
Al fondo del parque de La Francia, donde comienza la ciudad (calle 1) se arraciman sucesivas hileras de casonas, las primeras que se erigieron en el barrio en la década del 50 del siglo pasado, cuando la familia Marín Vargas se estableció, proveniente del sector Versalles, junto a otros cuatro hogares fundacionales.
Asomado a la ventana del segundo piso, el periodista y también escritor Álvaro Marín Ocampo, hermano de Carlos Eduardo, invita con la mano a sobrepasar la portezuela de la verja. Luego reaparece en el vestíbulo, a cuyo fondo espera Carlos Eduardo Marín Ocampo. No me puede firmar su libro Senador cena senador. El doctor Varillas (1985), que conseguí a $5 mil en una de las librerías de viejo de la carrera 21. Hace diez años un vómito fuerte precedió el derrame cerebral que no le permite escribir. “En la planta baja me muevo con este caminador y arriba tengo las muletas”, apunta, sosteniendo las tiras de una bolsa de papel con algunos de sus libros. “Me cae el viejo dicho ‘más difícil que la cagada de un tullido’; aunque lo más duro es bañarme”, dice, risueño, sobre sus desplazamientos en el espacioso domicilio.
En la sala, presidida por el retrato de su madre, Silvia Ocampo, y una foto de su padre, el exgobernador de Caldas Ramón Marín Vargas, las manos le dan para escarbar entre el resto de sus publicaciones. Extrae Erupción volcánica (sus primeros relatos, 1981), El águila sobre la aldea (2006), Mi papá viejo y otros relatos manizaleños (2001), Leyendas urbanas (2001), entre otros títulos.
Pasa un dedo por la portada de El Doctor Varillas, la obra que dice tener en más alta estimación.
-Pero Roberto Vélez dijo de ese libro que era de contenido “espurio”…
-Bueno, no hay que contradecir a los críticos. Pero él no dijo lo mismo cuando presentó Mi papá viejo…
El texto habla de Bernardo Vargas (apodado doctor Varillas), tío de Marín Vargas, un folclórico abogado de Chinchiná que al bajar del tren desafiaba la polvareda y la canícula con sus eternas gafas, vestido de paño chaleco y corbatín.
Ricardo Marín, el pintor y hermano menor, irrumpe en la sala. Viene buscando a Evelio Giraldo, editor del portal Eje XXI, pero él acaba retirarse ante la amenaza de un aguacero. Tras un diplomático intercambio de quejas sobre el clima con el reportero, Ricardo se recluye de nuevo en su taller.
-Viven acá los hermanos artistas, debe haber mucha armonía…
-Hum. Es difícil. Los viejos nos volvemos tercos y testarudos. Ah, también vive José Ramón, el agrónomo.
Urticaria y prensa
Espoleado por el cronista, Carlos Eduardo baraja historias de su vida con suspicacias sobre intelectuales caldenses. Si bien por esta misma sala y por el barrio La Francia se paseaba la gente más importante del momento, Marín siempre estaba atento a buscar el lado b, la maledicencia, la verdad oculta. “En Senador cena senador tenía personajes que representaban a los protagonistas del robo a Caldas (manejos corruptos en la Empresa de Licores de Caldas que vinculaban a altos dirigentes): Barco, Yepes y Giraldo Hurtado. Por eso me buscaron la caída con una ficha de Giraldo cuando trabajaba en la Licorera”.
Sobre ser hijo de poderosos dijo que sí se sentía eso de ser “especiales” desde niños, pero que no vivió de eso. Sobre el tema gay en sus libros, dice que en todos hubo algo de ello. “Me eché enemigos pero nunca me han dicho nada”.
De su faceta como periodista, título que obtuvo en la Universidad de América en Bogotá (tras abandonar derecho en la U. Externado), recuerda cuando fue columnista de La Patria. “Me llamó José Restrepo y empecé a escribir, pero Luis José no me quería y me sacó. También reviví el periódico La Mañana en 1970 (fue diario entre 1939 y 1949). Sacábamos mil números, pero sólo duró un año”.
Ahora su día normal comienza oyendo Blu Radio o La W. Se toma “como 10 pastas que no sé ni pa qué son, pero soy cumplido”. A mediodía almuerza “lo que sea, no tengo restricción”, y se pone a leer libros históricos. “No leo ficción actual”. Los domingos revisa columnas antagónicas, “pero no tomo partido”: Ramiro Bejarano, Felipe Zuleta, María Isabel Rueda, Mauricio Vargas. Confiesa que volvería a apoyar al excandidato presidencial Sergio Fajardo en las presidenciales de 2018. Pero prefiere pasar a hablar de su oficio nocturno: ver la televisión, “solo si hay novelas graciosas”.
Frente al viejo reloj de cucú de la antesala, antes de despedirse, un último recuerdo: cuando su padre les recitaba Gabriela Mistral y Guillermo Valencia. Declamamos el comienzo del poema Los Camellos pero la memoria nos traiciona. Intenta con Hay un instante: “Hay un instante en el crepúsculo en que las cosas brillan más…”, pero de nuevo falla la evocación y se apura a notificar que trabaja en un libro antológico con ayuda de su hermano Álvaro. Afuera, el crepúsculo en La Francia empieza a apagar los contornos.
Farándula intelectual
Fiel a su estética del rumor, Marín definió en breve a una docena de intelectuales caldenses.
Gilma de los Ríos: una autora con poemas muy lindos, aparte de lo borracha.
Beatriz Zuluaga: Extraordinaria persona. La más preparada.
Juan Carlos Acevedo: agradable. Metódico. Me gusta su poema Carta al padre.
Carlos Eduardo Uribe: Siempre quiere más y nada le funciona. Persona interesante y buen amigo.
Dorian Hoyos: Empalagosa y querendona. Tiene un buen poema llamado La nochera.
Hernando Salazar: Buena gente, muy suficiente. Pregunta y se responde él mismo: no deja hablar.
Antonio Leyva: buen poeta y mala gente.
Berta Lucía Estrada: Muy disciplinada. Cree que se las sabe todas.
Néstor Gustavo Díaz: mejor actuando que escribiendo. Hablamos seguido: ha estado mal de salud. Es un resentido.
Orlando Mejía Rivera: ilustrado. Estudiamos en el Universitario. Elogia mucho a Octavio Escobar.
Octavio Escobar: De su escritura, el tono. Se echa incienso mutuamente con Mejía Rivera.
Adalbeto Agudelo: es insoportable. Tiene buenos textos pero mira al resto como insignificantes.