Valeria Gómez Giraldo
Puede que no siempre fuera la persona más empalagosa de todas, la más cursi, o la más romántica.
Tenía sentimientos aunque no los demostrara, aunque nadie se diera cuenta de que se interesaba por los demás y su expresión dura o el ceño fruncido dijeran lo contrario.
Se preocupaba por los demás y siempre estaba allí para ellos, pese a que los de su círculo cercano no veían más allá de un rostro o de una expresión.
Viajaba en autobús. Su sien derecha tocaba el vidrio de la ventana y veía cómo cada cosa se quedaba atrás a causa de la velocidad.
Miles de pensamientos llenaban su cabeza. Miles de historias que imaginar, de canciones que crear, cosas insignificantes que podrían llegar a tener otro tono.
Le gustaba, le gustaba mucho crear historias, la mayoría de veces irreales, y luego plasmarlas en un papel, volverlas gráficas en un dibujo o transformarlas en una corta canción de tres minutos.
No podía mirar a su lado izquierdo. Sabía que si lo hacía se encontraría con el gentío que viaja en la mañana.
Pese a todo, lo vio aparecer, irradiando luz y felicidad a cualquiera que se encontrara en el mismo estado.
Por estar cabizbaja contra la ventana, esperando llegar a su parada, no se dio cuenta de cómo terminó sentado a su lado, contemplando la perfecta simetría de su rostro, su suave respiración y el leve pestañeo involuntario que sólo él podía notar.
Los ojos, su nariz, su boca, hasta las más pequeñas pecas que caían por sus mejillas en forma de lluvia, eran observadas de una forma sorprendente, tratando de averiguar cuál sería la proporción necesaria para llegar a ese nivel de perfección humana.
A él le gustaba mirar a las personas lindas, puras en alma y cuerpo, porque no quería perderse de uno de los mejores placeres de la vida. Y ella lo era. Su alma estaba tan vacía de rencor y a la vez tan llena de seguridades.
Pero eran diferentes, totalmente diferentes. Él, un amante del rock, un talismán de mujeres, un desahuciado de los deseos. Era como el sol, cálido y brillante; ella, por el contrario, como la luna, oscura y misteriosa.
Su pasatiempo eran las ganas de armar sentires en un rompecabezas que su mente ponía a prueba. Creer en los deseos de las velas de cumpleaños, estrellas fugaces, de eclipses.
Eran diferentes, sí. Sus miradas no coincidieron. Su historia no comenzó en ese instante. Todo era cierto aunque no lo supieran.
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