Pazifico, cultura y más

Publicado el J. Mauricio Chaves Bustos

¡La Perla!

Tumaco, ¡la Perla!

Puente de El Morro

Por donde se llegue, hay un encantamiento que atrapa a quien visita el Pacífico, para muchos está en la gastronomía, en el carapacho de jaiba, en el ceviche de camarón con piangua –verdadera Ambrosía con que se deleitan dioses negros, venidos del África, y los dioses Awa, herederos de Sindaguas y Tumacos que habitaron el territorio antes de la invasión española-, la raya con huevo, los tamales de concha, todos los encocados, los tapaos; pero la magia está en las manos de quienes los preparan, de esas hermosas “Tías” que son generosas con propias y ajenos, o de las noveles generaciones que se preparan en la Escuela Taller de Tumaco o en otros sitios, para no perder esas hermosas y deliciosas tradiciones culinarias.

La magia también está en las playas e islas de la ciudad: El Bajito, El Morro, Boca Grande, o también en sus muelles, como Residencias, desde donde se puede divisar hermosos atardeceres al bullicio de voces de su gente negra que cantan y encantan; no en vano ahí con seguridad escribieron sus notas El Caballito Garcés, con “La muy indigna”, o Faustino Arias la célebre “Noches de Boca Grande”, pero también Plu con Pla y los innumerables grupos que alternan la música tradicional con sonidos modernos, formando una amalgama de melodías que nunca se detienen, porque si algo caracteriza al puerto, son sus sonidos, que van y vienen desde  El Puente del Morro al Pindo, de la Cancha San Judas al parque Nariño, y la música es como un encantamiento, sobre todo la salsa en todas sus cadencias y formas, y si de rememorar se trata, qué mejor que una noche de bohemia donde don Mario, en el Baúl de los recuerdos, donde los acetatos aún despiertan emociones y algarabías.

Muchas veces no hay energía eléctrica, bien por falta de mantenimiento o por acciones de los grupos armados al margen de la ley, también escasea el agua dulce, por eso cuando llueve Tumaco se vuelve un carnaval, no hay acueducto ni alcantarillado y la señal de internet es una lotería, en general los servicios son insuficientes; motos y carros conforman el manicomio de la conducción, pocos respetan los semáforos, en los andenes se cruzan vehículos y peatones, ante esto, lo común es escuchar “es que estamos en Tumaco, pana”.

Desde hace varios años un antioqueño mantiene parte de la vida cultural en el Parque Colón, consciente de la necesidad de fomentar la lectura, pero por sobre todo con la fe inmensa de crear una cultura crítica en la población del Pacífico nariñense, Jairo García Cuartas creó la Bicibiblioteca, un espacio donde todos pueden llegar, coger un libro, sentarse y leer, o ver una buena película y después participar en el cine foro, o mucho mejor, sentarse con Jairo y hablar un poco de lo que pasa en el territorio, él ha recibido ahí a políticos, campesinos, negros, blancos, indios, orientales, y todos son recibidos con el mismo trato y cordialidad, y siempre habrá un jalón de orejas para quien se lo merezca. Jairo, como muchos otros, representa el encantamiento que puede ejercer este territorio sobre las personas, desde cuando el avión cruza la bahía de Tumaco y aterriza en el La Florida, uno siente que el corazón se le reviente, ha tenido al antesala de divisar la selva y los ríos del occidente colombiano, mirada que acrecienta la esperanza de que todo puede mejorar, las copas de los árboles y las corrientes que desembocan en ese mar verde, alimentan la esperanza de un mundo mejor.

O cuando el viaje se hace por tierra, cuando la vía deja de ser una serpiente y se vuelve un punto de fuga –mejor de encuentro-, cuando el clima deja de ser frio y es necesario recibir la brisa con olor a chontaduro, a naidi y a coco, uno siente que el alma se le sale del cuerpo, a veces hay polos a tierra que nos vuelcan sobre una realidad que no quisiéramos, La Guayacana todavía conserva parte de la arquitectura y las costumbres ancestrales, a pesar de todo el dolor acumulado, de las casas sale todavía un olor a dulce, y en algún rincón está el poeta Carlos Palma diciéndonos: “Aquí en la aldea / Y debajo del agua, / Un caracol demarca / Con obstinada paciencia / La huella móvil de la luna / Y el eco amarra de algún puerto / Sus oídos sordos /Y en la arena movediza,/ Los lienzos de la brisa, sumergidos”. En cambio en Llorente –ambos corregimientos de Tumaco- la vida parece más cosmopolita, con sus excesos y sus vicios, la poesía fue remplazada por carteles que se apiñan por entre paredes y postes, en donde se distingue la silueta de una mujer desnuda con el letrero del estriptis que anuncia que ese viernes se rifa una venezolana; como en casi todo el Distrito Especial, Industrial, Portuario, Biodiverso y Ecoturístico, tanto urbano como rural, el narcotráfico ha hecho asiento y en donde la violencia y la economía fácil hace que lleguen miles de colombianos en busca del rebusque, generando también el desplazamiento de los nativos que deben salir a Cali o a otras ciudades que piensan son más halagüeñas con su futuro.

Toda la ciudad es una continua carcajada, una algarabía que se extiende como el firmamento en las hermosas noches estrelladas que cubren la ciudad, en ningún otro lugar he visto gente tan alegre y tan contenta como en el Pacífico, pero especialmente en Tumaco, al son de un balón, de una charada, de cualquier percance, por minúsculo que sea, todo parece fiesta, es quizá ese valor de resiliencia que tienen sus gentes lo que más permite valorarla; da gusto ver un domingo como las familias pasean y se divierten, especialmente los niños, parecen sacados de un cuento, las niñas con sus peinados diversos que recuerdan los mensajes de libertad, y los niños, bien trajeados, incluidos los vendedores de El Morro, “el platanito” y sus amigos, niños generosos que controvierten los códigos y colaboran con sus familias vendiendo algunas golosinas, siempre sonrientes, siempre festivos, con una dignidad que da envidia.

Ahí está “El Diablo”, el decimero mayor, humanamente se llama Carlos Rodríguez, heredero de ancestros que desde la oralidad nos cuentan el día a día de la ciudad, en perfectas décimas cimarronas, a veces no se encuentra, está viajando, o está componiendo sus poemas para recordarnos a los hombres nuestra temporalidad: “A partir de ahorita / Que venga todo lo bueno, / Se aleje la violencia /Llegue un ambiente sereno. / Se agote todo el veneno / Contenido en nuestro ser, / Para que podamos ver / Mucha paz, pero enseguida. / Que mi pueblo necesita /De manera muy urgida.”

Y como es común en el Pacífico, se piensa también en los relevos, se sabe que preservar la memoria es parte fundante de la identidad, entendida como lo que somos y hacia dónde vamos, por eso la Casa de la Memoria en Tumaco es vital para recordarnos esa violencia que tanto daño nos ha hecho, pero también para perfilar un futuro mejor, donde el desarrollo deje de ser un mero eufemismo de un nombre, como el de Distrito, y realmente se piense en generar trabajo, modos alternativos de solución de conflictos, se invierta en el campo, para que sea más rentable producir coco y plátano que coca; dentro de estos relevos aparece el Decimero Menor, Telmo Santiago Angulo, quien ha llevado la herencia revivida de la décima a diferentes escenarios del país, y quien en y desde Tumaco clama, como muchos de sus habitantes, por una ciudad mejor: “Levántate y camina que la vida es una sola, mantén la mirada arriba, que como ésta ya no hay otra… Levántate y camina”. El Diablo, “Decimero mayor” y Telmo, “Decimero menor”, son una muestra del respeto que aún se guarda en el Pacífico por los mayores, la voz de los viejos y de las Tías, aún es tenido en cuenta, son sabios que recuerdan permanentemente como fue perdiendo valor la vida, como las costumbres cambiaron por conseguir lo que se piensa es el dinero fácil, cuando no lo es y nunca lo ha sido.

La primera y única señorita Colombia que ha tenido el departamento de Nariño, Stella Márquez, es tumaqueña, muchos de los mecenas que auspiciaron la construcción de la ciudad, como el monumento a La Madre, incluso las canciones de antaño que recuerdan al puerto, fueron escritas y hechas por blancos. Durante muchos años, olvidaron que esas reinas se vestían con trajes hechas por costureras y tejedoras que en cada puntada recordaban la esclavitud y la libertad, que esos monumentos, esas calles y esos edificios fueron construidos por negros, fuertes y trabajadores, que esos ritmos venían de las añoranzas por las nanas negras que fustigaron los miedos y sembraron los mitos. Bastó un Tumacazo para recordarle al mundo que la ciudad es también negra, que el descontento se mantenía, más allá de la libertad de vientres, de la manumisión y del fin de la esclavitud; pero lo negro está más allá del color o del origen, implica una apropiación del medio y una afrenta a lo establecido, por eso se puede ser negro en el Pacífico, sin necesidad de tener raíces africanas, lo negro es un sentimiento y un estar ahí.

En un solo barrio de Tumaco se pueden localizar la mayoría de ONGs que hacen presencia en Colombia, ahí toman asiento personalidades que definen el destino de los recursos del territorio, muchos de ellos piensan que Tumaco es todo el Pacífico, pero basta hacer un recorrido de 45 minutos en lancha para llegar a Salahonda y comprobar que esto no es así. Tumaco es la Perla, pero es una más de las que componen el collar de una realidad que puede ser puesta en el cuello de una reina blanca, típico modelo de expropiación y colonialismo, o de una mujer, Tía, mujer de todos los colores o de todas la etnias, y que espera también ser invitada a la función.

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