorme, vibrante y cálida para nunca más desaparecer.

A través de la poesía y del teatro encontré mi lugar en el mundo, sentí que mi vida adquiría sentido y significado cuando todo a mi alrededor me indicaba que yo no servía para nada y que mi futuro como el de muchos otros niños de la periferia era incierto, casi inviable por pertenecer a un grupo social de bajos recursos económicos y a una familia de empleados y obreros, muchos de ellos casi analfabetas y de raigambre campesina, es decir, pertenecientes a los grupos sociales más olvidados e ignorados en la historia de Colombia, a las víctimas de un mundo injusto e inequitativo que se ensaña con sus coetáneos para sostener en el poder a los corruptos y a los tiranos.

Nosotros, pobres en recursos económicos, teníamos una fortuna inconmensurable: la imaginación, y en el colegio contamos con maestros y maestras comprometidos con su época y con los estudiantes como seres humanos que merecían adquirir y desarrollar una visión de mundo, ¿qué íbamos a imaginar en ese momento lo que hacían por nosotros y lo que forjarían con el tiempo?, si acaso en esos años de adolescencia pensábamos cómo conquistar a una niña que nos gustaba, cómo evadir la clase que no queríamos ver, y cómo pasar el año a si fuera por promedio o “ley de arrastre” gracias a nuestra labor poética que nos permitía subir el promedio general de todos los cursos. Es que muchos de los estudiantes de aquella época sentíamos que habitábamos en un hueco profundo, pero por fortuna la palabra se hizo gesto y nos iluminó el porvenir, lo que hicieron los profesores al educarnos fue devolvernos la dignidad, por su parte la poesía hizo su trabajo y nos salvó la existencia, nos dio una segunda oportunidad para la vida.

Por mi parte encontré eso que llaman disciplina o el arte de hacer las cosas bien, y lo hice en algo que me gustó mucho: la poesía, luego el teatro, la comunicación y ahora la educación, todos estos, oficios de la alquimia del ser o artesanías del espíritu. Esa fue la esa época en la que descubrí el «Yo relator», el demiurgo, y en lugar de aceptar la imposición de un relato que moldeara mi conducta mejoré la lectura no sólo para aprender a juntar las palabras, lo más importante es que me inicié en la lectura del mundo, en la interpretación de la vida, de sus fuerzas ocultas y de sus poderes evidentes, mejoré la escritura y la ortografía pues cuando el profesor decía que mis escritos gustaban a otros profesores y estudiantes, y que algunos serían publicados, me interesaba mucho más en que salieran bien presentados, así fue que amé la manera como se desplazaba el lapicero en las páginas de mi cuaderno y contemplé las formas de las letras, de los gestos y de las palabras. La poesía se volvió en mí algo orgánico.
Mejoré la expresión de mis ideas pues al idear y razonar por mi mismo, al soñar imágenes, evocar y anticipar metáforas, pude comunicar mejor mis sentimientos, logré desatar los nudos sensibles de mi alma y de mi espíritu, mis propios conflictos, y no me conformé con vivir la condición anónima de los seres invisibles y marginales que me rodeaban, yo quise conquistar mi libertad de expresión y mi derecho a la educación y lo conseguí, la poesía, incluso la poética del gesto, fueron los hilos que me llevaron a tejer la realidad que habito hoy en día y el mundo en el que estoy y del que me hice dueño.

Jamás fui militante de algo, más bien fui diletante de todo, por eso considero que no soy poeta pero soy un ser poético, no soy actor pero si soy el personaje principal de mi escenario, no soy escritor pero si soy un lector del mundo y el relator de mi historia de vida, eso para mi es suficiente, así puedo partir de mi mismo para hacer lo mejor que pueda con mis estudiantes y con los maestros que tengo. Esa es una manera de ejercer la ciudadanía y la justicia poética.
A continuación les comparto un texto que escribí durante mis primeros años de investigación en Barcelona para optar por el título de Doctor en Ciencias de la Comunicación y Periodismo.
En el puerto de Barcelona
Es la playa azul de este continente,
es el silencio de olas que anuncian los navíos,
y un pescador que iluminado por el cosmos lucha entre la tormenta contra el hastío,
como un profeta sideral que vaga eterno por constelaciones de peces incendiados,
como un pájaro de hielo nocturno,
como un rostro viejo donde nace y muere un río.
Es la caricia y es el pan que come un niño
como si fuera de amor y paciencia que se alimenta y crece un chico
sangre valiente de un hombre que también fue crio,
es en sus ojos tristes que ves flotando tu pasado también sombrío,
es la sonrisa y llanto que se despiertan en la cuna fríos,
es la semilla pálida de los hijos que no has tenido.
Somos tu y yo viajeros siempre
somos dos puentes y dos latidos
hechos de océanos que se calman en las arenas de los siglos,
es la distancia tuya y mía
que viajan como sirenas de mito,
como dos navegantes que sólo conocen su extravío,
es este mar platino tan desconocido,
es esta fuente roja de muerte y desvarío,
un día menos entre tu y yo,
dime qué es lo que tú amas en este corazón bravío,
son estos tiempos que mueren sin apenas vivirlos,
son tantas cosas que quiero decirte niña en el rincón adulto de mi amor tranquilo.
Diego Leandro Marín Ossa. Bellaterra, Barcelona, noviembre de 2016
(Las fotografías utilizadas en esta publicación hacen parte del archivo de imágenes personal y de los compañeros de estudio del Colegio Oficial Rafael Uribe Uribe que comparten imágenes en el grupo creado en Facebook)