Hundiendo teclas

Publicado el Carlos Mario Vallejo

Suárez Anturi regresa al país de la infancia

Varios escenarios librescos me han suscitado la lectura de La 40 Sur, la novela en que Julio Suárez Anturi recrea con destreza y bastante soltura ese país de la infancia que es el barrio popular.

La cuadra de San Bernardo del viento donde llegó la familia Abdala en La Balada de María Abdala (Juan Gossaín), los suburbios medellinenses en las novelas La cuadra (Gilmer Mesa) y No nacimos pa’ semilla (Alonso Salazar), los callejones del arrabal de Nueva Orleans que conducen a casa de los Reilly en La conjura de los necios (John Keneddy Toole), las ollas de vicio manizaleñas donde mercaba el protagonista de Las llaves falsas (José Vélez Sáenz), las callejas alucinadas en las crónicas de Roberto Artl…

Pero no me desgasto haciendo listas de mercado (perdónenme la nostalgia) sobre los imaginarios adonde me ha catapultado este libro. Mejor paso a notificar que con la escritura de Suárez Anturi, si bien a veces demasiado intrincada y puntillosa, se logra hacer blanco en el arte narrativo.

La marca de agua que permanece indeleble en las entretelas del corazón al recordar nuestro barrio feliz, lanza sus destellos fundacionales desde este texto esmerado. Esto lo dice mejor la poeta iraní Forugh Farrojzad: “hay una calle que mi corazón se ha robado de los barrios de mi infancia”.

Y yo me robo estos siete apartes de La 40 Sur, la novela que ha servido al curtido periodista y escritor Julio Suárez Anturi para verter este “maravilloso homenaje al barrio, a la cuadra, a los amigos, a la infancia; a esa época en que uno es feliz de verdad sin darse cuenta”, como lo apreció el cuentista David Betancourt.

  1. “Tengo diez años y vivo en una casa de la 40 Sur del barrio Quiroga. Pasado mañana cumplo los once y ahora voy de regreso en el bus del Liceo Suramérica. Miro por la ventana, a través de la telaraña que forma el vidrio resquebrajado que don Bernardo no cambió”.
  2. “Cuando al final disparan cincuenta bombas lacrimógenas él emerge de la nube de gas, abriéndose paso con una ametralladora que acciona por debajo de la ruana”.
  3. “El cura Camilo se detuvo. Estuvo unos instantes con el micrófono en la mano, solo observando aquello. Después volvió a hablar, y dijo que todos guardáramos la calma, que tuviéramos cautela, que no nos dejáramos provocar”.
  4. “Quetame distaba de la capital seis horas en bus, que debían cubrirse por un estrecho camino arañando la cordillera, entre precipicios infernales y una sucesión de vueltas y revueltas como las del cordel del trompo que el chico guardó en su bolsillo”.
  5. “Los rayos del sol perezoso, morriñoso y oblicuo empezaban a diluir la niebla que había nacido en la noche, entre los trigales, los cebadales y pastizales en los que flotaban las vacadas sonámbulas de las pequeñas alquerías sabaneras”.
  6. “Esta (mosca) parecía toser, y luego volaba agitada y erráticamente, buscando dónde posarse segura. Procedía entonces con la siguiente, aplicando el mismo método felino. Al cuarto disparo era yo el que estaba tosiendo entre el nimbo venenoso que se había formado en la habitación. Cerca de 12 moscas fulminé la primera vez, veinte en el transcurso del segundo día y casi cuarenta después. Indefectiblemente, terminaban patas arriba, por momentos temblorosamente, y luego con rigidez de muerte”.
  7. “…el abuelo buscó apoyo en su pierna derecha, que lo traicionó, y creyó estirar los brazos para no darse de cara contra el mundo. Todavía empuñando la espada, el metal restalló en el encementado del patio y el abuelo siguió derrumbándose, sin tiempo para darse cuenta qué había ocurrido ni a cuál foso caía”.

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