Por Camilo Moreno,
Desde París, Francia
Pelotón de Corredores del en los Campos Elíseos. Crédito foto: Camilo Moreno Kuratomi
Bajo el inclemente sol parisino de verano, los corredores del Tour de France daban sus últimas vueltas por los Campos Elíseos antes de dar por terminada la competición el pasado domingo 21 de Julio a las 6 de la tarde. Miles de espectadores de todo el mundo, pegados a las vallas de seguridad dispuestas para la ocasión celebraban con gritos efusivos cada vez que un ciclista en solitario o un pelotón de corredores pasaban al frente de ellos. Hay que recalcarlo : Para alguien que nunca ha visto un Tour en directo, la velocidad de los deportistas por las calles adoquinadas es vertiginosamente rápida y apenas hay tiempo para tomar una foto durante unos pocos segundos, antes de que desaparezcan nuevamente como tragados por el sol, la rapidez y la sed de gloria.
Las decenas de tiendas de los Campos Elíseos que recorren la demografía del turismo parisino en sus múltiples formas (Gucci, Lacoste, Cartier, Gap) se encontraban cerradas, pero eso no evitaba que la cantidad de gente en las aceras fuese abrumadora. En el horizonte, el Arco del Triunfo (ese mítico portón que soñó Napoleón para recibir a sus soldados luego de sus campañas de conquista cuando Francia era el gran imperio) se mantenía imponente, como un abuelo sabio que vigilaba de reojo a esos corredores que desde hace 100 ediciones lo han seguido buscando sin descanso.
En el caluroso aire de verano se respiraba la alegría: era el final; tras 23 días de esfuerzo sobrehumano los corredores habían logrado su objetivo. Para algunos, el simple hecho de llegar a la meta era motivo de triunfo, para otros, como Nairo, había que darlo todo para tratar de arrebatarle un triunfo a la fortuna. Sí, un triunfo histórico. La primera vez que un ciclista sudamericano llegaba al segundo puesto del Tour de France. Porque este escarabajo no sólo había aprendido a subir la montaña con la pericia y la fortaleza de esos otros corredores que tantas alegrías nos dieron en el pasado y que los colombianos conocemos de memoria. Este escarabajo también sabía “volar” en la contrareloj y fue esto lo que hizo que su gesta fuese aún más memorable.
La alegría de la gente
Rolando es colombiano y vive desde hace casi 10 años en París. Es un investigador que como otros, observaba con emoción el fin de la última etapa: “Es un verdadero orgullo que el ciclismo colombiano retome su importancia internacional. Lo único que hace falta es que renazca un equipo nacional para competir en el Tour de France. El Estado colombiano tiene que aprovechar este momento histórico para apostar por el ciclismo de nuestro país”. Seguramente, Rolando no debe ser la única persona en imaginarlo.
Unos metros más adelante hablamos con Jaime, otro colombiano que vive en Francia desde hace 12 años y trabaja como mesero en uno de los numerosos “bistrots” (restaurantes) de la ciudad. Vestido con la camisa de la selección, se encontraba encaramado en una estructura que le permitía ver la carrera desde una buena perspectiva: “Ya lo vi a Nairo pasar como tres veces” dijo emocionado. “Afortunadamente mi jefe me dejó salir hoy para ver el final del tour, porque esto sí no me lo perdía por nada”.
Entre la marea humana también pudimos hablar con otros extranjeros como Juan, un español aficionado al Tour de France. “Recuerdo cuando lo vi a Lance Armstrong, hace como 10 años atrás. Fue alucinante. ¿Quién iba a imaginar que después iba a terminar así?” Dijo con un poco de decepción, y no tardó mucho tiempo en asociar al despojado de siete camisetas amarillas con el mejor corredor español de los últimos años, Alberto Contador: “Después de que le quitaron el título por dopaje (año 2010) eso también dejó ciertas dudas sobre sus otros títulos (2007 y 2009). Es una pena porque eso empaña este deporte tan bello.” Pero Juan también tuvo palabras de alegría: “Felicitaciones a los colombianos por Nairo Quintana. Esperemos que pueda ganar un Tour en el futuro. Yo creo que tiene condiciones para hacerlo”.
Por último hablamos con Miguel, un mexicano de vacaciones en París, ciclista amateur. Con sus ojos concentrados en el pelotón que avanzaba a velocidades sorprendentes, y con su pequeña hija cogida de la mano, nos contó entusiasmado que desde hace años quería ver el Tour, así fuera un poquito. “Espero que esto sirva para potenciar el ciclismo no sólo en Colombia, sino en América Latina. ¡Que viva Colombia!” Nos dijo al despedirse con un gesto fraternal entre países que entre otras cosas, se han hermanado en el sufrimiento provocado por el narcotráfico.
La noche parisina corona a Nairo
Colombianos en París acompañando a Nairo Quintana. Crédito Foto: Camilo Moreno Kuratomi
8:30 Pm. El sol había bajado pero el calor, potenciado por la marea humana se hacía acuciante. Era imposible conseguir un sitio propicio para ver el podio. Después de avanzar, entre codazos y empujones amigables a la búsqueda de un resquicio, pudimos ubicarnos en la parte posterior del podio, desde la que lastimosamente, no podíamos observar a Nairo como hubiésemos querido, aunque un televisor pantalla gigante transmitía en directo la premiación. La hora había llegado.
Pocas palabras alcanzan para describir la emoción de ver a Nairo Quintana subir al podio, con su corta estatura, y su cara de hijo pródigo de Colombia, su sonrisa tímida y sus ojos brillosos, como los de un niño que acababa de cumplir un sueño. Los colombianos, todos, aplaudimos con todas nuestras fuerzas cada vez que el presentador pronunciaba su nombre, ante las miradas atónitas y un poco burlonas de los europeos que contemplaban la escena con asombro. Poco nos importaba. En esa noche, el segundo era el primero.
Es cierto, Froome ganó el Tour con amplia ventaja, y tuvo más aplausos corteses y fríos, pero nadie hizo más bulla en los Campos Elíseos que nosotros, los colombianos, por Nairo, el nacido en Tunja en el seno de una familia muy humilde y que tuvo que hacer infinidad de sacrificios para llegar al podio.
Porque en cuestión de mérito él fue el ganador indiscutible.