Hundiendo teclas

Publicado el Carlos Mario Vallejo

¿Convertirse en un novelista? Así lo instruye John Gardner

John Gardner and the Art of Fiction
La novela más famosa de Gardner es la fantástica Grendel, en la que prevalece la perspectiva del monstruo. Foto: blog Books tell you why
El arte de la ficción y Para ser novelista, de la que extraigo 12 apartes abajo, son dos obras consideradas de referencia de John Champlin Gardner. No del británico John Gardner, continuador de las novelas de James Bond de Ian Fleming estas instrucciones de John Gardner, el primer maestro y descubridor de Raymond Carver, son música para los oídos de todo tipo de lectores: aspirantes a narradores, autores establecidos y desconocedores afectos a la vida literaria.
La lectura de  esta gema de la didáctica de la escritura literaria, también puede apreciarse como prueba de la lectura como herramienta de solaz y más si ha sido escrita por un autor que, como Gardner, se obsesionaba con el trabajo literario, en el que gozaba de una reputación de artesanía avanzada, ritmos suaves y una cuidada atención a la continuidad del sueño ficticio.
Acá las selecciones.
1. “Doy por supuesto que cualquiera que eche una ojeada a este prefacio para ver si vale la pena o no comprar el libro o llevárselo de la biblioteca, o robarlo (ni hablar), lo hace por una de las dos razones siguientes: o bien el lector es un novelista principiante que quiere saber si el libro tiene visos de serle útil o se trata de un profesor de literatura que espera averiguar sin demasiado esfuerzo con qué clase de timo apuntan esta vez a su blanco preferido quienes viven de predicar la autodidáctica”.
2. “Quienes enseñan a escribir, por otro lado, y quienes escriben libros sobre el tema, y no digamos los amigos, los parientes y los propios escritores, se apresuran a señalar las escasísimas probabilidades (con su consiguiente disminución) que tiene cualquiera (siempre, en cualquier parte) de convertirse en un escritor de éxito: «Para escribir hace falta un don especial», dicen (cosa no estrictamente cierta); «El mercado literario empeora cada año» (falso en buena medida); o: «¡Te vas a morir de hambre!», (puede ser)”.
3. “La ficción creada por quienes adoptan en la vida actitudes que nos parecen infantiles o tediosas cansa enseguida”.
4. “Si el escritor prometedor sigue escribiendo –escribe día tras día, mes tras mes– y lee muy atentamente, empezará a «cogerle el truco». Llegar a este punto es tan importante en el arte como pueda serlo en el atletismo. Las ciencias prácticas, entre las que se cuenta la ingeniería verbal que permite escribir novela comercial, se pueden enseñar y aprender. El arte, hasta cierto punto, también; pero, exceptuando ciertas cuestiones de técnica, el arte no se aprende, simplemente se le coge el truco”.
5. “Como he dicho antes, se puede aprender mucho mecanografiando palabra por palabra una obra de algún gran escritor: es una forma de leer con mucho detenimiento. Y se puede aprender mucho estudiando a un escritor al que se admira y trasladando todo lo que dice a la propia manera de ver las cosas. Pero por regla general, cuanto más exhaustivamente se analiza a un escritor, más claro se ve que la forma de escribir de éste nunca podrá ser la propia”.
6. “El escritor psicológicamente apto para entrar a formar parte de la que antes he llamado superior categoría de novelistas debe ser capaz no sólo de comprender a quienes son distintos que él, sino de sentirse cautivado por ellos. Debe tener el suficiente amor propio como para que la desigualdad no le reste firmeza, el suficiente calor humano e interés por los demás, y el suficiente deseo de ser justo, como para no desdeñar a quienes son diferentes; y, finalmente, debe tener, creo yo, la suficiente fe en la bondad de la vida como para estar dispuesto no sólo a tolerar que el mundo esté hecho de diferencias, conflictos y oposiciones, sino a congratularse por ello”.
7. “El escritor, sin apenas notarlo, se convierte en un observador atento. Puede incluso que, de tanto observar, llegue a convertirse en un excéntrico para sus amigos. Se dice (creo, porque resulta que a veces me invento cosas de éstas sin darme cuenta) que Anthony Trollope, cuando iba a una fiesta, se sentaba y se pasaba diez minutos o más observando detenidamente a los invitados uno tras otro, respondiendo apenas a quien se dirigía a él, con gran desconcierto por parte de la concurrencia. Tanto si esta historia es cierta como si no, está comprobado que una fiesta con buenos escritores entre sus invitados puede resultar enervante para el no
iniciado”.
8. “A fuerza de asistir a cursos de literatura, el joven aspirante a escritor puede aprender a bloquear todos los impulsos naturales que tenga. Aprende a descartar la persistente vena ruin de J.D. Salinger, el plañidero sentimentalismo de tipo duro de Hemingway, la mala costumbre de Faulkner de interrumpir el sueño vívido y continuo abandonándose a la retórica, los manierismos de Joyce, la frialdad de Nabokov”.
9. “Para escribir bien hay que saber simultanear muchos procesos mentales que al principio deben abordarse de uno en uno, y para ello se ha de dividir el trabajo en el mayor número posible de apartados: un esbozo de lo que se pretende decir; un análisis riguroso de las palabras con que se ha dicho, para ver qué dicen o dejan de decir; y una reflexión encaminada a (a) conseguir que las palabras no digan lo que no se pretende que digan y a (b) sacar provecho de lo que dicen sin que uno lo haya pretendido. Y segundo, debe confiar en que lo que da resultado en otro tipo de actividades también lo dará en la de escribir. Para aprender a ir en bicicleta, hay que aprender antes a conducir el vehículo, a mantener el equilibrio, a pedalear y a parar sin caerse, procesos todos ellos en los que hay que concentrarse por separado y que al final se unifican”.
11. “La originalidad no es un don natural, sino una cualidad que se suele adquirir por medio de la diligencia. A este respecto puede resultar muy instructivo echar una ojeada a la primera novela de Hawthorne, Fanshaw o a cualquier obra primeriza de Melville”.
12. “Yo mismo llevo años haciendo todo lo que hago a fin de evitar enfrentarme a la única novela seria que tengo intención de escribir algún día. Y ahí está, con sus quinientas páginas de borrador, mirándome desde el estante como una calavera. Comparado con ella, nada de lo que hago tiene importancia, al menos en mi fuero
interno. Soy libre de ir esparciendo palabras como el viento de octubre esparce hojas secas”.

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