Lloronas de abril

Publicado el Adriana Patricia Giraldo Duarte

A un día del adiós

 

 

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También en el día del después del adiós, se paseó por los lugares que habitó su amor interminable, como queriendo decirle que esa historia no acabaría jamás.

El día que todo el mundo celebró, fue para él pasmoso y especialmente desgastante.  Prefirió que pasaran 24 horas y entender mejor lo que sentía.

Repasó sus temores y volvió a echarle la culpa a ese cruce de miradas a destiempo; a esas ganas de vivir con ella, de verla de una vez por todas en el sillón rojo que su mente no quiere abandonar.

Encontró excesos de corazones rojos colgando por los almacenes, y flores desbordadas en cada esquina.  Prefirió ir al lugar de siempre y comprar unas margaritas, para que adornaran su prohibida mesa de noche con algún pretexto, con el deseo vago de que al menos esa energía entendiera sus limitaciones.

Era la única forma de cultivarla, de acercarse a su racionalidad, de explicarle con símbolos que también él padece la condena del paso del tiempo.  Que se debate entre la racionalidad del adiós y que no quiere sentir el Frío de la canción, “el miedo a cruzar la calle que lo lleve al olvido”.

Quería decirle con cada movimiento, que para él la espera es como un puente colgante en el que el peso del cuerpo lo invita a tomar una decisión, y que tambalea de un lado a otro sin comprender las probables direcciones.

Ni siquiera él entiende por qué esa voz femenina se le atravesó, ese pensamiento salido de los cánones y la armonía de una cara que lo ataca insistentemente sin posibilidad de rechazo, para que bese cada noche, al lado de las margaritas, las señales de su alma gemela.

En la lucha contra el olvido todo le habla de su loba.  Las nuevas circunstancias, la carga del pasado, el deseo de que exista un último relato.

No cuestiona que en la distancia, a ella también le cueste entender su estrategia de tener un molde de halago y placeres, muy natural; la necesidad de que un día habiten el mismo paraíso.

Sin embargo, ÉL tan lejos del camino.

Ahora, Él, rayando las frases que no puede escribir y que abrigan el paso de su nueva diosa.

Cansado, esperó 24 horas, porque pensó que en el día después del amor encontraría menos fastidio en los corazones rojos y blancos que volaban por el centro comercial.

Pasó un nuevo tiempo, y todavía los dos, a muchos pasos de distancia, sin saber qué hilos teje el destino.

 

 

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