Hundiendo teclas

Publicado el Carlos Mario Vallejo

Berta Isla, la espera satisfactoria

Titulo así no tanto por el final relativamente feliz –¿satisfactorio? cada lector lo dirá- de la novela, sino por la pequeña dificultad, superada con un poco de paciencia, que representa superar los párrafos más farragosos de Javier Marías, como el ciclista eventual que se esfuerza mediocremente en subir una pequeña cuesta a la espera de la recompensa del descenso.

Porque dándole esos minutos de más, que en suma representan las ciento cincuenta o doscientas páginas prescindibles de la obra (mi esposa se quejó de que duramos leyéndola en pareja y voz alta más de seis meses), se llega de un momento a otro y no con mucha distancia entre sí, a memorables dichas digresivas y descriptivas, los dos placeres literarios que mejor sabe explotar el autor. Cito algunas, pero primero un párrafo de resumen.

La historia: Tomas Nevinson se conoce con Bertha Isla. Ambos académicos, atractivos, soñadores. Pero la facilidad idiomática y de gentes de Nevinson hará que el servicio de inteligencia se interese en sus servicios sin importar qué suceda con su vida ni la conversión de su carácter. La narradora de esa ausencia presente será Bertha, alternada con la voz omnisciente y unos diálogos muchas veces extenuantes y vitandos.

  1. “…sumergirse en la impremeditada cotidianidad, de la que gozan sin ningún problema la mayoría de los habitantes de la tierra, los cuales se limitan a ver empezar los días, y cómo trazan un arco para transcurrir y acabarse”.
  2. “Si se analizaban sus rasgos, ninguno era deslumbrante, pero su rostro y su figura en conjunto resultaban turbadores, ejercían la atracción irresistible de las mujeres alegres y sonrientes y proclives a la carcajada; parecía estar siempre contenta, o estarlo con muy poca cosa o procurar estarlo a toda costa, y hay muchos hombres para los que eso se convierte en un elemento deseable: es como si quisieran adueñarse de esa risa —o suprimirla, cuando hay malos instintos—, o ver que se les dedica a ellos o que son ellos quienes la provocan, sin darse cuenta de que esa dentadura que ilumina permanentemente la cara, y que llama a quienes la avistan con fuerza, aparecerá en todo caso, sin que se la convoque, como si fuera una facción invariable, tanto como la nariz o la frente o las orejas”.
  3. “Esa tendencia risueña de Berta denotaba buen carácter, incluso complaciente, pero era levemente engañosa: su alegría era natural, fácil y pronta, pero si no encontraba motivo no se dedicaba a malgastarla ni a fingirla; encontraba múltiples motivos, es cierto; sin embargo, si no los había, podía ponerse muy seria, o triste, o enfadarse. Nada de esto le duraba mucho, era como si se aburriera de esos estados de ánimo lóbregos o ariscos, como si no les viera recompensa ni una evolución interesante, y le pareciera que su prolongación era monótona y no contenía enseñanzas, un insistente goteo que tan solo elevaba el nivel del líquido, sin transformarlo; pero no los rehuía tontamente, cuando le sobrevenían”.
  4. “…los jóvenes se sentían adultos desde muy pronto, se sentían listos para acometer tareas, ejercitarse sobre la marcha y encaramarse a los lomos del mundo”.

 

  1. “Wheeler se pasó durante un rato la uña del pulgar por la cicatriz de su barbilla, un gesto habitual suyo, era como si la acariciara. La marca arrancaba cerca de la comisura izquierda y corría vertical —o algo en diagonal— hasta el final del mentón, lo cual hacía parecer que ese lado de su cara jamás sonreía (aunque lo hiciera), y le daba un aire levemente mohíno o sombrío. Sabedor de eso sin duda, tendía a ofrecer su perfil derecho, si podía. Esta vez no le importó, sin embargo; miraba a Tomás de frente con sus ojos azules y siempre guiñados como si no pudieran renunciar a escrutarlo todo con suspicacia — eran chispas, de tan penetrantes—, tanto que el azul parecía metamorfosearse en amarillo, como si fueran los de un león soñoliento pero alerta, o quizá de otro felino”.
  2. “Cogió un caramelo gordo de un bote de cristal que tenía en la mesilla de noche y se lo metió en la boca, en seguida Tom vio cómo se le abultaba un carrillo y después el otro, se lo pasaba como si en ninguno le cupiera del todo bien”.
  3. “ ‘Sentí la urgencia (de sexo), pero la verdad es que bien podría habérmelo ahorrado, ahora que ha concluido sin alegría y más bien con lástima; no ha valido la pena; si pudiera retroceder me abstendría’. Y a la vez uno sabe que eso no es cierto: si pudiera volver atrás sentiría de nuevo la urgencia y seguiría adelante, elementalmente”.
  4. “…hay hombres que despiertan impulsos de primitivismo y que con ello seducen sin la menor dificultad, sin apenas tener que esforzarse ni trabajar, como si les bastara con emanar una sexualidad malsana, por directa y elemental”.
  5. “Su mirada pálida resultaba burlona, tal vez sin la intención de serlo, y bastante acogedora o apreciativa, ojos a los que nunca es indiferente lo que tienen delante y que hacen sentirse dignas de curiosidad a las personas sobre quienes se posan: como si tuvieran una anterioridad que mereciera desentrañarse. Tomás Nevinson pensó que quien sabe mirar así tiene mucho ganado, quien enfoca con nitidez y a la altura adecuada, que es la del hombre; y quien atrapa o captura o más bien absorbe la imagen que está ante él, probablemente acaba haciéndose irresistible para muchas mujeres, sin que importe su clase, profesión, experiencia, belleza, edad o grado de engreimiento”.
  6. “Pese a que aquel conocido de Wheeler no era propiamente guapo y acaso contaba con la osadía como su mayor activo, había que reconocer que en conjunto resultaba atractivo, y que ese conjunto se imponía a algunos rasgos poco gratos o incluso repelentes para la objetividad”.
  7. “Qué estúpidos son los días, qué estúpido puede ser cualquier día, uno ignora cuál y se adentra festivamente en el que debería haber evitado, no hay forma de adivinar cuál será el de maldición y tajo y fuego, el de garganta del mar y el que lo quiebra todo… Y qué estúpidos, qué fútiles los pasos de ese día en el que no debería haber dado ninguno, ni atravesado el umbral siquiera. Se levanta uno como si nada, se acerca a una librería, se excita con una amante intermitente que carece de importancia y queda con ella para la noche, por aburrimiento o por controlable y trivial deseo o por no sentirse un solitario y un paria, tampoco habría sido muy grave no salir esa noche de casa y ahorrarse el pensamiento molesto a posterior”.

 

  1. “Y los que no son ajusticiados ni enloquecen del todo, acaban por no saber quiénes son. Pierden su vida o se la parten en dos, y esas partes son irreconciliables, se repelen. Pierden su identidad y hasta su memoria anterior. Algunos intentan volver a la normalidad años después y no son capaces, no saben reincorporarse a la vida civil, llamémosla así; a la vida pasiva, sin sobresaltos ni tensión, a la jubilación forzosa”.
  2. “A casi todos nos gusta creer que somos imprescindibles, que aportamos algo con nuestra existencia, que esta no es inútil ni indiferente del todo. Yo misma, desde que he sido madre, me considero una especie de heroína por ello y camino por las calles sintiéndome acreedora de respeto y gratitud, como he visto a otras madres hacer. Ahora creo haber contribuido al conjunto: he traído a la tierra a alguien que acaso resulte fundamental. Pobre niño, pobres niños, si supieran cuánta fe abstracta ponemos en ellos. A casi todos nos gusta creer eso, pero la mayoría sabemos que no es así. Todo eso que ha enumerado Tomás, todo funcionaría igual sin nosotros, porque somos intercambiables y sustituibles, de hecho hay una interminable cola aguardando a que dejemos nuestro espacio libre, por modesto que sea. Si desaparecemos no se notará nuestra falta, el hueco será rellenado sin solución de continuidad, como un tejido que se regenera rápido, como el rabo de una lagartija que le vuelve a crecer, y quién se acuerda ya del que se le cortó”.
  3. “Da lo mismo la edad que tengan. Si ya no sirven o se han quemado, se los retira sin contemplaciones; se los envía a casa o a vegetar en una oficina, y hay individuos que antes de cumplir la treintena languidecen con la conciencia de que su tiempo ya ha pasado. Como si fueran jugadores de fútbol. Añoran sus días de acción, de vileza, de engaño y de falsedad. Se quedan prendidos en su pasado más turbio, y a veces los abruma el remordimiento: cuando se detienen se dan cuenta de que lo que hicieron fue sucio y de que sirvió para poco o nada. De que no eran imprescindibles, en el mejor de los casos. De que otro cualquiera podría haberlo hecho por ellos y todo habría sido igual. De que sus afanes y riesgos resultaron indiferentes, casi inútiles, una sola persona nunca puede ser decisiva ni cambia nada esencial”.

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