Hundiendo teclas

Publicado el Carlos Mario Vallejo

Las killer gringo o una sociología de los encuentros

 

Las killer gringo es la primera novela de Jarol Ferreira Acosta.
El paraíso que constituye este o aquel recodo hedonista de la costa colombiana para los extranjeros que descubren lo barato que resulta la farra nacional, le sirven de excusa a la narradora de Las killer gringo para describir el fenómeno social que desenrolla esta dinámica comercial, pero ojo: el manido tema del turismo narcótico no será hilo conductor -sin dejar de ser acicate temático de manera secundaria a veces, a veces principal, de la historia- sino el trasfondo sicológico y sociológico de las fiesteras que salen a cazar extranjeros para sostener su fiesta y las personas que, a su vez, las parasitan.

Quince capítulos cortos apuntan con vivo dinamismo el derrotero para seguir la lectura con expectación, qué importa que los perfiles y situaciones no conecten con los demás de manera expedita, pues nos damos cuenta, al cabo de sumar uno y otro capítulos al saco lector, de que tras la pausa que sobreviene a cada punto final, podemos apreciar el todo. Como quien, luego de mirar estrella por estrella en el cielo inmenso, siente el goce individual, pero luego, al generalizar la contemplación, comprende la figura constelada.

Alrededor del combustible comercial que produce este turismo,  el escritor, poeta y periodista cultural Jarol Ferreira Acosta, suerte de Hunter Thompson guajiro, pintará a través de la susodicha voz femenina, una decena de personajes principales y otra más de secundarios –¿o son principales estos y secundarios aquellos? – en un fresco que puede representar cualquier sociedad de la costa colombiana, en la que los amigos y los no tan amigos, los que saben que el otro va y se pegan al parche, intentan atemperar con el día a día a través de las dinámicas del encuentro.

Es una novela de encuentros y desencuentros.  Ya los atajos bareteros, periqueros o alcohólicos que tomen la mayoría de personajes, no serán tan determinantes, aunque muy presentes en las historias, en un desarrollo narrativo que carece de los redondeles prosopopéyicos y los juvenilismos inanes de obras tipo Opio en las nubes (aunque parece que Ferreira bebió de las aguas de Chaparro, pues lo cita en el epígrafe: “La vida es un disparo que nunca da en el blanco”) y que omite también las cadencias arrítmicas e irreverencia pudorosa de la María narradora de Que viva la música.

Párafo aparte para el excepcional manejo de la jerga, que hace sentir al lector en un cotilleo caribeño con la narradora, como quien escucha intrigado a su mejor amiga. Charlie Pasaje, Wendy Voltio, Pelito’e Pimienta, y otros nombres menos festivos pero acertados al universo de cada personaje, son delineados por Ferreira Acosta con economía lexical y sucinta algazara. Verbigracia:

“(El Negro) era una máquina de consumir, todo el tiempo: trago, pase, cigarro, porro, trago, pase, cigarro, porro, trago, pase cigarro, porro; y no hablaba y lo que hablaba no se le entendía”.

“(La Mona) todo el día estaba embalada o empepada, pelando frutas, cortándolas en trocitos, dándole botón a una licuadora y maquillándose a cada rato; porque le encanta pintarse”.

“(El Profesor Totumo) tenía casi cincuenta años, pero no parecía, y hacía artesanías con totumos. Era blanco, de pelo abundante, y sabía manejar aviones; osea, fue de billete, pero se quebró. Me había mostrado fotos comiendo hongos, porque era de Cali. Conoció a Mayolo, se comió a la Mencha. Vieja guardia”.

“(Julián) se entompaba a La Mona, después conmigo, pero no se le paraba. ‘¡No se te para Jualiá, estás muerto!’. ‘No me digan eso, que me siento mal’, decía, haciendo caras. ‘¿Chúpasela Mona, para ver si se le para!’. ‘Ay, ya me duele el cuello’, dijo la Mona, al cabo rato. Después empezó a besarme agrestemente. ‘¿Julián y tú crees que con violencia se te va a parar?’. ‘Acompáñame al cuarto, hazme un masaje’, me dijo Gabriel, con la verga tiesa”.

“Betty hasta hizo que la cogieran presa, a ella y a Funky, por estar metiéndole mariguana al cajón de Julio. ‘¡Él no era ningún drogo! ¿Se creen en Rosario Tijeras o qué mierda? ¡Policía, sáquelos de aquí!!’”. “De la Mona, Wendy, Lily, Rafa, Daniel, Mariluz y el Negro, te puedo contar lo siguiente: Uno: nada. Dos: nada. Tres: bostezo. Cuatro: zzz. Cinco. Me dormí. En cuanto a Leonardo: Uno: nada. Dos: grr. Tres: grr. Cuatro: Q.E.P.D”.

“Al día siguiente se iba Lily, eso armó la recocha, la despedida. Se reunieron. Julio, Leonardo y una pelá que se llama Rina. Una que… haz de cuenta la nana del Conde Pátula”.

“Los mancitos que me levanto son brutos o depresivos chirris, nada más que polvoretes alegres y chao…Ahora ando con un pelao bacano, pero se deprime con cualquier trago y se pone eufórico con el trago y otras drugs. Toca guitarra, pianito, y la tiene grande pa ser cachaco”.

“Tengo el pelo de un lado corto y del otro largo pa verme hombre y mujer. Hece poco abrí una cuenta en Instagram y ya tengo ciento setenta y nueve seguidores, que pienso son masoquistas por gustarles lo que publico”.

“¿Tienes gatos, perros, murciélagos? Yo tengo una matica de tomillo y dos cactus, vainas fáciles de cuidar”.

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