Federico Acevedo Ramírez
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Quisiera llorar tres días seguidos y borrar con cada lágrima un mal recuerdo. Secármelas y con un alma limpia emprender mi camino. Quisiera que fuera realmente mío, el que me corresponde. No quiero volver a andar caminos errados ni a lastimarme en sus desniveles.
Quisiera ser invulnerable al dolor. Qué nadie me pueda hacer daño. Que no anide nunca más la pena en mi alma. Que no llegue ningún altivo a estropearme la vida. Que los estafadores de sentimientos encuentren la puerta cerrada y asegurada con candado doble. ¡Que quien piense en hacerme daño se lo haga a sí mismo y en doble proporción!.
¿Que hay que tener cuidado con lo que se desea? ¿Que se han vertido más lágrimas por plegarias atendidas que por las desoídas? Yo asumo el riesgo.
A mí que el dolor no se me acerque, que ni me mire de lejos. Lo pido una y otra vez. Con toda seguridad.
Me acuesto a dormir con la esperanza de que todo cambie. Es lo que se hace para no enloquecer, lo que hacemos todos para aceptar las cosas tal y como son.
¿Si resistes, persiste? Lo he comprobado. Pero aceptarlo me convierte en cómplice.
Si no es peleando, ni aceptando, entonces es llorando. Quisiera llorar, pero no puedo.