Hundiendo teclas

Publicado el Carlos Mario Vallejo

Milagro en la celda 7. Defensa del patetismo y los finales felices

«Estamos contando una historia de esperanza», dijo el protagonista Aras Bulut Iynemli en una entrevista.

Hay dos finales para esta historia. Uno, el de la versión turca, con final relativamente feliz a pesar tres muertes que como no son las de los protagonistas, duelen menos.  Y el otro, que no he visto, el de la versión original, la japonesa, en el que no sucede que el condenado injustamente a la pena de muerte se redima.

Este condenado es Memo, un discapacitado mental. La historia gira en torno a que dicha condena implicaría la separación de su pequeña hija. Una película que, en especial por lo carcelaria, creo que interroga de plano la condición humana.

Precaución sensiblera: recuerdo cuando en mis inicios como lector mojé con un lágrimón un libro de Carlos Cuauhtémoc por una escena sentimentaloide de uno de sus superventas sobre la juventud. Luego me enteraría de la mala prensa que tiene el autor por efectista (aunque en su momento fue alabado por Juan Rulfo), por literato de la autosuperación. Pero ese contacto lágrima-página es un momento que atesoro en mi historial de amor con los libros y no me avergüenzo. Como no me avergüenzo de haber gimoteado con los patetismos de esta película.

Derrótenme si pueden, fatalistas. Ya sé que como siempre ustedes resultan cantando la victoria. Pero no será en esta reseña.

Dice el diccionario sobre «patético»:

  1. adj.Que conmueve profundamente o causa un gran dolor o tristeza.
  2. adj.Penoso, lamentable o ridículo.

Con mi primer amigo literario comentábamos, alzando los hombros, que no le veíamos problemas a los finales felices. Sería bueno que mi primera novela, me sugirió la profesora de escritura, fuera cambiada de desesperanzadora a esperanzadora. Acataré. Me gusta que lo bueno sea, incluso en arte y no por eso dejo de amar el plañido pesimista pero multicolor de, digamos, un Schopenhauer y un Alvarado Tenorio.

Pero «como digo una cosa digo la otra», comulgo también con la crítica de Sergio Ariza Lázaro en diariocritico.com: “Evidentemente entiendo que en estos momentos de cuarentena y reclusión necesitemos una buena dósis de esperanza, pero lo que ofrece Milagro en la celda 7 no es sino una telenovela sensiblera y mal hecha”.

Obviemos el párrafo anterior, que hoy estoy de buenas pulgas (creo que voy a llegar a las mil palabras y ni pensaba reseñar). Menciono una escena hermosamente patética. La del líder de la cárcel que, enterado de la inocencia del bobo protagonista y conmovido por el amor filial de este con su hija, a quien logró colar en la mazmorra, decide que sus hijos lo visiten juntos en la cárcel, a lo cual había puesto restricciones, así que los esperanza con una vida familiar cuando salga de pagar a sus muertos. Los niños lo arrullan con la mirada alrededor de la mesa de visitas.

Otra escena:

La metáfora de un recluso parricida, que ve un árbol en la peladura de su pared el árbol bajo el cual enterró el cuerpo de un familiar. Él se sacrificará por el protagonista para que la historia termine como lo espera la audiencia biempensante, de la que hace parte quien redacta esto.

Como cuando en El Guardaespaldas, de A.J. Quinell (llevada al cine como Hombre en llamas, con protagónico de Denzel Washington) el protector alisa su callo malencarado para centrarse en el rescate de la niña secuestrada, su cliente, lo cual consigue, al igual que lo hace con su ternura.

Como cuando en No se aceptan devoluciones, padre e hija alcanzan a pasar los últimos días de la niña en una playa magnífica.

Dos líneas para Aras Bulut Iyneml. Recrear con verosimilitud a un bobo no lo logra un intérprete cualquiera. El espectador empatiza porque el actor vierte el corazón.

Menciono también el canto en loor a los derechos humanos y a la inclusión. Un paseo por los verdes campos de la esperanza, que puso a rabiar a esa parte de la crítica que encontró la historia “sensiblera y excesiva; una película que sacrifica la creatividad para elegir las decisiones más obvias para regodearse en el melodrama”, escribió Alejandra Lomeli en el portal Tomatazos, del que recojo un puñadito de críticas sobre el filme ambientado en Turquía.

“La película es … una bella mentira cuyo único objetivo es buscar la complicidad del espectador hacia sus personajes, engañándolo de la peor manera posible. Porque cuando uno ve una película con un argumento tan devastador como el de ésta debería quedar desolado y, si por el contrario, quiere dar un poco de esperanza entre tanta calamidad, lo debería hacer de una manera más honesta. Y es que no todos los Memos del mundo son tan angelicales, ni tienen hijas tan perfectas como Ova, ni se codean con criminales con corazones tan grandes como los suyos.

Evidentemente entiendo que en estos momentos de cuarentena y reclusión necesitemos una buena dosis de esperanza, pero lo que ofrece Milagro en la celda 7 no es sino una telenovela sensiblera y mal hecha”.

“Es imposible no emocionarse perdidamente con la propuesta porque todo en ella está pensado para llegarte al corazón y apelar a la sensibilidad del espectador. Lo malo es que lo hace de forma demasiado insistente, golpeando duramente a su protagonista y a su entorno una y otra vez. Sinceramente, la propuesta abusa de este recurso hasta decir basta”. Diana Mangas.

“El film tiene peaks de emocionalidad que sacude a los más duros, tensiona hasta al último momento con una desgarradora pena y sensación de injusticia y saca sonrisas, tibias a ratos, por la empatía y solidaridad que empieza a percibirse”. Francisca Romero.

“Con todo a su favor para lograr su propósito, Milagro en la Celda 7 no es más que lo que promete ser: un drama familiar con los elementos necesarios para encontrar conflicto en cada paso que dan sus protagonistas. De esta forma, logra transformarse en una cinta honesta y directa”. Ángello Illanes.

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