Por: María Isabel Cardona Figueroa
Morir en vida es posible, yo lo he hecho dos veces, la primera vez por amor como la mayoría de nosotras y fue tan definitivo que juré no volver a querer de esa manera. A partir de ese momento decidí que nadie estaría primero que yo, y que evitaría perderme en la inmensidad de los sentimientos y la voluntad de otra persona.
La segunda vez fue mucho más profundo, más entrañable, más invivible, la muerte. El dolor físico y emocional fue tan fuerte que el frío vacío en las entrañas se queda allí inerte durante mucho tiempo, como una energía que se estanca, que recuerda que hubo vida, una vida que se esfumó y que siempre me acompañará a través del viento, del mar, de las mariposas, de las nubes y el cielo, allí en la inmensidad donde espera por mí.
Regresar no siempre es fácil. Probablemente no todos los que pasamos por una pérdida tan dura logramos hacerlo.
Hay un despertar. Es apenas normal luego de tres años de duelo intenso, de aislamiento social, de dolor enquistado e introspección continua.
En medio de tanto movimiento de pensamientos, decisiones, emociones y cambios, descubrí la necesidad de volver, de abrazarme, levantarme y reinventarme. Ya les conté que es la segunda vez que lo hago.
Pero luego de vivir, sentir y conectarme con lo más profundo de mi ser y mi espíritu, entré en un estado de letargo, un espacio suspendido en el tiempo y del que probablemente no pude ser lo suficientemente consciente.
Mientras la vida seguía, la rutina, el trabajo, las reuniones familiares, las salidas con amigos en medio de una sospechosa normalidad; lo que estaba allí suspendido se hizo fuerte, se entrelazó y creció.
Hace poco explotó. Volver a poner todo en orden ha sido un gran reto. Los pensamientos dolorosos, los recuerdos y la energía desgastada durante ese tiempo han sido la única salida que tengo para resurgir, para desbloquearme, para lograr continuar sin tanto dolor, para empezar a enfocarme en lo que realmente importa: reconstruir ese yo capaz de lograr sus sueños, planear y lograr objetivos, redireccionar la energía hacia las capacidades y habilidades que tengo y permitirme ser lo que quiero ser.
Debo hacerlo ya. Salir al mundo fortalecida, transformada y confiada en que mis nuevos pasos me llevarán a conseguir mis sueños; que en esta etapa de la vida encontraré tranquilidad, estabilidad, serenidad, equilibrio y todo lo necesario para vivir bien, feliz conmigo misma, con mi aporte al mundo por más pequeño que sea, con mi pasado lleno de lecciones, con mi presente consciente y con la promesa de seguir el camino sembrando con amor, respeto y agradecimiento a la vida, a mi familia, a mis amigos y a Dios que nunca me ha abandonado ni lo hará nunca.
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