Claro que me vas a caer como una bomba en el pecho para inyectarme una dosis de futuro. A mí, que creía todo sepultado. Yo, que ya calculé el difícil asombro de las novedades.
Tu presencia será una bofetada a mi incredulidad. Con el beneficio de la duda, hablaremos de los errores para enender que aunque no era un terreno sagrado, sí podíamos haber avanzado en la necesidad de susurrar secretos al oído.
Abrirás la puerta y me quitarás la taquicardia. Anticipadamente te diré sin temblar, lo fiel que puedo ser a esos escasos de momentos de correspondencia, sin cálculo tiempo.
Sé que lo haremos sin afanes, con el espíritu de las nuevas alas, con el sello de las preguntas resueltas.
Y sabremos por qué andábamos tan lejos, qué tan inoportunos fuimos con la decisión de escondernos antes de mostrar a todos el resultado del afecto.
Resolveremos lo sombrío y habrá espacio y tiempo para concebir un principio, más bien, nuestro principio cercano a las incomprensiones.
Será tan corto el tiempo para reconocernos, sin la agonía del después, del silencio que nos ha perseguido. Así que tendremos dos opciones, aunque desde ya sé que huir no será tu posibilidad.
Decidí que voy a apostarle a una primavera extraordinaria, justa, ligera, irremplazable.
Entenderás sin intención de censurarme, las ideas que me martillan la cabeza, las insípidas visiones que me vi obligada a sustentar, y la traicionera sensación que acompañaba mis únicos momentos de soledad. Que el amor no era una locura ajustada a mi carácter y que mi deseo de libertad sólo necesitaba domesticarse con regalos de confianza.
Superarás el miedo de ser un recurso borroso y abrazarás conmigo un diálogo común, leve, natural, lejos de la vanidad y la arrogancia que rechazan los incrédulos.
Ya no seremos una molestia continua para los otros. Lo habíamos advertido, no para contrariarlos en sus círculos viciosos de pesimistas, sino para encontrarnos como criaturas que desean volar bajo el ritmo de un único entusiasmo.