Hundiendo teclas

Publicado el Carlos Mario Vallejo

Mar de leva o el sencillo esplendor de Escobar Giraldo

Siguiendo en mi destino de agotar la literatura de Octavio Escobar Giraldo, trascribo siete periodos de Mar de leva, la novela del autor colombiano que en los próximos días cumplirá dos años de publicada.

Javier, quien cumple 15 años, va de visita con su madre Mariana a la casa de Elena, antigua compañera de estudios, en una ciudad costera indeterminada que Escobar pinta con su característica suficiencia descriptiva y un uso de diálogos en el que vierte la voz omnisciente.

Sin mayor pretensión que la de reflejar el cotidiano de las altas clases sociales —en Escobar siempre he hablado de una literatura gomela sin por esto estar de acuerdo con el «¿y qué?» con que parte de sus fustigadores en Manizales frivolizan su hondura literaria— hay al menos tres grandes logros en el libro. Uno: Mantener la vista del lector a pie de línea con la mera trama del paseo ostentoso de una familia aún preocupada por el secuestro del padre, cinco años atrás. Dos: La incursión en la sicología de un quinceañero pajizo (¿redundancia?) en los días que corren (Escobar se volvió diestro en Plantas contra zombies, el jueguito de smartphone en que se mantuvo inmerso Javier durante la novela). Y tres: la oferta permanente de colorismos a lo largo de las 184 páginas en que transcurre la historia.

  1. «Nada ha tenido lugar hasta que ha sido descrito», dijo Virginia Woolf. Pero la capacidad de Escobar para captar con detalle visual lo que parece superfluo, dibujarlo, clasificarlo y seleccionarlo posteriormente, como si se tratara de una caja de moldes de letras, deviene en una experiencia de lectura excepcional. Llegamos así a la convicción de que estamos ante un gran estilista.
  2. «Si en el futuro lo embarcaban en el mismo tipo de avión, exigiría que le asignaran silla en las primeras filas, lejos del estruendo de las turbinas adosadas al fuselaje. (Javier) volvió el folleto de seguridad al bolsillo y miró por la ventanilla: cuadrados y rectángulos cultivados, algunos de colores vivos, empujaban las márgenes del río; pequeñas colinas arboladas, estanques y descampados interrumpían las bananeras y los naranjales. Las nubes reverberaban por encima de una línea que parecía trazada para que los pilotos mantuvieran la altura. Encendido, el aviso de cinturón de seguridad impidió a Javier acercarse al baño y masturbarse. Quería hacerlo en vuelo, antes que Carlos Ricardo Valencia, que ya había polinizado Cinemark».
  3. «Mariana dejó que la expresión de su rostro sirviera de comentario. Se había quitado la chaqueta y los cristales de lapislázuli, granate y amatista del collar destacaban sobre su camisa blanca».
  4. «Sus ojos derivaron hacia el vacío que dejaba el overol entre la espalda y la cadera, toda una invitación para las manos».
  5. «Mariana dio la vuelta con expresión satisfecha en el rostro, pero en los movimientos de su cuerpo había algo tímido, de niña inexperta. Una camisa blanca se alargaba sobre el pantalón corto color caqui. Las sandalias cafés tenían correas delgadas y muy poco tacón».
  6. «Se guardó para sí la convicción de que quizá esas niñas que se desarrollan rápido nunca volverán a ser tan atractivas, víctimas de una trampa que les tiende la naturaleza, que las condena a la obesidad».
  7. «Bajo el nombre de Confín del mar esperaba un puesto de vigilancia. Detrás se elevaba una docena de palmas de las Canarias, que respondían con elasticidad al embate del viento. Elena encendió la luz interior del vehículo para que la reconocieran y saludó con la mano, sin bajar la ventanilla. El guardia respondió tocándose la cachucha y accionó el motor eléctrico que abría los portones de madera».
  8. «—Ven para acá —dijo en voz baja y palmeó el cuero de la silla. Sobre la mesa había un plato con fresas cortadas longitudinalmente, expuesta la estrecha cavidad central».

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