Lloronas de abril

Publicado el Adriana Patricia Giraldo Duarte

Mi demonio y yo

Por: Isabel Cardona Figueroa

Todos tenemos un demonio, es más tenemos varios. Vivir con ellos y aprender a manejarlos es un reto gigantesco; es muy probable que muchos ni siquiera lo logren, y hay otros que ni siquiera son conscientes de los suyos.

Entender y aceptar el mío ha sido todo un reto. Permitirle ser en mí y adaptarme a él ha sido un largo proceso porque ha crecido conmigo y está tan arraigado, que es imposible deshacerme de su presencia.

Mi demonio nació conmigo, siempre he pensado que lo llevo en la sangre y en mis vísceras. Fue tal vez heredado por mis ancestros y magnificado por mi simple humanidad. Ha sido muy negativo para mis allegados pues han sido sus víctimas de él desde hace muchos años, gracias a la incapacidad que he tenido de manejar mis emociones y sentimientos. Eso nadie no lo enseña, lo debemos aprender solos.

Muchos creen que lo disfruto, que es divertido andar por el mundo respondiendo a cuanto desacuerdo u ofensa recibo, que me regocijo haciendo sentir mal a los demás con mis hirientes palabras.

Pero no. Llevo toda mi vida batallando contra él; levantándome en las mañanas mirando su rostro lleno de ira y dolor, tratando de que no salga a la luz, que no le haga daño a nadie. Acepto que en ocasiones ha sido inevitable, y en el fondo doloroso. Durante mucho tiempo le permití reaccionar por mí, dando como resultado complicadas relaciones interpersonales y la gran frustración e impotencia que da el ser incomprendida.

Sin embargo, no puedo decir que todo ha sido malo. Mi demonio me ha acompañado cuando lo he necesitado, cuando he estado sola enfrentándome a un mundo que a veces no comprendo. Probablemente también me ha salvado de tener experiencias aterradoras con personas que tal vez hubieran querido hacerme daño. Mi demonio se ha encargado de seleccionar mis amigos y a las personas que hacen parte de mi vida, pues no todos quieren estar cerca de él, y otros ya han aprendido a vivir conmigo y con él.

Hoy, gracias a los golpes, al silencio, a la soledad, al tiempo que me he dedicado a mí misma, a ese deseo tan fuerte de ser mejor persona, pero sobre todo al amor tan grande que hay en mi corazón, decidí hacer las pases con él, enseñarle que no siempre tiene que ser quien reaccione, que no todo el mundo tiene que conocerlo y que yo decido cuando debe salir.

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