Por: Mary Ramírez
Resentido corazón balbuceante,
palpitas incoherencias en mi sombra.
Tus ritmos ya no son los mismos
Mis sentires se ahogan en las propias venas.
Resuenan mis deseos, a veces, hirientes, que acongojan.
Tu, fuerte y resentido. No me arropes, no me escondas.
Son mis letras escudo, ¿me salvan? ¿Las salvo? Me expongo.
Compañeras en mis sufridas pero amadas soledades.
Tu, corazón, te comprimes, peleas con las horas,
y le das sentido a esas líneas
que se convierten en sanadoras melodías.
¿Sanadoras melodías? ¿Dije Sanadoras melodías?
Mis carcajadas resuenan por tan grande mentira.
No me sanan las letras, las mato al desprenderlas, al extraerlas.
Si estás pensando en llegar y dañarme, tengo una única y afilada arma; puedo herirte con pluma y pulso, matarte decisivamente quizá tras varios intentos, luego enterrarte con todos tus fantasmas junto al nido de todas esas palabras.
Y si tus fúnebres sentimientos buscan resucitar, sin mi alma es imposible que suceda.
Las nueve noches ya te he de rezar.
Suena cruel, pero no estoy diciendo más que dedicarte un epitafio que no se podrá borrar, ese mismo que dirá: «llegué a destruir, a dañar, pero con aparente inofensiva poesía, me mataste y me tiraste al mar».
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