Lloronas de abril

Publicado el Adriana Patricia Giraldo Duarte

Irreversible

desoedida

Incluso sin mirarnos a los ojos, íbamos a encontrar el punto del eterno retorno.  Eso sí, con la certeza de revelar el secreto de nuestra identidad: ese impulso que nos ató como almas inconformes, incomprendidas, silenciosas y autocríticas.

Allá adentro, los dos compartíamos esa miedosa premonición de que nada es para siempre, porque el paso de las horas destruye el último cordón de la bondad.

Lo escondimos por culpa de quienes nos rodearon y  aconsejaron guardar el secreto de las puertas del cielo.

Recuerdo verte tomando la fotografía, y la verdad, prefiero quedarme con esa imagen de hombre parco y misterioso, sin vicios de la vida.

Crecimos, claro, crecimos juntos, para darnos cuenta de que éramos otros y que nada debíamos pretender con los cambios.

Quizá confundimos el destino.  Tu vas por una vía y yo por la otra. Tantas veces tratamos de hablar sobre lo que era irreversible, y también yo sentí desgana y tuve ganas de huir, y la necesidad de proyectarme sin ti.

Verdad fue solo lo que vimos los dos, en privado, ahí donde solo yo pude acercarme a tu luz, las veces que intenté hablarte y dejarte la única herencia que quise compartirte y que al final no te cautivó.

Buscamos una línea en la que no podíamos caminar juntos.  Te dejaste apabullar por los comentarios y me  censuraste. Algunas veces luché con mi afán de querer arrancarte de tajo, porque me defendí de quien falsamente llegó a acusarte.

Creo que luego de entender que no necesitamos medallas para premiar los silencios, vendrán los instantes en los que hablemos de ello.

Sin calcular tus grados de perversidad, yo padecí como tú, sin culparte.  Yo, que aunque no lo creas, también conozco la miseria humana.  Yo, que también desnutro los impulsos cuando me caen los rayos por el abandono del ser amado.  Yo, que algunas veces, por la mañana, y por la tarde, me ahogo con el peso del tiempo y la llegada al escalón del olvido.

No estás, pero te acepto sin resistencia, porque sé que la única idea irreversible fue ser siempre la misma mujer que no viviste y porque en nuestro cielo, también es comprensible el paso de las nubes.

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